I nvestigadores de la Universidad de Harvard han realizado un estudio que concluye que no es buena idea cambiarse de fila en el supermercado por mucho que tengamos la impresión de que la nuestra es la que más lentamente avanza, por mucho que los carritos que van delante nos parezcan más livianos que los de las filas alternativas.

Como todas las reglas mantiene sus excepciones, las muestras estadísticas al cien por cien son desconocidas por infrecuentes -salvo en la vida interna de los partidos políticos-, pero en la mayor parte de las ocasiones la mejor decisión es continuar en la fila por la que se ha optado en primera instancia. La razón, la primera decisión se toma de forma cerebral, con un rápido análisis del número de personas que hay delante, el conjunto y diversidad de artículos que hay en cada carrito y hasta la apariencia de mayor o menor dinamismo de los clientes y hasta del operario de caja.

Dicen los profesores de Harvard que esa primera decisión racional suele obtener la recompensa del éxito con mucha más frecuencia que la decisión más intuitiva e impulsiva que se toma cuando, una vez en la fila, nos impacientamos, ya no digamos cuando la mudanza de fila se produce en dos o más ocasiones. Una de las enseñanzas fundamentales de los cursos de postgrado en cualquier escuela de negocios del mundo consiste en consolidar el hábito y las habilidades para parametrizar cualquier elemento en la gestión de las organizaciones y la toma de decisiones estratégicas. A quienes llegamos a ellas provenientes de una formación más humanística que técnico-científica, ese cartesianismo que todo lo enjaula en hojas de cálculo y matrices de decisión nos genera una sutil desconfianza, más acostumbrados al ingenio que a la pura aritmética, al bosque que al árbol; pasado un tiempo y avanzando en la materia, comprobamos que en la mayor parte de las ocasiones la decisión exitosa es la que parte de la racionalidad y no de la intuición.

Hace ya algunos lustros, casi por azar, compré un libro del filósofo Antonio Escohotado que había sido ese año premio Espasa de ensayo: "Caos y orden". Descubrirlo fue reabrir la puerta a la Física, que en mi caso llevaba cerrada desde segundo de bachillerato. Empieza fuerte, por los fractales de Mandelbrot y termina demostrando que, en buena medida, lo que vemos como libre albedrío en la toma de decisiones personales y sobre todo agregadas y colectivas en ámbitos financieros, de consumo, sociales e incluso electorales, responden en el fondo a reglas físicas y matemáticas como la física de fluidos. No es que seamos robots pre-programados, pero como parte de la naturaleza respondemos, aún sin ser conscientes, a normas inmutables.

Quienes sí lo saben lo utilizan en ámbitos tan domésticos como el diseño de centros comerciales e hipermercados (ténganlo en cuenta, es época de rebajas). Los trazados de los pasillos, la ubicación de las cajas, la colocación en las estanterías deciden por nosotros, en no pocas ocasiones lo que vamos a comprar. Da igual que seamos el primero o el último de la fila.

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