L os independentistas catalanes no guardaron luto por el 17-A. Estaban más ocupados en librar el pulso de las urnas de octubre que de plantear una imagen de unidad responsable y visible con que demostrar firmeza frente al terror. Tampoco hubo, y eso todavía resulta más inquietante, demasiada preocupación por el yihadismo que incubaba el huevo de la serpiente en Cataluña. Por ese motivo, entre otros, ahora nos preguntamos por qué el imán de Ripoll predicaba con total impunidad la guerra santa, y los miembros de la célula terrorista que participaron en los atentados de Barcelona alquilaban casas a okupas para fabricar bombas sin ser detectados por los Mossos d' Esquadra y las Fuerzas de Seguridad del Estado.

Todo ello se destila como un veneno retardado, un año después, coincidiendo con los preparativos del homenaje a las víctimas, que está sacando a la luz los peores vicios de la falta de convivencia y la necia desesperación soberanista en un momento en que la generosidad y la altura de miras deberían sobreponerse a cualquier tensión.

La unidad contra el terrorismo es fundamental para combatirlo. Sin ella no existe manera de acabar con él. En la magnífica serie de televisión "The Looming Tower", inspirada en el libro del mismo título de Lawrence Wright, se cuenta de forma dramática cómo la falta de entendimiento entre la CIA y el FBI trajo como consecuencia que los yihadistas que atentaron contra el World Trade Center, en Nueva York, permanecieran meses en Estados Unidos sin ser neutralizada su presencia.

Luego pasó lo que ya todos conocen y se tradujo en el inicio de una era tormentosa.