Acudí al tanatorio donde reposaban los restos de mi amigo R. para dar el pésame a su esposa. No había mucha gente y tuve que quedarme más rato del que marca el protocolo. El grado de amistad que se tuvo con el recién fallecido se mide por el tiempo que permaneces junto sus deudos. Mi amistad con R. no exigía más de 20 minutos. Menos, habría resultado feo; más, impertinente. Pero hube de permanecer allí un buen rato porque, luego me di cuenta, era la hora de la siesta. La gente no pasa por las capillas ardientes hasta la caída de la tarde. El caso es que, hablando con la viuda de esto y de lo otro, me reveló la última frase de finado, segundos antes de expirar. Dijo:

-Preferiría haber sido de Pamplona.

-¿Cómo dices? -pregunté con asombro.

-Preferiría haber sido de Pamplona -repitió ella.

Mi amigo había nacido en Cádiz, pero llevaba viviendo en Madrid toda la vida. Ignorábamos si había tenido relaciones con Pamplona, aunque parecía que no. De hecho, según su viuda, jamás había viajado allí.

-Que tú supieras -aventuré imprudentemente.

Me miró como si yo fuera depositario de un secreto, y enseguida cambió de conversación.

Yo no era depositario de ningún secreto, pero se me ocurrió que R. hubiera mantenido alguna relación extramatrimonial relacionada con aquella ciudad. Somos tan complicados que cualquier cosa es posible.

-Yo creo -concluyó finalmente la viuda- que dijo Pamplona como podía haber dicho Wisconsin.

-Suena mejor "preferiría haber sido de Wisconsin" -añadí yo por decir algo.

En esto, empezó a llegar gente y encontré el modo de largarme. De largarme físicamente, quiero decir, pues anímicamente continuaba allí, obsesionado por la frase última de R. Preferiría haber sido de Pamplona. Ya en casa, me senté frente a la tele y me quedé dormido. Al poco, mi mujer me despertó para decirme algo. Pero antes de que ella pudiera hablar, dije yo: Preferiría haber sido de Pamplona. Ella me observó con extrañeza y no se creyó mi explicación.