E n el periodo de entresiglos la serie "Sexo en Nueva York" hizo universalmente famosos los zapatos taconísimos de Manolo Blahnik, que teniendo la posibilidad tan seria de llamarse "blahniks" prefirieron llamarse "manolos". Son "estiletos" para ricas. La serie pasó, la palabra "sexo" ahora molesta al clero laico de la corrección política y los manolos se venden más que nunca porque hay más ricos y ricas que aprovechan la profundización en la desigualdad para comprar zapatos de precio y tacón alto.

¿Dónde van los "manolos" viejos? Seguramente queden aparcados en los vestidores y zapateros de los apartamentos de lujo. Quizá se hereden y pasen de generación en generación como clásicos o regresen al mercado por la perturbación gravitatoria en el espacio-tiempo de lo "vintage".

Los manolos no van es a la basura. Si fuera así ya habría una fotografía de premio Pulitzer con un sintecho hombre, mujer, trans, blanco, negro o mestizo arrastrando el carrito de sus pertenencias encaramado a unos "manolos". La policía lo habría detenido por robo o asesinato, si hubiera aparecido el cadáver descalzo de alguna rica. Una mendiga que calza unos "manolos" sólo puede ser una ladrona, en cambio una duquesa que calza unas alpargatas es una "rebelde". Y se lo dejan ser.

La brecha de la desigualdad, que es muy profunda, queda mucho más abajo para quien camina sobre unos manolos y a esta sociedad le parece bien. Cuando hay una catástrofe natural, es decir, una crisis, el sistema no identifica como una oportunidad que los pobres aprovechen los escaparates rotos para llevarse joyas, alimentos, televisores o manolos, ni les alaban que sean rebeldes pero al día siguiente no detienen a nadie cuando la Bolsa reacciona a la catástrofe con beneficios.