D oce niños y su entrenador esperan en el vientre de la tierra en Tailandia que la moneda lanzada al aire por los dedos del destino caiga del lado de la cara o el de la cruz. Todas las esperanzas están puestas en que el hilo de Ariadna, que permitió a Teseo salir indemne del laberinto de Creta tras acabar con Asterión, les sirva de guía para volver al exterior.

De vez en cuando la vida nos besa en la boca y a colores se despliega como un atlas, empieza Serrat una de sus canciones. En otros de vez en cuando la vida nos enseña sin embargo qué débil es el hilo que nos une a ella y qué caprichoso en sus cualidades de resistencia y fragilidad. Es el mismo hilo del que pendemos en cada instante, en el que nos enredamos, seguramente sin necesidad. El que nos ata a unos con otros a través de los sentimientos más humanos, hilos de amor, hilos de odio, hilos de fraternidad, hilos de recelos, hilos de envidia o de generosidad. Hilos que forman la tela de araña que nos sujeta en ese punto del espacio y en ese momento del tiempo en el que nos vemos a nosotros mismos sin que de nosotros mismos dependa el estar o el no estar.

Como en la famosa paradoja del gato de Schrödinger que da forma inteligible a uno de los principios de la mecánica cuántica, de no ser por el fino hilo de buceadores que da fe de su supervivencia, los cautivos en la gruta podrían estar, para nosotros, a la vez vivos y muertos. Ni una ni otra circunstancia dependería de ellos, tampoco de nosotros, meros observadores de la tierra que cubre la cueva.

En ese término "a la vez" se esconde toda la esencia del camino por el que la física moderna trata de encontrar respuesta a la primera, gran y, en realidad única pregunta: ¿Qué es la vida? Para los trece prisioneros los buzos son ahora el único hilo que los une a la vida. Un delgado cordón umbilical que en ese vientre de tierra y agua les aporta oxígeno, alimento e hidratación y los conecta al exterior. El único hilo que les importa, lejos de las profundidades físicas o metafísicas. Vivir o no vivir, esa es la cuestión.

Vivir o no vivir son los dos platillos de la balanza, los pétalos de las margaritas, los dos componentes del binomio esencial. Es ese código binario en el que programamos los ordenadores, on-off, cero-uno, sobre el que se sustentan el magnetismo y la electricidad, on-off, positivo-negativo y en el que está construida la vida, simetría derecha-izquierda en nuestra anatomía y en nuestro raciocinio.

A los chicos de Tailandia los vemos y rogamos por su rescate. Pronto sabremos si sobreviven o no y entonces, justo en ese momento sabremos si cuando yo escribo o tú lees, realmente aún estaban vivos o ya no.

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