Itinerario de la Palabra

María Magdalena

María Magdalena, a las puertas del antiguo Museo de Semana Santa

María Magdalena, a las puertas del antiguo Museo de Semana Santa / JOSE LUIS FERNANDEZ

Luis Felipe Delgado

Luis Felipe Delgado

Esta Pasión, hecha con arte y fe, oración y la madera, ha alcanzado la gloria con las sencillas herramientas de la austeridad y la piedad, y es un sólido ejemplo de ascética y estética unidas por la tradición. Esta maravilla de religiosidad popular nos fue legada por nuestros mayores a la mayor honra y gloria de Dios, sin perseguir otra meta que no fuera la sencilla y devota recordación en la calle de los evangelios de la Pasión. En ella hay, al margen de sus protagonistas esenciales, Jesús y María, otros personajes que tuvieron también su papel destacado en la historia de la Redención. Las Escrituras primero, la tradición oral después, más tarde la leyenda y siempre la imaginación de escritores, consolidaron y hasta acrecentaron ese papel en el Drama. Son figuras de la Pasión como tituló su libro el escritor levantino Gabriel Miró, describiéndolas en magistral narración, plena de lírica y belleza. Anás, Caifás, Pilato, Barrabás, Herodes Antipas o Simón de Cirene, aparecen, entre otros, asombrosamente retratados en ese valioso retablo literario.

Todos ellos cobran relevancia en distintos momentos de la Pasión por una causa o por otra, por inocencia, infamia, cobardía o compasión. Algunos están por amistad, otros por obligación, incluso alguno involuntariamente y otros aparecen en esas escenas solamente guiados por el amor. Entre estos últimos está María Magdalena, esa mujer a la que los evangelios sitúan junto a la cruz. Las Artes la han situado en un puesto privilegiado durante esas horas fundamentales de la Pasión, en pintura y escultura y posteriormente en la narrativa, el teatro o el cine. En algunas ocasiones su figura ha sido deformada con un intenso tufo anticlerical, aprovechándose de las lagunas que presentan los testigos de la vida de Jesús y sus posteriores narradores.

No se han puesto de acuerdo historiadores y estudiosos de las Escrituras, evangelios canónicos y evangelios apócrifos, a la hora de determinar su origen e influencia en la vida pública de Jesús. De su nombre parece colegirse que era originaria de Magdala, población cercana al lago de Tiberíades, en Galilea.

Las Artes la han situado en un puesto privilegiado durante esas horas fundamentales de la Pasión, en pintura y escultura y posteriormente en la narrativa, el teatro o el cine. En algunas ocasiones su figura ha sido deformada con un intenso tufo anticlerical, aprovechándose de las lagunas que presentan los testigos de la vida de Jesús y sus posteriores narradores

En una de las conjeturas esgrimidas por los estudiosos, se ha dicho y escrito que era probablemente la mujer adúltera a la que salva Jesús de ser dilapidada y al que seguirá ya desde entonces hasta el mismo Calvario. Otros la identifican como la mujer que unge con perfumes y lágrimas los pies de Jesús, en señal del arrepentimiento que siente por su mala vida. Esa estampa promoverá en el Renacimiento que las pinturas y esculturas de su época la presenten como mujer arrepentida, penitente de sus propias culpas. Hay otros historiadores versados que se inclinan por presentarla como la mujer a la que, según el evangelio de Lucas (cap.8, 2), Jesús le expulsa siete demonios del cuerpo y desde aquel día seguirá al Maestro en señal de agradecimiento y acompañará a su Madre hasta el mismo final del sepulcro. Y hasta otros se apuntan a la teoría de que era hermana de Lázaro, el amigo de Jesús, resucitado por Él, que vivía en Betania. Otros investigadores se aventuran a presentarla como una mujer de buena posición económica, que sigue al Maestro desde Magdala en Galilea, convencida de su Testimonio y que, por ello, contribuye con aportaciones al sustento diario de Jesús y de sus discípulos.

Sea una u otra figura la que narran los evangelistas y más tarde cronistas, relatores y hasta falsarios de mucha imaginación, fuera prostituta, adinerada o enferma mental, hermana o no de Lázaro, son los autores de los evangelios canónicos, Mateo, Marcos, Lucas y Juan quienes la sitúan en un lugar de privilegio durante la Pasión y Resurrección del Señor, citándola por su nombre tanto en la crucifixión, muerte y entierro como en la Resurrección, al ser la primera persona a la que se le aparece Jesús.

En nuestra Semana Santa ese protagonismo se refleja fielmente en las distintas estampas en las que aparece. En la mañana del Viernes Santo, las gubias de Ramón Álvarez la modelan en dos cuadros de la cofradía de Jesús Nazareno. Es fruto de la resignación junto a María en la Caída, con la mirada baja, decaída. Es ejemplo de desaliento en la Crucifixión, entre Juan y la Madre, con las manos entrelazadas. Es paradigma de la tortura en la gubia del maestro Benlliure que la muestra desolada, derribada por el amor y el dolor a los pies del Cristo que camina hacia la Vida desde la muerte. Es afirmación de amistad en la imaginación de Hipólito Pérez Calvo que la talla junto a María de Cleofás justo detrás de la Madre y de Juan. Es testimonio de adoración en la Agonía, retablo de Juan Ruiz de Zumeta que la sitúa abrazada a los pies de la Cruz y del Maestro, mirando pesarosa el rostro del Crucificado. Ya por la tarde, en el cortejo fúnebre del Santo Entierro, es señal de martirio, cuando la imaginación de Fernando Mayoral dibuja la Conversión del Centurión y la talla desmayada por la angustia en los brazos de Juan. Es signo de súplica en la Lanzada, en la que don Ramón vuelve a emplazarla junto a la cruz, postrada, alzando su angustiosa mirada de impotencia hasta el jinete. Es modelo de piedad en el Descendimiento, en la primera Magdalena que talla don Ramón, que la pone implorante, doblando la rodilla derecha, queriendo coger entre sus manos los pies del Cristo, al que van bajando del patíbulo los dos fieles amigos, Arimatea y Nicodemus. Es expresión de sufrimiento en el Descendido, en cuya escena Benlliure la sitúa apoyando su pena en el hombro de Juan. Y prueba de abatimiento en el Retorno del sepulcro, en el que Ramón Núñez la modela tendida sobre la losa de la sepultura, desvanecida, quebrada por el dolor de la separación.

Pero sobre todas esas imágenes, Magdalena aparece y sobresale abriendo la tarde del Viernes Santo, desde los días de la fundación de la Cofradía del Santo Entierro, y lo hace sola, sin otras imágenes que puedan restarle trascendencia a su papel en la narrativa evangélica. Según detalla Florián Ferrero, historiador de la cofradía, María Magdalena ha sido retratada en tres imágenes distintas hasta que en 1892 el escultor barcelonés Ángel Marcé, que no debió acertar con la tallada en 1880, y con la donación del ilustre zamorano don Florencio Alonso Redoli, esculpe esa figura, de melena dorada, con los ojos enrojecidos por el llanto y la mirada perdida en un punto indefinido. Mira sin mirar, ve sin ver, mientras camina abriendo el cortejo. Es la estampa de una mujer desamparada que, por amor, sigue fiel la huella del Maestro aunque parezca no saber dónde ir, rota de dolor. Va caminando por entre los caperuces de los cofrades y las miradas del gentío, con un pañuelo en su mano izquierda para enjugarse el llanto y un pomo de óleos en la derecha destinado a ungir el cadáver de Cristo y muestra toda su pena, que va derramando sobre la tarde y noche del Viernes Santo zamorano. Ella está en un lugar de honor en esta Pasión y, como muestra de la devoción que le profesa este pueblo desde hace siglos, tiene a su nombre la casa románica más hermosa de la vieja ciudad amurallada.

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