—Esta semana he tenido más aceptación yo.

—Veremos la próxima.

Hace 30 años Félix Rodríguez de la Fuente y Ramón Sánchez-Ocaña se tomaban el pelo, con variaciones sobre esa broma, cuando se encontraban en Prado del Rey. En la televisión única, la audiencia del primer canal se daba por supuesta (a tal hora de tal día, tantos millones de espectadores) y lo valioso era la aceptación: la satisfacción que producía un programa en el público. En la cumbre de su éxito con «El hombre y la tierra», Rodríguez de la Fuente conocía la popularidad y la aceptación desde la década anterior. Sánchez-Ocaña las estrenaba entonces aunque, a sus 37 años, no era un novato ni del periodismo ni de la televisión.

Cuando meses atrás el director de TVE, Miguel Martín, le había propuesto hacer un programa de salud y le había dado el título —«Más vale prevenir»— Sánchez-Ocaña, incapaz de prever el éxito, aceptó con dos condiciones: se comprometía por 13 semanas y seguiría haciendo «Horizontes» en el UHF. Ese semanal de divulgación científica le había llevado a Hiroshima, a la Nasa, a los campos de concentración de los nazis... y en el segundo canal nadie se metía con él.

Sus previsiones se basaban en la experiencia de sus continuos saltos de trabajo y de medio desde que, 16 años antes, había empezado a colaborar con «Fruela 63», una revista del reportero gráfico José Vélez.

Después de pasar por los tres periódicos que se editaban en Oviedo, se fue a Madrid en 1968 a probar suerte. Se había dado un mes de prueba. A los pocos días de llegar a la capital, llamó a Oviedo y su madre le dijo que le habían telefoneado de «Informaciones», un diario de Madrid donde había publicado algo, porque querían un reportaje sobre el grupo de emigrantes portugueses que estaban construyendo la carretera de Mieres. Como conocía bien el asunto tecleó un reportaje en su Hispano Olivetti Pluma 22 y lo llevó en mano a la redacción. Quedó de colaborador, a tanto la pieza.

Al año le hicieron fijo: les salía más barato. Con la seguridad del contrato y el sueldo de 15.000 pesetas se casó con María Luisa Fernández Suárez del Otero, su novia y compañera de carrera, y se instalaron en un apartamento alquilado en la calle López de Hoyos.

Sánchez-Ocaña encontró hueco en la muy abandonada información de ciencia y técnica, centrada entonces en la carrera espacial y la lucha contra el cáncer. Una visita al Consejo Superior de Investigaciones Científicas le abrió el repertorio informativo y alguna puerta. En el periodismo de los pluriempleos, Eduardo Delgado, subdirector de «Informaciones» que trabajaba en TVE, le propuso que escribiera algún reportaje de esos suyos para «La Tarde» de Joaquín Prat.

Cuando José María Íñigo, desde el «Estudio Abierto» del UHF, dio el «pisotón» del descubrimiento de la hormona del crecimiento, Manuel Martín Ferrand, en el informativo «24 horas», reaccionó encargando a Sánchez-Ocaña la información científica. Ahí empezó a salir en cámara y poner la voz en las informaciones. Un año después presentaba ese informativo, que abandonó, asfixiado por las presiones políticas desinformativas, cuando los últimos fusilamientos de Franco.

A cubierto en la revista «Tribuna médica» y trabajando «freelance», Juan Luis Cebrián le ofreció en 1976 ser jefe de sociedad y cultura de «El País», entonces un diario nuevo donde aprendió el poder del periodismo, el ejercicio de la jefatura y el agobio de dedicar 20 horas diarias a una misma tarea.

Cuando le llamó Rafael Ramos Losada con una nueva oferta de TVE pensó que sería cambiar de oficio pero aceptó para quitarse presión y hacer uso debido de la familia que ya incluía a dos de sus tres hijas. A los dos años de «Horizontes» le propusieron un programa de medicina preventiva y él empezó a darle vueltas al cómo: que sea útil, que no dé síntomas ni tratamientos; que se dirija a gente sana que quiere seguir estando sana; que no ofrezca imágenes morbosas; que incluya secciones —sepa qué come, sepa qué hacer...— que tenga tono muy comprensible y alguna anécdota...

No podía prever las consecuencias de que programaran «Más vale prevenir» en la mejor hora imaginable: las ocho y media de la tarde de los viernes, después de la popular serie familiar estadounidense «Con ocho basta» y antes del Telediario que llevaba al apoteósico «Un, dos, tres...».

El fenómeno marcó su vida. Para el oficio, en adelante se dedicaría a temas de salud. Advertido por su propia información, pasó a llevar una vida más saludable: dejó de fumar, aprendió a comer mejor, a hacer algo de ejercicio, a controlar su colesterol, a someterse a las pruebas médicas que va recomendando la edad. Hasta cambió sus lecturas, mudando las novelas por los libros informativos. Le dio la popularidad, que supo manejar de forma que fuera agradable y sana (no le importa que ahora en la gasolinera, un chaval le pida el carné cuando va a pagar con la tarjeta). Le dio la credibilidad (en las encuestas salía como el periodista más creíble de TV) que le sirvió para hacer publicidad muy rentable... Le mejoró la calidad de vida aunque el periodista que sigue poniendo en la cúspide de la profesión al reportero quisiera que alguna vez le llamaran para comentar la crisis y no sólo la gripe A.

Periodista; bisnieto, hijo, hermano y sobrino de médicos

Ramón Sánchez-Ocaña Serrano (Oviedo. 1942) es licenciado en Filosofía y Letras y en Periodismo pero en su despacho recibe llamadas para el doctor Sánchez-Ocaña. Muchas veces su secretaria ha tenido que aclarar que no es médico y una vez oyó al otro lado: «Da igual, quiero que me vea».

Bisnieto de médico de palacio, hijo, hermano y tío de médicos, otra rama, la de Vicente Sánchez-Ocaña, redactor jefe del primer «Blanco y Negro» o Josefina Carabias Sánchez-Ocaña, se dedicó al periodismo antes que él, quien ha aunado las dos tradiciones familiares en lo más alto de su profesión, que le ha reconocido con un premio «Ondas», ocho «TP» y la medalla al mérito civil del Ministerio de Sanidad. Ha escrito más de veinte libros de divulgación médica.

Para recargar la batería, se enchufa dos meses de verano y quince días de Semana Santa a Tapia de Casariego, donde se reúne con la familia y ve amanecer pescando calamares gracias a la pericia de su amigo Manolo Peña.