De vez en cuando salta en España alguna noticia relacionada con el basuco. No ocurre con frecuencia. La última vez fue en L’Hospitalet, donde el pasado día 3 los Mossos d’Esquadra desmantelaron un punto de venta y consumo en un almacén ocupado del barrio de Collblanc. El artículo publicado en este periódico describía la droga como “un derivado de la cocaína de bajo coste que es muy adictivo y tiene un efecto corto, pero extremadamente virulento”, lo cual, siendo una definición precisa, también es escasa. Al fin y al cabo, si la cocaína o el éxtasis tienen para ellas el ‘penthouse’ del edificio, con opulentas vistas sobre la ciudad, el basuco se arrastra por los sótanos, miserable y desesperado. Se dice del basuco que es la droga de los pobres, pero el basuco no tiene que ver con los recursos: es la droga de la desesperanza.

Puesto que las noticias sobre el basuco son escasas, el ciudadano medio no la tiene en su imaginario. El camello habitual vende coca, pastillas, heroína, pero es difícil que venda basuco. Circula tan poco con respecto a sus parientes opulentas que Energy Control, la entidad que promueve el consumo responsable de drogas, una fuente siempre fidedigna, admite que carece de información suficiente sobre el basuco para hacer cualquier valoración. Es un fantasma, una droga fantasma. El sombrío relato que la envuelve se ha construido al otro lado del océano, en Latinoamérica, donde su uso es más corriente. Donde es realmente corriente.

“… el basuco corrompe, usted sabe lo que es ver muchachos jóvenes, 'llevados', que le dicen: deme basuco y haga conmigo lo que sea… Por un ‘pitazo’, tanto jóvenes como niñas se venden, siempre lo que va a interesar es consumir y consumir…” “Por la calle Séptima, abajo de la carrera Décima, estaban las residencias de mala muerte en donde se arrendaban por unos pesos las piezas húmedas y hediondas para ‘soplar' basuco y descansar de un día de delito. El Cartucho era una vorágine urbana que se tragaba para siempre a quienes cruzaran el umbral de la droga. Allá valía lo mismo un ‘ñero’ con una cobija al hombro que un ejecutivo de corbata y saco de paño”. “Y es que la importancia de la pipa radica en la ‘terapia’: se trata de la grasa acumulada después de fumar y fumar basuco, que se reduce a tal punto que se convierte en una sustancia mucho más fuerte para todo fumador. La ‘terapia’ es a veces la causante de que la gente se pelee y se mate cuando se roban una pipa o se pierde”.

Las citas forman parte del trabajo de un equipo de investigación de la Alcaldía Mayor de Bogotá sobre el Cartucho, un laberinto de calles en el centro de Bogotá que durante muchos años funcionó como una especie de república independiente de la infamia: allí, en condiciones deplorables, vivían criminales, indigentes, prostitutas y, sobre todo, miles de recicladores que recorrían a pie la ciudad para vender luego el material a los comerciantes del lugar. Para entender lo de infamia: en el Cartucho se subcontrataba el cuidado y manutención de los secuestrados. Para entenderlo mejor: había dos profesionales que se ganaban la vida con el descuartizamiento de cadáveres. Ese era el Cartucho, y ese era el hábitat del basuco.

¿Qué es exactamente el basuco? El basuco se elabora con residuos de cocaína mezclados con otras sustancias. Las sustancias pueden variar. Según la definición que propone en su web Échele Cabeza, la entidad homóloga de Energy Control en Bogotá, “el basuco es una sustancia psicoactiva compuesta principalmente por la extracción de alcaloides de la hoja de coca que no llegan a ser procesados hasta convertirse en clorhidrato de cocaína, también conocido como pasta base de cocaína”. Que puede mezclarse con una variedad de productos: cafeína, manitol, bicarbonato de sodio, lidocaínas, anfetaminas, acetona, gasolina roja y hasta insecticida. En algunos casos, explica Échele Cabeza, con polvo de ladrillo o cemento blanco. En el Cartucho, como le explicaron en su día antiguos habitantes del lugar a los investigadores municipales, con el polvo obtenido de raspar los huesos de los muertos. Había en abundancia.

La palabra ‘basuco’ se obtiene de la unión de tres palabras, ‘basura’, ‘sucia’ y ‘coca’, como recuerda el periodista Juan Carlos Forero, que trabajaba en la sección local del diario ‘El Espectador’ en la época, por decirle así, de esplendor del Cartucho. “El basuco ha estado muy presente en la vida de los habitantes de la calle de Bogotá, que históricamente se fueron concentrando en sectores como San Bernardo, Las Cruces, el Cartucho, El Bronx o Cinco Huecos, 'ollas' de vicio para la venta y consumo de estupefacientes al menudeo”. El basuco, añade, alcanzó a estar de moda entre las clases altas bogotanas a mediados de los años 80, pero rápidamente, de la denominación festiva de “cocaína para fumar” pasó a ser conocida como “la droga del diablo”. Los ricos habían descubierto las consecuencias a largo plazo. Sus efectos sobre el sistema cardiovascular y el sistema nerviosos central son demoledores.

El basuco es tremendamente adictivo, y el efecto de una 'bicha' (papeleta) es limitado, muy limitado: dura mientras se fuma. Por eso los adictos se pasan el día fumando, una pipa detrás de otra. No tiene nada de festivo. El basuco es el último escalón, el vicio por el vicio, la desesperación. Pura desesperanza.