E n apenas dos días he escuchado diecisiete voces de todo signo diciendo, sin dejar lugar a dudas que me representan. Unos representan a "los españoles", otros a "los zamoranos". Y resulta que yo no me siento representado por ninguno de ellos, ni considero que lo hagan, entre otras cosas porque ninguno me ha preguntado sobre la actual situación.

Siempre me ha resultado chocante cómo algunos políticos, muchos políticos, cada vez más políticos, de todos los niveles, de poco nivel más bien, cada vez de menos nivel, intelectual, formativo e incluso de nulos fundamentos ideológicos, para expresar lo que ellos piensan (o lo que les han ordenado que piensen), necesitan recurrir a la muletilla de manifestarse portavoces de la colectividad, que no es otra cosa que el agregado de individuos, cada uno de nuestro padre y nuestra madre.

Los barones socialistas que se mostraban, muy dignos ellos, dispuestos a plantarse ante cualquier acuerdo de gobierno que dependiera de los votos independentistas, ahora, inmediatamente, sin solución de continuidad, no solo callan o esconden la cabeza bajo el ala, sino que como ya han hecho el extremeño Fernández Vara o el aragonés Lambán y, tras ellos, en posición de pase de revista lo irán haciendo todos y cada uno de los demás, empiezan a defender justo aquello ante lo que iban a plantarse.

No busquemos el porqué de tal cambio en un programa de gobierno diseñado a conciencia, plasmado por escrito y dado a conocer con luz y taquígrafos. El porqué solo tiene una razón y una causa, no son caudillos de sus bases, sino aristócratas del partido cuyo nombramiento y continuidad depende única y exclusivamente del capricho del César de turno.

No hay tribunos de la plebe, sino delegados de la superioridad, buenos sabedores de que es hoy más cierta que nunca la sentencia de Alfonso Guerra de que el que se mueve no sale en la foto. Da igual de a qué partido nos refiramos porque, en esto, todos siguen el mismo guión. De eso hablamos, de la foto, el cartel electoral en el que todos necesitan aparecer como máximo de aquí a un año.

Lo mismo cabe decir de quienes en el PP saben ahora que lo que veníamos cantando ciertos "agoreros" hace tiempo -más de una década ya-, se ha hecho realidad: que el "no hacer" de Rajoy le evitaría a corto plazo alguna huelga general, algunas diatribas (pocas) envenenadas de los de enfrente o de los medios de comunicación, pero no el colapso final, la hecatombe que al estilo clásico supone el sacrificio de cien bueyes. Más de cien son los que en estos días caerán, muchos más de cien los que buscan consuelo y acomodo, entre sollozos y proclamas de "injusticia", como si la política que ellos mismos han convertido en mero ejercicio de ceguera, sordera y obediencia tuviera que ser justa (aunque desequilibrando la balanza otra vez en su favor), cuando es bien sabido que la propia vida no lo es.

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