T ratar de reducir algo tan amplio y complejo como la vida humana, el desarrollo individual y la interacción social a un solo concepto, idea o abstracción como definición es tan absurdo como imposible. Pero entre aquellos elementos diferenciales de la especie humana con respecto al resto de los seres vivos que poblamos el planeta, un puesto en la cúspide lo representa la cultura. La capacidad que la humanidad ha desarrollado para poner en común aquellos códigos universales que componen la creación cultural, el arte en su más amplio entendimiento.

Llegar a la determinación de un canon de belleza y proporción, como los escultores de la antigua Grecia o en el Renacimiento. A una sincronía en la combinación de los colores. A un ritmo en la composición poética desde los primeros cantos de gesta y epopeya. A una armonía y un "tempo" en la composición musical. Todos son, distintos y uno solo, elementos esenciales a la vida en civilización, en los que apenas nos fijamos por parecernos tan obvios y "naturales". Podemos recorrer cualquier rincón del mundo y momento de la historia y encontraremos manifestaciones culturales en apariencia diversas pero que al final responden a las mismas pautas físicas y matemáticas.

Es seguro que el, aún por descifrar, código fuente del universo responde a las mismas normas estructurales que la longitud de onda de los colores, las reglas universales del cálculo matemático, la proporción y el equilibrio inamovible de la escala musical, la frecuencia de onda de la actividad neuronal y el ritmo cardiaco y la tensión de circulación sanguínea por nuestras arterias. Así ocurre también con el desenvolvimiento de los ciclos naturales, con la velocidad de crecimiento de nuestras uñas o cabellos, con la fotosíntesis de las plantas y la forma, nada caprichosa, y el acompasado ritmo de crecimiento de raíces, tallos y hojas de los árboles.

Pareceré borgiano -ojalá-, si manifiesto que tener los conocimientos para dominar alguna de esas ramas del conocimiento natural más primigenio, más esencial al mundo y al hombre es una de las carencias que más echo de menos en los vastos territorios de mi ignorancia. Pero que técnicamente no seamos capaces de dominar las matemáticas, la física, la pintura, la arquitectura o la música, no nos impide disfrutar, embebernos y sentir hasta la médula cualquiera de las manifestaciones con las que otros, más afortunados, nos pueden transmitir el gozo de la cultura.

Jesús López Cobos, dedicó toda su vida a trasladarnos con el leve batir de su batuta esa sabiduría y esa emoción íntimas que nos hace más humanos, mejores humanos. Por ello debe ser nuestra gratitud y reconocimiento, más allá del orgullo por que un paisano haya triunfado en todo el mundo. "La música es amor buscando palabras", escribió Lawrence Durrell. "El tipo de arte que está más cerca de las lágrimas y la memoria", la definió el admirado Oscar Wilde. "En verdad, si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco", el atormentado Tchaikovsky. A todos los músicos: Gracias por la música.

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