Aprender a ser agradecido debería ser uno de nuestros objetivos educativos prioritarios. Tanto para nuestros hijos como para autoeducarnos.

Un padre de adolescentes se sentía obligado con sus hijos a conservar el nivel de vida que hasta ahora habían mantenido. Eso incluía clases particulares de sus deportes favoritos, colegio privado, viaje al extranjero en verano, mantener a todo trapo la segunda residencia, vestir con marcas caras, comprarles coche cuando llegara la edad, asignación semanal que permita codearse con los otros amigos de la urbanización. En definitiva, un saco sin fondo, al que ahora le iba a resultar más difícil atender por un cambio sustancial en sus condiciones laborales.

-Diles a tus hijos que hay que apretarse el cinturón, que agradezcan lo disfrutado y que ahora quizás toque valorar más las cosas - le dije con cariño a este padre atormentado.

-Tú no entiendes -me respondió tajante-. Mis hijos ya se han acostumbrado a ese nivel de gasto y no puedo dejar de dárselo.

Este padre rico en dinero, pobre en valores, ha permitido que sus hijos se levanten cada mañana cargados de derechos a los que no les dan ningún valor, ningún agradecimiento. La ausencia de lo que ellos consideran sus derechos -por ejemplo, tener que cancelar las clases de pádel- producirán su amarga queja y se convertirá en un drama, una enorme fuente de frustración.

En cierta medida, a todos nos ocurre eso -aunque no sea al nivel exagerado del padre del relato-. Nos creemos que tenemos muchos derechos. Tenemos derecho a tener salud, a tener una cama, a comer, a poder comprar un libro, llevar a nuestros hijos al cole, a tomarnos unas cañas, a ir de vacaciones, que el ascensor funcione, a salir a la calle…. hasta hace poco a respirar libremente sin llevar mascarilla. Que cualquiera de esas cosas ocurra no despierta en nosotros ningún sentimiento o acción de agradecimiento. “¡Faltaría más!”, nos decimos “Tenemos derecho a tenerlas y no encontramos ninguna razón para agradecerlas. En cambio, cuando faltan manifestamos nuestra queja.”

Dejamos de agradecer en la medida que creemos que tenemos derechos. Nos quejamos si lo que consideramos un derecho no se cumple.

El conferenciante, motivador, pastor argentino Dante Gebel nos propone este pensamiento que concluye con la archiconocida historia del accidente aéreo de los Andes en la que solo dieciséis personas -de un total de cuarenta y cinco- sobrevivieron a un accidente al ser rescatados después de setenta y dos días en los que tuvieron que superar la angustia, el miedo, el hambre (tuvieron que practicar canibalismo), el frío… mientras sabían que la operación de rescate había sido cancelada porque no encontraban forma de localizar el avión.

Fernando Parrado, uno de los supervivientes, que durante ese periodo de 72 días perdió a su hermana y a su madre, relata que cuando en el aeropuerto de origen embarcó fue informado que los pasajeros no tenían asignado asiento. Fernando se quejó haciendo valer su condición de pasajero frecuente pero su petición fue denegada. Cuando llegó al avión se sentó en la fila 9 porque todas las que estaban detrás estaban ocupadas. Esa fue su suerte: solo sobrevivieron pasajeros de las nueve primeras filas.

Este suceso real nos invita a pensar que nuestros hijos y nosotros viviremos mejor en la medida que interioricemos que cada mañana amanece sin ningún derecho y que cada bien que nos llega a medida que se va desarrollando el día es una oportunidad para agradecer. Es probable que así valoremos los buenos días de las personas que queremos, el desayuno nos sepa mejor y al cabo del día nos sintamos inmensamente mejor y más ricos que el padre de aquellos jóvenes y pedigüeños adolescentes con los que iniciamos este artículo.

Parrado, el superviviente de los Andes, nos pregunta, ¿en qué fila viajas tú? La vida es una ruleta. Si te ha tocado vivir en una de las nueve primeras filas, en la de los supervivientes, recuerda que no tenías derecho a ella. Simplemente, la suerte te ha acompañado.

Agradecer nuestra suerte diaria y compartirla nos va a hacer más grandes. Y si lo hacemos en compañía de nuestros hijos, será un inmenso regalo para toda su vida.

Reflexión final: Estos meses de pandemia (y los que nos quedan por venir) son una buena oportunidad para observarnos en este aspecto. Escuchamos a muchas personas quejarse, a muchas familias enteras regodearse en su mala suerte, a adolescentes que dicen que les han quitado su juventud y a otros que, en cambio, valoran más que nunca lo que tienen. Unos saben en qué fila del avión de la vida están, otros que también les ha tocado en la misma parte del avión, andan perdidos y atormentados.

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