Tú, sin nosotros

Imagen del Yacente

Imagen del Yacente

Ángel Alonso

Ángel Alonso

Casi puedo decir que me consuela verte así, liberado de los padecimientos que te han infligido. Se ha cumplido el guión del horrible suplicio destinado a malhechores.

Todo está consumado: son parte de tus últimas palabras en que sacaste aliento, el que ahora te falta, el que se ha detenido en tu pecho hasta que otro aire celestial venga a levantarte de esa postura funeraria donde sin embargo no es lo que parece porque tu muerte es solo breve tránsito, aunque el suplicio previo resultase interminable. Ahora te veo así, desamparado, desnudo, denigrado; una vida acabada como otras, un cadáver en una morgue de piedra, cuerpo quieto a la espera de volver a ser carne viva, hostia blanca, como tu piel ahora demacrada que en la Pascua resplandece. Perdona, Señor, que me guste brevemente verte así, postrado por nosotros y por nosotros muerto. Te contemplo y me sereno, te miro y veo a tu Madre afligida. No sé qué tiene tu muerte reposada; ni tú mismo imaginabas en el Huerto este descanso transitorio cuando las horas corrían veloces hacia ti como un ejército en ataque. No sé qué tiene tu muerte silenciada, el dolor ya concluido, tu voz en stand-by. Solo quienes dieron a tu cuerpo esa postura provisoria saben lo que digo y pienso después de tu suplicio; aquel desclavamiento, el aseo y unción, aquella amorosa mortaja, tantas veces retratada.

Cristo muerto, Madre muerta de dolor, mas resistiendo para ver de cerca a su Hijo muerto, para sostener la vida que fue parte de la suya. Esa Piedad pálida, también piedra blanquísima de mármol que contempla a su hijo sin dejar de mirarle, y ese artista que antes que yo relató en escultura lo que aquí escribo, Miguel Ángel. Piedad, es decir poco, pesar de madre, amor de madre transido de dolor inenarrable. Y la faz del Hijo que ahora no responde a quien sin palabras le habló desde la cuna.

Nos conmueve verte así, a pesar de que sabemos lo que precede y sucede a este momento de reposo, descanso que anuncia nuestro descanso, esperanza que anticipa la nuestra, como ha de escribir tu apóstol Pablo. Tú sin nosotros. Ni falta que te hacemos. Aguarda, duerme, vive este tiempo de descuento para la Resurrección en insonora clausura, la luz está en tus ojos con las persianas bajadas, tu corazón es una batería cargándose de energía limpia, espiritual. Se están secando tus llagas para mostrarnos, no tardando, la cicatriz. El cielo resetea el programa de tu vuelta a nueva vida. Solo tenemos que callar. Que nadie rompa el luto del sonido. No hay campanas ni otro rito que el silencio, el que conviene después de tanto ruido y furia de la chusma empecinada en condenarte.

Arte de los siglos, imágenes de tu quietud, dormido en tu muerte inmerecida. Música mínima, Misereres resonando a cielo abierto, Pasos de tu entierro, si es que alguna vez estuviste enteramente muerto.

Te miramos callando porque no tiene palabras el dolor que nos invade frente al tuyo. Hoy solo queda ésto: de tu Madre el sollozo inconsolable, y de ti la soledad que ella malamente sobrelleva.

Tú sin nosotros. Déjate estar, cumpliendo lentamente el plazo hasta el tercer día.

Procesionamos tu cuerpo yacente. Poco más podemos darte que mirada transida, grito reprimido, recogimiento, perdón por ti ejemplado.

Nos conforta verte así, aparentemente derrotado, vencido por nuestra culpa, inmolado por quienes han de morir, pero como tú despertar luego.

Tú sin nosotros, ajeno a todo, mientras tus ángeles preparan el regreso. Aquí dejaron las sábanas que cubrieron el horror de tu tormento.

Una mujer: la primera testigo, porque Tú lo quisiste.

Tú sin nosotros. Cuesta aceptar tu ausencia. Más ya pronto va a escribirse el nuevo capítulo de tu Historia que nos libere del duelo.

Yacente, martirizado, enterrado, yerto. Oculto en la tierra estás. Tu muerte semilla es, bulbo en flor de la nueva primavera.

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