Begoña Ibarrola es psicóloga y autora de cuentos infantiles como "Cuentos para sentir", "Cuentos para educar a niños felices" y "Cuentos para descubrir inteligencias". Hemos hablado con ella sobre la importancia de una buena gestión emocional durante el confinamiento, tanto en nosotros como en nuestros hijos. Pero también sobre otros temas que nos preocupan especialmente, como la búsqueda de la felicidad, cómo sobrellevar la muerte de un ser querido o cómo educar en la resiliencia para evitar las secuelas que se puedan derivar de la tesitura actual.

Begoña, en estas últimas semanas tanto nosotros como nuestros hijos hemos experimentado una gran cantidad de emociones, la gran mayoría de ellas relacionadas con la ansiedad, el miedo, la incertidumbre... ¿Qué importancia cobra la inteligencia emocional en estos momentos?

Precisamente en estas situaciones es donde se valoran más determinadas habilidades emocionales como la conciencia emocional, el autocontrol, la empatía, la resiliencia, etc... pero son habilidades que no se improvisan, sino que deben desarrollarse desde bien pequeños y entrenarlas todos los días, ahora tenemos muchas oportunidades para hacerlo. Como la educación emocional es un factor de prevención primaria inespecífica, en estos momentos la inteligencia emocional sirve como escudo al miedo, al estrés, a la depresión o a la ansiedad, no negando o censurando las emociones que sintamos, son normales y variadas, pero sabiendo como enfrentarnos a ellas y cómo salir de ellas.

A medida que enseñamos a nuestros hijos a manejar su mundo emocional, les estamos dando recursos y estrategias para saber qué pueden hacer cuando se sientan enfadados o tristes o sientan miedo, qué potencial tiene esa tristeza, ese miedo o ese enfado, qué mensajes nos quieren dar esas emociones, pero también cómo ayudarles a gestionar esas emociones, que son legítimas pero que deben aprender a manejar.

Las principales lecciones emocionales se dan a través del ejemplo: conciencia de las emociones, autocontrol, optimismo, resiliencia, empatía, solidaridad, etc... se pueden aprender, ahora en familia. Estoy completamente segura de que los niños que han recibido educación emocional y los adultos que se han ocupado de desarrollar su inteligencia emocional se consideran ahora unos privilegiados, porque tienen herramientas para hacer frente a las dificultades y a los difíciles retos a los que nos enfrentamos.

¿Cómo podemos gestionar de la mejor manera posible todas estas emociones y ayudar a nuestros hijos a que gestionen las suyas? Un reto muy complicado, sobre todo teniendo en cuenta que nosotros mismos no sabemos muy bien cómo afrontar todo lo que está ocurriendo...

Debemos tener en cuenta que la fortaleza frente a la adversidad es un rasgo de la personalidad humana y por tanto es bueno reconocer que podemos salir fortalecidos de esta situación los adultos y también nuestros hijos si les ayudamos. En primer lugar, hay que aceptar las emociones, ponerles nombre, comprenderlas, saber su causa, después invitarle a marcharse si no nos ayuda a sentirnos bien. Tenemos que aceptar, y esto es obligado en estos momentos, que el ser humano no puede controlarlo todo, que hay cosas que no queda más remedio que aceptar. La aceptación de la situación, que no es resignación, implica utilizar un lenguaje interior que me permita navegar en medio de mares turbulentos, mensajes que ayuden a los adultos y a los niños a tener confianza en que los problemas se van a superar, vamos a salir de esta situación, pero no cuando queramos ni de la forma que queramos sino siguiendo directrices de las personas que saben cómo hacer frente a una pandemia.

Los niños deben saber lo que está pasando, hay que contarles las cosas con claridad, pero siempre teniendo en cuanta su edad o madurez, bien con un cuento sobre un bichito malo que quiere entrar en nuestro cuerpo, en nuestra casa y hacernos enfermar y al que podemos combatir, o si son un poco más mayores, a partir de 6 años, dándoles explicaciones realistas, que comprendan la gravedad de lo que está sucediendo, aunque siempre deben sentirse seguros. Debemos explicarles que si seguimos las recomendaciones que nos marcan, ese es el objetivo, que sigamos sanos, que no podamos contagiar a nadie. No sirve de nada ocultar lo que pasa, pero tampoco dar informaciones que no van a comprender.

Gestionar emociones es más fácil cuando en el ambiente familiar existe el respeto a cada miembro de la familia, los hijos se sienten seguros y amados de forma incondicional, si hay escucha atenta por parte de los adultos, pero también límites y normas claras, consuelo, apoyo y empatía.

No cabe duda de que esta situación nos reta a todos, adultos adolescentes y niños. No podemos blindar a los hijos, ni debemos sentirnos culpables si aparecen momentos de irritabilidad o perdemos los nervios, pedir perdón forma parte de una buena convivencia familiar. Solo podemos darles herramientas para hacer frente a las dificultades y ayudarles a que confíen en sus propios recursos internos, recursos como el humor, el optimismo, la ilusión, la esperanza, la creatividad, etc... que pueden desarrollarse como antídotos emocionales frente al virus.

Hay una aspiración que probablemente todas las madres y padres compartimos y es que nuestros hijos sean felices, pero ¿se puede ser feliz siempre, independientemente de las circunstancias de la vida? ¿Podemos enseñar a nuestros hijos a ser felices?

Sí, por supuesto. Se pueden desarrollar actitudes que potencien la felicidad porque esta es una construcción personal. Yo puedo poner mucho de mi parte para potenciar eso. En primer lugar, cambiando las actitudes negativas que no nos enfocan al optimismo. Hay varias claves que pueden contribuir a la felicidad, pero las actitudes personales son muy importantes. Por ejemplo, el ponerse metas e ilusiones en la vida, pero que sean realistas, es algo que potencia la felicidad y el bienestar.

Otro elemento que potencia la felicidad es tener una red social de amigos con los que se pueda conversar, te aporten y muestren afecto, aunque sea distancia. Otra cuestión es utilizar hobbies, dedicar tiempo para uno mismo y a actividades que nos ayuden a estar bien. Hay elementos preventivos muy importantes como desarrollar técnicas de relajación o control del estrés. Cantar, bailar, hacer ejercicio potencia el bienestar... y, sobre todo, está la actitud optimista, el centrar más la atención en las cosas positivas de cada día, sin negar las negativas. Esta situación de cuarentena también tiene su parte positiva y es bueno encontrarla. Es lo que se llama optimismo realista, inteligente. Esa visión de que todavía queda la mitad del agua de la botella, de que mucha gente se recupera de la enfermedad, muchas personas están siendo solidarias, de todas situación difícil se puede salir, etc...

El principal obstáculo que encontramos a la hora de conseguir mejorar nuestro bienestar y potenciar la felicidad son las creencias acerca de lo que realmente nos ayuda o no a ser felices. Algunos tienen la idea falsa de que la felicidad se puede conseguir fuera, a través del tener, y se están dando cuenta de que la felicidad está dentro, que tiene que ver más con el ser y con la gestión de emociones, con ser capaz de generar emociones positivas, tanto en nosotros como en las personas que nos rodean, con tener una misión y un propósito en la vida.

Existen una serie de propuestas, ya investigadas, que contribuyen significativamente al bienestar personal, y que son susceptibles de ser aprendidas. Estar bien es una obligación si queremos ser felices, pero a veces nuestra mente suele estar más enfocada en lo negativo que nos pasa que en lo positivo, es natural, debemos saber que nuestro cerebro está más enfocado en las experiencias y emociones negativas que en las positivas porque está programado para la supervivencia, no para la felicidad. Por eso la vida diaria debe convertirse en escenario de un aprendizaje continuo, no exento de momentos difíciles, de dificultades como las que vivimos estos días, pero de lo más apropiado para el aprendizaje de la felicidad. Podemos elegir aprender a ser felices y también podemos enseñarles a nuestros hijos a encontrar la verdadera felicidad, cultivando su propio bienestar y, como en todo aprendizaje, debe existir constancia, enfoque y motivación.

Sabemos que no existen emociones positivas o negativas, que es importante permitirnos (y permitir a nuestros hijos) experimentarlas todas y legitimarlas. Por ejemplo, sería normal en estos momentos que nuestros hijos se sintieran tristes o ansiosos. Sin embargo, una cosa es legitimarlas y otra es estancarnos en esas emociones. ¿Cómo podemos evitar esto, tanto en nosotros como en nuestros hijos?

El malestar emocional que se concreta en miedo, ansiedad, irritabilidad, preocupación, enfado, etc... es natural dada la situación imprevista y anómala en la que nos encontramos. En primer lugar, debemos legitimar todas las emociones que aparezcan, tanto en los adultos como en los niños, pero legitimarlas no implica convertirnos en esclavos de ellas. Solo una buena gestión emocional nos permite comprender la información que nos aporta cada una, pero también no abonarla ni hacer que nos secuestre a través de pensamientos rumiantes, sino ser capaces de salir de ellas y generar emociones positivas que potencien el bienestar, en medio de esta situación.

Es habitual escuchar quejas de los padres sobre el poco tiempo que tienen para estar con sus hijos, y ahora es un momento muy adecuado, porque estamos compartiendo mucho tiempo con ellos, para dar lecciones de educación emocional. No obstante, en este confinamiento obligado, más de uno se confiesa sobrepasado y está deseando que vuelvan al colegio. Es normal, una cosa es pasar más tiempo con los hijos, pero atender también otras facetas de tu vida, y otra bien diferente es tener que compaginar el teletrabajo, las tareas diarias del hogar con la atención a los hijos las 24 horas. Esta situación puede desbordar emocionalmente a todos, padres e hijos, y requiere mucha paciencia, control emocional y empatía.

Existen mucho métodos que podemos emplear, el primero es cambiar el foco de atención. Si estamos enfadados porque no podemos salir, en vez de estar dando vueltas al tema, una estrategia es desviar la atención y ponerla en actividades, o bien obligadas, o de nuestra elección, como por ejemplo leer, escuchar música, jugar, cantar o bailar, etc... por eso organizar tiempos diferentes y horarios durante el día es una forma de calmar la mente y salir del caos. Otra estrategia es aprender alguna técnica de relajación sencilla, algo tan fácil como respirar profunda y lentamente, nos ayuda al control emocional. Buscar momentos de soledad, lugares donde pueda calmarse los adultos y los niños, un rincón de la calma en casa, una tienda de campaña, un lugar secreto, etc... donde se pueda uno recuperar después de una explosión emocional o donde pueda ir para evitarla.

Compartir emociones en familia puede marcar la diferencia en cómo se viva la cuarentena. Aprovechemos esta ocasión que nos brinda la vida para estrechar lazos, compartir experiencias, conocernos mejor, sentirnos un equipo. Cuando hablemos de estos días dentro de unos años, ¿qué momentos recordaremos? Las emociones son el pegamento de los recuerdos, es bueno tenerlo en cuenta.

Muchas familias van a sufrir de cerca una de las peores consecuencias de toda esta situación: la pérdida de un ser querido, agravada por no poder estar a su lado ni despedirse. ¿Qué consejos nos das para sobrellevar esto en el caso de vernos en esta situación?

A lo largo de la vida y de forma inevitable el ser humano se encuentra con situaciones de pérdida, bien sea por la muerte de un ser querido, de una mascota, etc... Temas como la muerte y el abandono pueden provocar mucho sufrimiento y desconcierto en aquellas personas a las que se les haya ocultado este aspecto más duro de la vida, haciéndoles creer en una existencia llena de felicidad y de continua satisfacción.

Por este motivo, enseñar a vivir a un niño no es solamente mostrarle las cosas buenas y agradables de la vida, sino también ayudarle a comprender que en ella hay sufrimiento y dolor, pero que puede y debe compartirlo con las personas queridas que tenga a su alrededor. Si preparamos bien a los niños para enfrentarse a estas situaciones y a los sentimientos que provocan, sabrán manejarlos mejor cuando aparezcan y tendrán recursos internos para hacerles frente.

La muerte es la otra cara de la moneda de la vida. Todo lo que tiene vida puede morir, y eso es algo que debemos enseñar a los niños desde bien pequeños para que lo vean como un proceso natural. Hay otros aspectos más relacionados con lo que sucede después de la muerte que nos permite entrar en el mundo de las creencias, que son muy diferentes de una religión a otra, de una familia a otra.

Una de mis publicaciones se titula "Cuentos para el adiós"; contiene 30 cuentos divididos en tres capítulos que tratan de la muerte, el abandono y las diferentes creencias en el más allá. Lo escribí hace muchos años y a demanda de padres y educadores, porque muchos adultos les da miedo o se sienten inseguros ante este tema. El cuento puede ser un buen recurso para abordar el tema con los hijos. Se tiene miedo en general de hablar a los niños de la muerte y esto es un error.

Por otro lado, si un niño está viviendo esta situación porque en su entorno más cercano se ha producido un fallecimiento, resulta importante conocer la idea que se hace de la muerte. Tal noción puede variar, según el bagaje de sus experiencias y el momento evolutivo en el que se encuentre. En general, los niños menores de cinco años tienen una concepción de la muerte bastante rudimentaria. La describen como un sueño largo, un viaje u otra manera de vivir. Para ellos es un fenómeno pasajero y reversible, pero, a partir de esa edad, comienzan a descubrir que la muerte implica un cambio fundamental y sienten que se tambalea su confianza en un entorno que debería brindarles seguridad y protección. Aun así asocian la muerte con la enfermedad y la vejez, y a veces con hechos violentos o accidentes. Sin embargo, es a partir de los seis o siete años, cuando ya son capaces de comprender que la persona desaparece para siempre, que la muerte es un hecho definitivo, irreversible y universal, que afecta a mayores y a pequeños.

Los niños tienen que ver este proceso con naturalidad y los padres deberían aprender a comentar de forma sencilla con sus hijos este tema que a veces les preocupa tanto. Sé que mis cuentos están ayudando a muchos padres y educadores y eso me hace muy feliz. En estos momentos donde las cifras de muertos abren los telediarios es más importante que nunca, hablar del tema, acompañarlos en la tristeza si saben de alguien que está enfermo o que ha muerto, familiar o amigo, aceptar el proceso de duelo, protegerles ante este sentimiento de vulnerabilidad que es natural, pero, sobre todo, permitirles sentir tristeza, llorar, sin querer que salgan de ella de forma prematura. Y permitirnos como adultos, expresarla también ante ellos y compartir esos momentos tan duros.

Los niños que están atravesando el duelo pueden exteriorizar su pesar a través del llanto y la tristeza, pero su pena también puede manifestarse a través de la rabia, la ansiedad o la inquietud. Lo importante es estar alerta respecto a lo que le va sucediendo, animándolos a expresar lo que sienten. Si perciben que sus sentimientos son aceptados por su familia, los expresarán más fácilmente, y esto les ayudará a vivir de manera más adecuada la separación. Frases como: "No llores", "no estés triste", "tienes que ser valiente", "no está bien enfadarse así", etc... pueden cortar la libre expresión de emociones e impiden que el niño se desahogue, causando una represión emocional que casi siempre tiene consecuencias negativas.

Proteger a los hijos excesivamente de la realidad solo hace crecer personas frágiles, que, ante la menor dificultad, dolor o contratiempo, se vienen abajo por eso pienso que, una de las tareas fundamentales de la educación, es preparar a los niños para la vida, ayudándoles a aceptar la muerte.

Estamos muy preocupados por las secuelas psicológicas que se pueden derivar de esta situación, ¿cómo podemos prepararnos y ayudar a nuestros hijos para evitar, en la medida de lo posible, que esto conlleve consecuencias a largo plazo?

Los niños necesitan jugar, moverse, correr, relacionarse con otros niños y con la naturaleza, y curiosamente desde el primer momento de la cuarentena se tuvieron en cuenta las necesidades de los perros antes que las de los niños. Deberían poder salir a jugar, a correr, aunque sea un espacio delimitado y protegido, y por un tiempo limitado, pero el confinamiento en casa requiere una habilidad especial de los padres por organizar su tiempo, darles diferentes opciones de entretenimiento, ayudarles a ser responsables con los deberes, etc...

Lógicamente dependiendo el entorno en el que vivan los niños y la forma que tenga su familia de abordar esta cuarentena, las secuelas serán muy diferentes, incluso puede que no se presenten secuelas psicológicas, aunque la inactividad puede pasar factura a nivel físico. Es posible que se refuercen los lazos familiares, se conozcan más unos a otros, descubran aficiones, se cuenten secretos, compartan experiencias divertidas, se repartan tareas del hogar, etc... o puede que suceda todo lo contrario, que haya tensiones, que no se busquen momentos para hablar y compartir, que salgan todos los rencores almacenados, que el malestar emocional se contagie entre todos los miembros de la familia y provoque una convivencia difícil... depende de cada familia, pero sobre todo depende de los padres y madres, de cómo reaccionen los adultos en esta situación desconocida y para la que no tenemos recursos basados en la memoria.

Si ven mucho miedo a su alrededor, pueden sentirlo ellos también, si hay algún enfermo o fallecido en su familia, sentirán, como es lógico, la tristeza y la amargura de sus familiares, que además no se pueden despedir del ser querido, y necesitarán hacer su duelo, como un proceso natural. Si están en un entorno de mucha tensión, puede aparecer ansiedad y estrés. Lo que no cabe duda es que todos los seres humanos podemos ser resilientes, y en el desarrollo de esta capacidad, las familias pueden ayudar mucho a sus hijos con su ejemplo.