El coeficiente intelectual no es la única garantía de éxito en el ámbito profesional, social o personal. La capacidad de ser conscientes del contenido de nuestros pensamientos, de reconocer cómo nos sentimos, de comunicarlo, de comprender la función que se esconde detrás de un pensamiento y de una emoción, de escuchar activamente, de tomar distancia del conflicto y analizar soluciones no intentadas, de poner límites y decir no, de autoempatizar con nuestro yo, etc., son habilidades propias de la inteligencia emocional que ayudan a relacionarnos con nuestro entorno de un modo constructivo.

Ser inteligente emocionalmente no significa "no perder nunca el control", del mismo modo que no se traduce en "no tener ansiedad", "no sufrir" o "no tener miedo".

Ser inteligente emocionalmente significa comprender qué ha sucedido y tener estrategias para responder. Ser inteligente emocionalmente significa escuchar la ansiedad como un mecanismo de alerta que, en algunos casos, estará activado por pensamientos de "no ayuda". Ser inteligente emocionalmente significa regular dichos pensamientos y encontrar otro camino de solución. Ser inteligente emocionalmente significa permitirse estar triste sin dejar que la emoción sea quién decida (como por ejemplo en el caso de la depresión). Ser inteligente emocionalmente significa sentir que somos los protagonistas de nuestra propia historia de vida.

El sistema de pensamientos y emociones y la metáfora de las gafas

Cada persona posee un sistema de pensamientos y emociones único. Los demás pueden empatizar con él, pero cada individuo es experto en su propio contenido. Partiendo de este preámbulo, podemos decir que la inteligencia emocional es aquella parte de la inteligencia que fija especial atención en la funcionalidad de dicho sistema y busca las herramientas necesarias para velar por su sostenibilidad.

Así pues, cada uno de nosotros lleva puestas unas 'gafas' desde las que construye su visión de la realidad y lo hace a partir de cuatro factores esenciales. El primero es la experiencia vital, es decir, todas aquellas vivencias que tenemos a lo largo de la vida y que condicionan este sistema de pensamientos y emociones. El segundo es la herencia emocional; cada persona forma parte de una familia, de una ciudad, de una cultura, etc. Existe toda una batería de elementos sociales y educacionales que nos han sido transferidos y que influyen en cómo entendemos el mundo.

El tercer factor son aquellos rasgos que definen la personalidad; dichos rasgos también tienen un papel en el 'enfoque' de nuestras gafas. Y el cuarto es el momento vital en el que nos encontramos, el 'aquí y ahora'; con 50 años no vemos la vida igual que con 25.

Un sistema sostenible

Conseguir nuestros objetivos está bien, pero no a cualquier precio. Cuando decimos "a cualquier precio" nos referimos al precio del sufrimiento, al precio de la aparición de la ansiedad disfuncional.

La ansiedad es un mecanismo de defensa natural necesario para la supervivencia. Sin ella no podríamos reconocer un peligro y responder ante el mismo. El problema aparece cuando esta respuesta no es proporcional a la realidad del momento y lo que debería ser una ayuda se convierte en un lastre. Es entonces cuando no estamos funcionando de un modo inteligente emocionalmente.

La ansiedad funcional es un mecanismo que:

  • Contempla nuestras necesidades.
  • Analiza los elementos que constituyen el contexto/situación en el que nos encontramos.
  • Revisa los recursos con los que contamos y/o podemos contar.
  • Nos conduce hacia la acción.
  • Promueve pensamientos basados en la realidad del aquí y ahora.
  • Vela por nuestro bienestar.

Por el contrario, la ansiedad disfuncional:

  • Entorpece en lugar de echar una mano.
  • Limita en lugar de advertir.
  • No describe el momento actual, augura escenarios que aún no han sucedido.
  • Sus predicciones tienen un carácter especialmente negativo e incluso catastrófico.
  • Despierta alertas no inteligentes dado que no hacen referencia a la realidad del momento.
  • Desgasta y absorbe energía vital necesaria para desarrollar otras facetas.
  • Resta funcionalidad y sostenibilidad a nuestro sistema de pensamientos e emociones (a nuestras 'gafas').

Así pues, el valor de nuestros logros, en parte, dependerá del coste que paguemos por ellos. Es decir, aún conseguir el objetivo que nos propongamos, será importante analizar qué desgaste físico y mental requiere su montaje y mantenimiento.

Por todo ello, los retos inteligentes emocionalmente serán aquellos que no nos cuesten un precio demasiado elevado.La inteligencia emocional se hace, "no se nace"

La inteligencia emocional se hace, por lo que podemos entrenarla a lo largo de la vida. Desarrollar la inteligencia emocional significa poner en duda ciertas 'zonas de confort' desde las que nos sentimos seguros -pero no confortables- y descubrir qué existe fuera. Salir de la zona de confort supone contemplar nuevos puntos de vista, poner en práctica nuevos modos de hacer, crear nuevos pensamientos, sentir nuevas formas de ser y estar, aumentar la capacidad por crear y reestructurar.

En ocasiones permanecemos inmóviles en ciertas zonas de confort por miedo a lo desconocido, por inseguridad, por incredulidad hacia nuestro potencial. Seguir encerrados también tiene un precio.

En este sentido, ser inteligentes emocionalmente significa ser conscientes del grado de bienestar que ganamos y perdemos dentro y fuera de la zona de confort con el fin de fijar un objetivo que nos dirija hacia el cambio en el momento adecuado -no siempre es inteligente salir de una zona de confort, es importante buscar el modo y el momento acorde a nuestras necesidades y las del entorno-.

Cada día es una oportunidad para entrenar la inteligencia emocional

En el día a día ponemos a prueba nuestro sistema de pensamientos y emociones cada vez que nos relacionamos con el entorno. Tomar la responsabilidad sobre el manejo de nuestras 'gafas' es lo que nos otorga capacidad de gestión y control.

Así pues, cada interacción con el mundo es una oportunidad para:

  • Identificar los sentimientos propios y ajenos (ponerles nombre y apellidos).
  • Comprenderlos (¿cuál es su función?).
  • Expresarlos (darles voz).
  • Controlarlos (qué expreso, cómo lo expreso y cuándo lo expreso).
  • Utilizarlos de modo que nos conecten con los demás.
  • Diferenciar la responsabilidad propia de la ajena (en toda comunicación existe una co-responsabilidad).
  • No tomar un exceso de responsabilidad.
  • Poner límites.
  • Escuchar nuestras necesidades.
  • Promover pensamientos que conduzcan hacia objetivos sostenibles.

Vela por la funcionalidad de tus 'gafas', recuerda que cada momento es una oportunidad para entrenar tu inteligencia emocional.

Mª Teresa Mata Massó, psicoterapeuta formadora en el entrenamiento de la Inteligencia Emocional presencial y online