1940. En el arranque de la Segunda Guerra Mundial, Franco se afana en buscar un regalo a la altura de las expectativas de su cita con Hitler en Hendaya, en la Francia ocupada por el Ejército alemán. Y lo encuentra en el Museo del Prado: es un cuadro de Goya en el que la marquesa de Santa Cruz, disfrazada de musa, sostiene una lira en la que está aparentemente grabada una esvástica, el símbolo nazi que aspira a imponerse en toda Europa. El lienzo es comprado por el Estado por un millón de pesetas, pero finalmente no es entregado por Franco al Führer. Seguramente porque alguien advierte que la esvástica no era tal, sino un lauburu, una figura ancestral vasca similar a la cruz gamada.

1986. Tras casi cinco décadas desaparecido, el cuadro La marquesa de Santa Cruz, que iba a ser subastado en Londres tras salir clandestinamente de España, es rescatado por seis millones de dólares por el Gobierno de Felipe González y devuelto al Prado.

Entre ambas fechas, la obra de Goya se embarca en una odisea plagada de enigmas, entre los que figura una posible recalada en el pazo de Meirás, defendida, entre otros, por la Comisión de Recuperación da Memoria Histórica de A Coruña (CRMH), que sostiene que el cuadro salió subrepticiamente del pazo sadense tras el incendio de 1978.

El proceso judicial que ha desembocado en la devolución del pazo ha vuelto a poner el foco en las investigaciones que desde hace décadas señalan a la histórica mansión coruñesa como el almacén de valiosas obras de arte que acabaron en manos de la familia del dictador. Es el caso, por ejemplo, de las dos estatuas del Pórtico de la Gloria, un capricho de Carmen Polo satisfecho por el Ayuntamiento de Santiago en los años 50.

Otros supuestos bienes apuntarían a operaciones de las que no hay registros, tan solo pistas sin confirmación. Y comenzaron a cobrar fuerza en investigaciones publicadas tras el incendio del pazo en 1978, a los tres años de la muerte de Franco, cuyas extrañas circunstancias nunca fueron convincentemente aclaradas. Las especulaciones se dispararon apenas dos meses después del siniestro, cuando la hija del dictador, Carmen Franco, fue retenida en Barajas al pretender viajar a Suiza con un cargamento de joyas y antigüedades.

Ante el aluvión de informes que aludían entonces a un incendio provocado y a la desaparición de valiosas obras de arte, uno de los principales cronistas de la Transición, Pedro Rodríguez, dejaba en 1978 este hermético comentario en la revista Posible: "Aquí, hasta que doblemos el Cabo de Buena Esperanza de la Constitución, no sabremos qué hay que tapar, qué sustituir, qué cubrir con el pico de la alfombra"

Tiempo después, Jimmy Giménez-Arnau, nieto político del dictador, reconocería en su libro de memorias Mi vida con los Franco: "El incendio fue provocado; el fuego empezó por tres sitios distintos. Merry y yo pudimos comprobarlo personalmente. La noticia (el informe oficial que atribuyó un origen fortuito al siniestro en un solo punto) fue pactada". La marquesa de Santa Cruz es una de las piezas que apareció frecuentemente vinculada al incendio del pazo en las especulaciones periodísticas de la época. Sobre su misteriosa desaparición entre 1940 y 1986, existen varias versiones y en todas se le relaciona con Meirás.

Un reciente informe de El Confidencial sobre los tesoros que se ocultaron en el pazo afirma que "la CRMH coruñesa sospecha que pudiera estar entre las decenas de obras con las que el dictador decoró sus residencias, y que sus herederos pudieron sacar de España tras aquel misterioso incendio".

Una investigación presentada este otoño por el Museo de Bellas Artes de Bilbao, da a entender que Franco se apropió del cuadro tras el fallido regalo a Hitler y que lo vendió en 1947 al banquero vasco Félix Fernández-Valdés por un millón y medio de pesetas de la época con un cheque a favor del general Francisco Franco Salgado, primo y entonces secretario del dictador. "Franco robó La marquesa de Santa Cruz", afirma explícitamente en Twitter el periodista Peio H. Riaño, que firmó en El País este pasado octubre una crónica sobre la investigación del museo bilbaíno.

El informe de Bellas Artes desgrana una rocambolesca odisea del cuadro, que habría sido vendido en 1983 por una heredera de Valdés a un marchante que lo llevó clandestinamente a Londres. Según esta versión, el célebre lienzo de Goya habría sido ocultado en las residencias de Franco en El Pardo y Meirás entre 1940 y 1947, hasta su venta a Valdés.

Otro informe, aparecido en Público, añade al enigma la presunta participación del pintor ferrolano Álvaro Fernández de Sotomayor en la venta del cuadro en 1947, cuando era director del Museo del Prado. Casualmente, Sotomayor fue nombrado alcalde de A Coruña en 1938, el año en el que se gestó la fraudulenta donación del pazo al dictador y varios cuadros suyos figuran supuestamente en el actual inventario del pazo.

Entre los valiosos bienes artísticos que los historiadores aseguran que aún atesora el pazo de Meirás y que deben ser restituidos con la devolución del inmueble, se encuentran, como aseguran los investigadores Carlos Babío y Manuel Pérez Lorenzo en su libro 'Un pazo, un caudillo, un espolio', obras del pintor vasco Ignacio Zuloaga, además del conocido retrato que le hizo a Franco en 1941.

En un paradójico guiño del destino, resulta que Zuloaga es el autor de las tres obras elegidas precisamente por el dictador al final de la guerra civil para ser regaladas a Hitler, que fueron entregadas personalmente al Führer por el cuñado de Franco, Serrano Súñer, en la Cancillería del Reich en Berlín. El líder nazi correspondió al dictador español con un Mercedes.