M e hallaba a punto de atravesar la frontera que separa la vigilia del sueño cuando me despertó el ruido de una puerta al cerrarse con una violencia extrema. Abrí los ojos aturdido y me levanté para ver si me había dejado abierta alguna ventana. Recorrí habitación por habitación comprobando que todo estaba en orden. No había, en fin, ninguna corriente de aire que justificara el portazo. Tampoco logré averiguar qué puerta lo había producido, pues todas estaban cerradas. Regresé a la cama con una inquietud difusa asentada en la zona de los pulmones como un grumo de niebla. Me encogí entre las sábanas y cerré los ojos. Entonces, al revisar mentalmente lo sucedido, comprendí que la puerta que se había cerrado no pertenecía a la realidad, sino al sueño. Poco a poco, dándole vueltas al asunto, logré alcanzar el punto de relajación que precede a la pérdida de la conciencia. Entonces, escuché un grito que me obligó a volver en mí. Me pareció que procedía del piso de abajo, lo que resultaba imposible porque no había nadie más en casa. Aunque sospeché que el grito, como el portazo, pertenecía al sueño, me levanté de nuevo y recorrí toda la casa asegurándome de que no había nadie escondido detrás de los muebles o debajo de las camas. La tele del salón estaba apagada, lo mismo que la radio de la cocina, que con frecuencia se queda encendida durante horas sin que nadie le preste atención.

Volví a la cama en un estado de desasosiego indeseable y permanecí quieto, con los ojos abiertos, observando las sombras del techo. Algo grave ocurría en ese sueño al que no lograba acceder del todo. Primero un portazo, luego un grito. ¿Qué sería lo siguiente? Al rato, comprendiendo que el insomnio ya no me abandonaría, encendí la luz y abrí una novela que tenía reservada en la mesilla de noche y cuya lectura aún no había comenzado. En las primeras líneas, alguien que estaba a punto de dormirse se despertaba a causa de un portazo del que no sabíamos si procedía del sueño o de la vigilia. Tras el portazo, se escuchaba un grito agudo, también de complicada localización. Cuando estaba a punto de preguntarme qué rayos pasaba, sonó la alarma del móvil y me desperté a la hora de siempre. Pero me levanté agotado, como si no hubiera pegado ojo en toda la noche.