La celebración del Día de la Mujer trabajadora evidenció, esta semana, que la lucha feminista está más viva que nunca. Pocos días después, la situación que tuvo que vivir una estudiante de la Universidad Laboral de A Coruña puso de manifiesto por qué librar la batalla contra la desigualdad entre hombres y mujeres sigue siendo necesario. Esta joven, la primera de su clase en notas, y también la única mujer en el ciclo de Montaje y Distribución, se topó con la discriminación en primera persona.

“Mi pasión es llegar a ser soldadora. En clase somos 20, 19 chicos y yo. Todos han conseguido prácticas menos yo”, denuncia. La razón que la empresa esgrimió para rechazarla a ella, precisamente, dejó a la joven y a su madre sin palabras: “Me dijeron que no había vestuarios, ropa ni baños para chica”. Un mal trago que solventó con el apoyo de sus compañeros varones, que no daban crédito a la situación viendo las altas calificaciones de la joven, y también, gracias a la mediación de su tutora y profesora de Climatización y Soldadura, que dio, finalmente, con una empresa que sí quiere contar con ella para hacer las prácticas.

“Llegó a casa con lágrimas en los ojos. Como mujer, como madre y como feminista, a mi me hirvió la sangre”, asegura su madre, que no dudó en mover cielo y tierra para hallar una solución justa para su hija. Al borde de cumplir la mayoría de edad, la joven estudiante se topa con una entrada en el mundo laboral que no puede ser más lejana a la que hubiese deseado. “Ella decide irse por un mundo de hombres, y resulta que es la mejor de su clase. Se pregunta por qué no puede hacer lo mismo que los demás”, lamenta su madre. “Ni siquiera necesita un vestuario propio, ya que se pone el buzo de trabajo por encima de la ropa”, justifica.

Afortunadamente, las cosas se solucionaron para la alumna, que podrá hacer sus prácticas en una empresa con menos prejuicios y más disposición. Aún así, madre e hija creen conveniente que el caso se visibilice para que las jóvenes que quieran acceder a profesiones masculinizadas no tengan que pasar por lo mismo. “No me cabe en la cabeza que todavía siga habiendo estas prácticas. Hay que darle visibilidad a estas cosas”, resume la madre.