La brecha que se abre es cada vez más perceptible en las calles pues mientras la familia media se muestra más reticente a gastar, el mercado del lujo vive en Japón un "boom" similar al de finales de los felices 80, poco antes de la explosión de la burbuja económica.

Japón, antes uno de los países industrializados más igualitarios del mundo, está perdiendo terreno en ese ámbito y su índice Gini, termómetro de las disparidades económicas donde el cero es la igualdad absoluta y el 1 la desigualdad total, ha aumentado del 0,249 al 0,314 entre 1993 y 2002, según los datos de Naciones Unidas y la CIA estadounidense.

Las estadísticas del Gobierno nipón, de un lado, señalan que el consumo doméstico lleva meses languideciendo, con crecimientos interanuales tímidos e incluso caídas como la de noviembre, de ahí que Japón no haya logrado desembarazarse del todo de la sombra de la deflación.

La tasa de ahorro de los japoneses, conocida por ser una de las más altas del mundo, sigue cayendo en barrena y en 2006, el último ejercicio del que el Ejecutivo tiene datos, alcanzó su mínimo histórico: un 3,2 por ciento de su renta disponible, dos tercios menos que en 1997.

Del otro lado están las deslumbrantes avenidas de Ginza, el distrito del lujo por antonomasia en Tokio, donde las grandes marcas mundiales, como Armani, Bulgari y Gucci, aprovecharon 2007 para inaugurar sus nuevas tiendas insignia.

En verano, cuando abrió sus puertas el nuevo edificio de diez plantas de Giorgio Armani, que cuenta con todas las tiendas de la marca italiana e incluso un "spa", había cola en la entrada varias horas antes de la apertura.

Firmas como Louis Vuitton, Bulgari, Gucci, Burberry y Hermes, todas presentes en Ginza, obtienen al menos un cuarto de sus beneficios anuales mundiales en Japón, el mercado del lujo más importante del mundo, según la Organización de Comercio Exterior de Japón (JETRO, en inglés).

Los más prestigiosos hoteles de Tokio no dejan de añadir a su lista de servicios las más originales y caras excentricidades, como el cóctel de Martini con un diamante del Ritz-Carlton, al precio de 1,8 millones de yenes (16.365 dólares), o la suite navideña del Mandarin Oriental, por 14 millones de yenes (127.270 dólares) la noche, que incluía un pino cargado de joyas.

El origen de esta creciente polarización social se encuentra en la liberalización económica que se llevó a cabo durante los 90, la llamada "década perdida" nipona, con el objetivo de reactivar el país tras el colapso.

A partir de entonces y gracias a la nueva regulación, muchas empresas optaron por los contratos temporales para las nuevas incorporaciones, frente a los tradicionales acuerdos laborales de por vida que establecían una estrecha relación entre las compañías y sus trabajadores asalariados, los "salaryman".

Antes, las empresas japonesas aseguraban a los empleados la continuidad en la compañía durante toda su vida laboral, evitando recortes de plantilla pese a recesiones y dificultades, y entregando jugosas pensiones de jubilación, a cambio de interminables jornadas de trabajo y lealtad absoluta.

Pero esta relación casi paternal se está diluyendo en los últimos tiempos y los contratos temporales han pasado en dos décadas de no suponer el 20 por ciento del total a superar el 30 por ciento, mientras los indefinidos han caído del 80 al 65 por ciento, según el Ministerio nipón de Asuntos Internos.

A la vez, el número de ricos no deja de crecer y en 2006 Japón acogía a 1,5 millones de personas con más de un millón de dólares, casi un 16 por ciento de los millonarios de todo el mundo.

El sector automovilístico es uno de los mejores espejos de la creciente división que está experimentando la sociedad nipona.

Las ventas de la industria del automóvil registraron en 2007 su peor ejercicio en los últimos 35 años, pero algunas marcas de lujo extranjeras, como Porsche y Ferrari, vendieron un 15 y un 11 por ciento más en 2007 que el año anterior, según la Asociación de Importadores de Automóviles de Japón (JAIA, en inglés).