D esengañémonos: la recuperación económica no llega a las clases menos favorecidas porque se trata de una forma de recuperación diseñada para que no llegue. Deberíamos ir tomando conciencia de esto para evitar el malentendido de que son unas fuerzas sobrenaturales las que lo impiden. No hay nada de sobrenatural en unas leyes que permiten la explotación del hombre por el hombre. Están hechas aquí, en la Tierra, redactadas por gente como usted o como yo, por bípedos que se alegran cuando les nace un hijo o se les muere una madre. No es orogenia ni tectónica, no hablamos de fuerzas telúricas empeñadas en que los pobres sean cada vez más pobres y los ricos más ricos. Es pura maldad económica disfrazada de tecnicismos que los poderosos sirven cada día a los editorialistas. Se sienta uno a ver las noticias y se apiada de los pobres millonarios que no logran hacer llegar parte de su prosperidad a las clases medias castigadas por la crisis (o por lo que venimos llamando de ese modo). Se esfuerzan, sí, vienen a contarnos los expertos de turno, pero no llegan, quizá por falta de colaboración de los necesitados, que producen poco.

La Reforma Laboral, por ejemplo, no son las Tablas de la Ley. No hubo un Moisés que fuera a recogerlas a la cima del monte Sinaí de la misma mano de Dios. La Reforma Laboral, causante de que la recuperación "no llegue", se fraguó en despachos con moqueta y muebles con incrustaciones de marfil. Y fue entregada por los poderes económicos a los políticos responsables de la cosa. Otro asunto es que dichos políticos creyeran que el mundo financiero era el Sumo Hacedor y sus cubículos el monte sagrado. De modo que cuando leamos titulares de prensa bajo los que se filtra la idea de que la recuperación económica no llega a las capas inferiores por culpa de la geología, pongámonos en guardia. Cabreémonos. No llega porque está pensada para que no llegue. No llega porque aquí (signifique lo que signifique aquí) se ha dibujado una organización social que perpetúe las diferencias y acabe con el ascensor social, todo ello envuelto en un discurso económico calcado de una oratoria religiosa productora de resignación y conformismo, cuando no de hastío.