Miguel Montes Neiro quedó en libertad el pasado 15 de febrero. Hasta ese día fue el preso común más antiguo de España, 36 años que pasó, dice, «yéndome mañana». Ahora, ya libre, siente que su vida ha pasado, pero asegura que recuperará cada segundo perdido. Y proyecta un libro, al que ha dado el título de «El abrazo del náufrago».

-Por fin libre...

-Me siento perfecto, en mi salsa. Estaba crudo allí dentro y aquí estoy lleno de euforia y vitalidad. Tengo ganas de jugar al fútbol, de hacer cosas que a mi edad no debería querer. Sobre todo, tengo ganas de tener estabilidad.

-Ha recorrido prisiones de toda España. ¿Qué opinión tiene del sistema penitenciario español?

-He estado en todas menos en la de Asturias. El sistema lo veo demencial, de locos. Hay unos módulos que se llaman de respeto que no tienen sentido. Ahí está el que mató a la niña de Huelva, Mariluz.

-¿Ha visto a Santiago del Valle?

-Si lo hubiera visto, lo hubiese abofeteado; no me han permitido entrar allí. Están protegidos, los violadores en las cárceles gozan de unas facilidades que los demás no tienen; son los primeros que salen de permiso, son confidentes. Yo llevo sin entrar en una celda de castigo unos 20 o 25 años. ¿Pero quién te llama al orden? Hay muchos locos metidos a funcionarios. Se creen amos del mundo, pequeños dioses.

-¿Y el sistema judicial? Dos gobiernos le han indultado.

-Más loco aún que el penitenciario, porque el juez te condena a algo que no sabe qué gusto tiene. A mí Castizal, juez de vigilancia de la prisión de Sevilla, me dijo que sabía que había cosas que me habían imputado que eran imposibles. Entré por un delito que no cometí.

-¿Hay mucho compadreo entre presos y funcionarios?

-Sí, mucho chivato. Allí nadie puede hablar. Antes al chivato lo echaban a otro patio, ahora echan al que no es chivato. Y luego están los enfermos, que te enteras de que tienes una enfermedad a los 20 años, como yo. Le dijeron al Defensor del Pueblo que me lo habían dicho y que yo me había negado a medicarme. ¿Cómo no iba a querer curarme?

-¿Ha hecho amigos?

-Sí, muchos. Incluso etarras. He conocido a muchos y son buenas personas. Yo no juzgo el delito, salvo a los que han violado.

-¿Entonces no juzga que pusieran bombas?

-No. Casi todos están por atentados. Allí dentro no miras si has cometido un atentado, miras a la persona, su comportamiento. Son uno más, ellos tienen sus temas de política, pero yo soy apolítico.

-¿Cómo se enteró de que al fin iba a ser libre?

-Me enteré por un amigo. Me dijo: «Mañana te vas». Pero no me lo creí, me lo decían todos los días y llevaba 36 años yéndome mañana. A mí me sobra un puñado de cárcel, se tenían que haber sentado conmigo y haberme razonado mis condenas.

-¿Qué sintió cuando vio que era verdad?

-Me avisó el guardia y me dijo que tenía que hablar con mi familia, que me habían llamado. Y el teléfono no funcionaba bien, se cortaba. Me tuvieron que llevar a otro departamento, pero hasta que no salí no me lo creí.

-¿Se ve droga en la cárcel?

-Sí, muchos afectados y droga también. Como bebidas alcohólicas: no las venden, pero se consiguen por los funcionarios, que están borrachos todo el día. No entiendo que entren con bolsas con bebidas y no pase nada y a la madre que le lleva hachís a su hijo la metan presa.

-¿Hay corrupción?

-Corrupción, no, abusos. Se meten en la jaula, en la perrera. No salen para nada, para poner orden, si acaso. Ahora ya no muere la gente del sida, muere por la metadona. Los lunes, miércoles y viernes repartían somníferos, pero en cualquier módulo hay una cola tremenda para la metadona.

-¿Usted tomó alguna vez pastillas en prisión?

-Sí, para dormir. Porque cuando me echaba a dormir, quería dormir, pero la época en la que me decían ahora sales, ahora no, y me pasaba el día haciendo y deshaciendo la maleta, fue muy dura. Hasta que no metieron mano los políticos no vi la luz.

-¿De qué tenía más ganas?

-De ver a mi familia, a mis amigos. Lo único que quería era irme de allí, salir corriendo de la cárcel, como hicimos cuando salí. Yo no me reía desde hacía 15 o 20 años, había perdido hasta las cosquillas.

-¿Cómo han llevado sus hijas tantos años de prisión?

-Hasta que fueron un poco mayores, se creían que yo estaba trabajando. Venían a verme y me decían que no trabajara tanto, que para qué queríamos tanto dinero. Se creían que era una fábrica y que había un cristal porque se podían intoxicar con algún producto químico. Ya ve, mintiendo a las personas que más quieres. Cuando estaba en la cárcel de Herrera, allí estaba protegido Anglés, el que mató a las niñas de Alcàsser. Allí estaba como de ordenanza del carcelero, al que dije que cuando vinieran mis niñas a verme, Anglés no estuviera, porque como las mirara le saltaba un ojo.

-Si pudiera dar marcha atrás, ¿evitaría las fugas?

-No, evitaría la prisión, las fugas son las que me han dado vida, las que me han permitido estar con mis hijas. Mis hijas han nacido por las fugas. Cuando mi niña pequeña nació, en Marbella, seguí el parto por teléfono. Y a los dos días la madre me la trajo a la cárcel.

-¿Cómo se vive en la distancia la paternidad?

-Eso es lo que más duele. La sensibilidad no se pierde, se acentúa.

-Tuvo suerte con su familia.

-Mi familia y la ilusión de estar con ellos han sido mi apoyo, pensé que nunca iba a salir libre. Para comunicarte te dan diez llamadas a la semana de cinco minutos, pero yo tengo mucha familia. Hay una visita a la semana, de 40 minutos, los bis a bis son una vez al mes. Allí me han cogido dos móviles, te privaban de 14 días de paseos, igual por tener un móvil que una pistola.

-¿Y cómo lo introdujo?

-Se lo compré a un guardia por mil euros. Yo lo usaba para llamar a mis niñas para darles los buenos días y las buenas noches.

-¿Ha pensado en pedir una indemnización?

-Debería, pero el abogado lo verá. De la ley no quiero ni su dinero. Al principio me opuse a cobrar hasta el paro, pero me voy a comprar un horno para el barro.