El turismo de naturaleza, con una demanda creciente, y cada vez más específica, en España suma recursos sonoros a su oferta. Oír el aullido de los lobos se ha convertido en el último reclamo para quienes buscan experiencias intensas en su encuentro con los paisajes más agrestes y con la fauna que habita en ellos. Hace tiempo que esa voz, para muchos la llamada más genuina de lo salvaje, atrae turistas a la sierra zamorana de La Culebra; más recientemente ha comenzado a explotarse en las vecinas tierras de la comarca leonesa de Riaño y ya hay quien la busca en las montañas asturianas. Varias empresas ofertan las salidas loberas, planteadas como recorridos por los territorios del gran depredador, siguiendo su rastro, escuchando su voz y, con suerte, incluso observándolo y fotografiándolo. La visión de un lobo impresiona y es, sin duda, a lo que aspira cualquier turista lobero, pero sólo sentir su voz hace subir la adrenalina.

La llamada del lobo viene a sumarse a los bramidos del ciervo durante su época de celo, la berrea, una de las referencias sonoras más populares de la naturaleza zamorana y un recurso muy explotado ya. También en este caso la recompensa buscada es la observación de los animales, sobre todo la de los machos dominantes exhibiéndose, bramando y enfrentándose en duelo con sus cuernas como armas. Pero la banda sonora de la berrea ya merece la pena por sí misma (sobre todo durante la noche), en particular cuando el celo alcanza su cénit (hacia mediados de septiembre, con variaciones condicionadas a la temperatura) y los coros de machos resuenan en los valles.

Hay otras especies de fauna que pueden disfrutarse de oído. Por ejemplo, los búhos y las lechuzas. Y en su caso la voz es la forma habitual de detectarlos, ya que se mueven de noche (si bien algunas especies se activan al atardecer e incluso tienen actividad diurna) y resultan difíciles de observar. El invierno es una buena época para probar suerte, ya que la estación coincide con el inicio de su temporada de reproducción, cuando su actividad vocal se intensifica. No existe una oferta de salidas nocturnas en busca de estas aves, pero conociendo la voz de cada una y sus preferencias de hábitat no es difícil localizar las especies más comunes y conspicuas, como la lechuza común o coruxa, el cárabo común o curuxu, el mochuelo europeo o miagón y el búho chico o tubeca, presentes en pueblos y ciudades o en su entorno. Más complicado es descubrir al búho real o coruxón, escaso y muy disperso, cuya voz se corresponde con el ulular arquetípico de estas aves. En verano (principalmente en junio) se suma a ellos el chotacabras europeo, cuyo extraño reclamo (acompañado durante los vuelos de cortejo por el chasquido del entrechocar de alas) semeja el sonido de un motor lejano.

Más fácil es disfrutar de los sonidos de la marisma, del bullicio de zarapitos, archibebes, andarríos, correlimos, chorlitos y chorlitejos, entre otros, audible en los principales estuarios de Asturias, como los del Eo y Villaviciosa, que albergan las mayores poblaciones invernantes de aves limícolas. No son las únicas voces que se escuchan en estos ambientes (además suenan patos, garzas, gallinetas...), pero sí las más dominantes y características. Esta experiencia sí se complementa con el disfrute visual de las aves, ya que, salvando la distancia (mediante el uso de un telescopio), su observación no entraña dificultad. Otra cosa es su correcta identificación, que requiere un guía experto.

También en invierno retumban en los desolados ambientes forestales las voces de los pájaros carpinteros: el "relincho" del pito real ibérico o picaniellu, el estridente chillido del picamaderos negro o picafayes, el fuerte y agudo grito del pico picapinos... todas ellas audibles a larga distancia.

Entrada la primavera, el disfrute auditivo de la naturaleza española alcanza su plenitud con los cantos de decenas de pájaros (ahora pocas especies se hacen oír y su canción no es tan rica ni tan compleja como durante la época reproductora) y con los ensordecedores coros de ranas, grillos y otra fauna "menuda". Bosques y campiñas arboladas albergan la mayor variedad y densidad de cantores emplumados. De nuevo, la identificación del emisor exige conocimiento o ayuda. El mirlo, el petirrojo europeo o raitán y la curruca capirotada o papuda son algunas de las voces más virtuosas y melódicas de nuestros campos.