El paradero de Mariano García Calatayud continúa siendo un misterio. La última vez que se le vio con vida fue el pasado sábado. Mientras sus paisanos de Carlet apuraban los instantes felices proporcionados por las primeras Fallas que se celebran desde que la pandemia impuso sus propias reglas, el antiguo capataz de la brigada de obras de Carlet era apresado por militares rusos en una fría calle de la ciudad ucraniana de Jersón, tomada por las tropas invasoras que Vladímir Putin ha enviado a orillas del Mar Negro. Los militares le forzaron a entrar en un vehículo a la una de la tarde del día 19, según han relatado algunos testigos. Durante unas horas su teléfono permaneció activo, pero el domingo se apagó y desde entonces se impone el silencio.

"No hay novedades por ahora, todavía no sabemos nada de él", apuntó este martes Olena, su mejor amiga, la mujer con la que ha compartido siete años de labor humanitaria desde que decidió en 2014 viajar a Ucrania para ayudar a la población afectada por la guerra de Crimea. "Su teléfono sigue sin responder. Estamos muy preocupados y tememos por su vida", admite desde el refugio que se ha buscado, lejos de la ciudad portuaria de Jersón, para permanecer a salvo no solo de los bombardeos de la aviación o la Armada rusa sino también de los comandos que capturan a los cabecillas de las células ciudadanas que se muestran más hostiles contra los intereses soviéticos.

"La invasión se venía programando desde hace años. Los soldados rusos han acumulado abundante información, los espías reunieron muchos datos y disponen de listas con los nombres de los líderes proucranianos", aventura Olena para explicar las razones que pueden aclarar por qué un español jubilado de 74 años se ha convertido en un objetivo militar para los invasores. "Es más, estoy convencida de que la próxima en caer voy a ser yo", añade sin mostrar en su tono de voz ningún atisbo de temor.

Ella descarta que se trate de ninguna detención. "Ha sido un secuestro. No se puede hablar de otra cosa", defiende antes de detallar que mucho antes de que los rusos se llevaran por la fuerza a Mario -como se le conoce en tierras ucranianas para evitarles a los lugareños la compleja pronunciación de su verdadero nombre, Mariano- "han capturado a mucha más gente". Olena está convencida de que los militares rusos "iban siguiendo al jubilado carletino desde hace tiempo y han acudido a por él cuando han creído conveniente".

Mario se ha significado mucho. Desde que, atraído por los relatos de su padre sobre la acogida que brindaron los ucranianos a los "niños de la guerra" españoles decidió marcharse allí con su pareja para brindar ayuda humanitaria a los afectados por la guerra de Crimea, no ha cesado de criticar el imperalismo ruso. Y en las semanas previas a su desaparición ha participado en varias protestas contra la ocupación militar. "Vivir bajo los bombardedeos es muy duro. Supongo que es fácil imaginar como lo están pasando quienes vivimos aquí", concede Olena para que los europeos empaticen con la tragedia que sufren sus compatriotas y comprendan el odio que sienten hacia los invasores.

Los dos han desarrollado durante años una gran labor social. Reparten "ropa, alimentos y material escolar" a través de una organización humanitaria. Y la acreditación de "veterano de guerra" conseguida por Mariano le ha facilitado esa tarea. Hasta el sábado.

La "gran amiga" del jubilado carletino, que se siente molesta cuando se le atribuye ser su "pareja", se ha puesto en contacto con la hermana y el hijo del desaparecido para informarles de lo ocurrido y confía que las gestiones que ha puesto en marcha el ministerio español de Asuntos Exteriores den pronto frutos. "Espero que las autoridades españolas puedan encontrar una rápida solución para que regrese", apunta, esta vez sí, con un hilo de voz que exterioriza sus emociones.