Elogio de la sencillez

De la dramaturgia de la Pasión

Virgen de la Soledad, h. 1930.

Virgen de la Soledad, h. 1930. / Rubén Sánchez Domínguez

Rubén Sánchez Domínguez

Rubén Sánchez Domínguez

No sé por qué, pero mientras veía “revirar” el palio de la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad, de la sevillana Hermandad de la Carretería (esa a la que tanto debe la actual Semana Santa de Zamora), reflexionaba sobre la dramaturgia de los ritos de la Pasión de Cristo, a medio camino entre lo litúrgico –más bien paralitúrgico-, y lo parateatral. Éstos, ya sean más elaborados como las pasiones vivientes, o más espontáneos como los diferentes gestos realizados con las imágenes procesionales, presentan, a pesar de la profundidad de lo celebrado, una sencillez e ingenuidad, que los acerca a lo sublime, a la esencialidad central de los misterios de la Pasión.

Un ejemplo excepcional es el Auto de la Pasión de Villalcampo, del que hemos podido ver una buena colección de imágenes en la exposición “En el viejo mundo: la expedición fotográfica de Ruth M. Anderson a Zamora (1926)”, organizada por la Hispanic Society de Nueva York y el Ayuntamiento de Zamora, con el comisariado de Alberto Martín y Patrick Lenaghan-. Las fotos no por conocidas (algunas fueron publicadas en el libro “Images in Procession: testimonies to Spanish Faith”, editado en el 2000), dejan de impresionarnos por la rotundidad del testimonio.

Auto de Villalcampo, 1926. Ruth MatildaAnderson, HispanicSociety de Nueva York.

Auto de Villalcampo, 1926. Ruth Matilda Anderson, Hispanic Society de Nueva York. / Rubén Sánchez Domínguez

Es evidente que el auto rural, que se celebraba la mañana de Pascua y del que le habló un informante en Zamora, sedujo más a la fotógrafa de la Hispanic Society neoyorquina, que la procesión de la Resurrección de la capital. Al parecer ese año se recuperaba un texto, que no se utilizaba desde 1881, aunque desconocemos si porque esos años se había utilizado otro, o bien porque el auto había caído en el olvido.

Encuentro en la Cofradía de la Sma. Resurrección, 1983. Juan Manuel Sánchez Franco.

Auto de Villalcampo, 1926. Ruth Matilda Anderson, Hispanic Society de Nueva York. / Rubén Sánchez Domínguez

Un gran tablado donde se sitúan las Casas de Pilatos y de Caifás, centra el espacio escénico que ocupaba diversas zonas del pueblo. En el auto aparecen los diferentes misterios que configuran el Rosario Doloroso, las estaciones del Vía Crucis o los Siete Dolores de la Virgen: prendimiento, flagelación, encuentro con la Verónica, crucifixión, descendimiento o la Piedad. El texto, pese a ser en verso, no sería demasiado complejo. Aun así las escasas tablas de los cuarenta y tres vecinos que actuaban (la localidad tenía 812 habitantes en 1920), motivaron que el director –el maestro del pueblo-, viera necesaria la presencia de un apuntador.

Auto de Villalcampo, 1926. Ruth Matilda Anderson, Hispanic Society de Nueva York.

Encuentro en la Cofradía de la Sma. Resurrección, 1983. Juan Manuel Sánchez Franco / Rubén Sánchez Domínguez

Los trajes de los personajes principales destacan por su carácter ecléctico, realizados a base de sábanas, colchas y otros tejidos caseros, mezclados con prendas militares y que nos recuerdan a otros trajes rituales de las áreas manchega o cordobesa. Destaca por encima de todos el San Juan, con un tocado de simbología eucarística realizado a base de espigas, pero también el detalle pudoroso de que el Cristo sea crucificado con la túnica puesta o el piquete de “armaos” ataviados con trajes militares de época. Matilda Anderson trató de averiguar de qué regimiento habían obtenido los uniformes que usaban como atrezo y al preguntar al centurión, éste, sin salirse de su personaje, le contesto que él era un soldado romano.

Elogio de la sencillez De la dramaturgia de la Pasión

Auto de Villalcampo, 1926. Ruth Matilda Anderson, Hispanic Society de Nueva York. / Rubén Sánchez Domínguez

El auto de Villalcampo, y las diferentes pasiones vivientes que se han conservado en nuestra provincia, nos hablan de la riqueza y complejidad de lo sencillo, de la validez de lo espontáneo (por mucho ensayo que requiera), de la honestidad de lo auténtico, de aquello que surge de forma casi natural y que se hace desde el sentimiento profundo y sincero de los celebrantes. La respuesta del centurión, lejos de ser una simple anécdota, nos habla del compromiso con lo representado, de la identificación con el papel, de saber estar en el puesto asignado, valores que se echan de menos -y mucho-, en nuestra Semana Santa actual y de los que adolecen un buen número de cofrades.

La Semana Santa, la Cuaresma o la Pascua son tiempos rituales, que ponen paisaje a una gran variedad de ritos dramatizados. Saludos, venias o reverencias jalonan nuestras procesiones como muestra de la viveza de la representación. Especial relevancia tienen los encuentros de Cristo con la Virgen María tanto en la mañana de Pascua como en las procesiones que rememoran las diferentes escenas de la Vía Dolorosa. En este contexto destaca el encuentro de Jesús con la Virgen, IV estación del Vía Crucis tradicional: “Jesús encuentra a María, su Santísima Madre”. Este encuentro no aparece en los evangelios canónicos, sino que bebe del Evangelio apócrifo de Nicodemo, conocido como Actas de Pilatos, uno de los textos fundamentales respecto a la piedad popular. El pasaje cuenta como San Juan ve salir a Jesús del pretorio cargado con el madero de la Cruz camino del Calvario y corre a avisar a María, que no sabía nada de la condena. La Virgen acude a la calle de la Amargura, acompañada del propio Juan y de tres mujeres. En Zamora esta escena se recordaba con la antigua reverencia de los pasos de la Congregación de Nazarenos a la Virgen de la Soledad, que en este caso llega incluso a influir en la toponimia del lugar que, desde tiempo inmemorial, se conoce como Calle de la Amargura. En otros lugares la dramatización es más fiel al texto, siendo la imagen de San Juan, la encargada de guiar el encuentro con el Nazareno, y la que acude corriendo a avisar a la Virgen de que el Cristo se encuentra en un punto concreto del itinerario.

Entiendo que los rituales deben evolucionar, adaptarse a los tiempos, pero no adulterarse en función de intereses ajenos a su esencia y perder la frescura y espontaneidad que los dotó de sentido y significado

El encuentro Pascual requiere habitualmente otra logística que pasa por desdoblar la procesión en dos tramos que discurren por itinerarios diferentes hasta confluir en un punto común donde se desarrolla el encuentro, que pasa por el cambio de atrezo de la Virgen, que normalmente muda su manto negro por otro azul, y otras muestras de regocijo y alegría como suelta de palomas o disparo de salvas.

No menos importantes, aunque más sencillos en su estructura dramatúrgica, son los saludos y reverencias entre imágenes, o entre las imágenes y determinados lugares que acogen instituciones vinculadas a la corporación, caso de la despedida entre el Nazareno de San Frontis y la Virgen de la Esperanza en Cabañales, el saludo de la Magdalena a su iglesia homónima o los que realiza el Jesús Resucitado a los diferentes conventos que jalonan la primera parte de su itinerario.

A medio camino entre las pasiones vivientes, y estos gestos dramatizados realizados con las imágenes y los pasos, está la incorporación en la procesión de actores que encarnan a diferentes personajes como la Santa Mujer Verónica, ángeles portando los instrumentos de la pasión u otras figuras alegóricas. Zamora no conserva ninguna de estas en Semana Santa, pero si existió un personaje que encarnaba a Santiago Peregrino durante la romería que la Cofradía de Ntra. Sra. de San Antolín o de la Concha realiza cada Lunes de Pentecostés al Santuario de Santa María la Real de la Hiniesta.

En los últimos años asistimos a un vaciamiento –cuando no banalización-, de la esencia de los ritos de la Pasión, vampirizados por cuestiones organizativas –el perverso “efecto celador”-, por la pérdida de valores de lo representado, desconocimiento de sus valores simbólicos o pretendido zamoranismo vacío.

La reverencia de la Madrugada del Viernes Santo hace años que perdió su sentido, convirtiéndose en un auténtico paseo militar de la Virgen que parece estar pasando revista a la tropa de pasos. Al parecer, tras décadas de peticiones y argumentaciones vehementes de José Hernández, el bueno de Pepe (cuantos cofrades como él necesita Zamora), la cofradía se plantea su recuperación. Bienvenida sea. El encuentro de Pascua en cambio, está cada vez más diluido y forzado. Ha perdido, entre otras cosas, toda su espontaneidad habida cuenta que las imágenes ya no se encuentran la primera vez que se ven, si no después de un forzado recorrido hasta el centro de la plaza.

Entiendo que los rituales deben evolucionar, adaptarse a los tiempos, pero no adulterarse en función de intereses ajenos a su esencia y perder la frescura y espontaneidad que los dotó de sentido y significado. Todo eso es patrimonio simbólico, todo eso es Patrimonio Inmaterial, todo eso debería ser objeto de cuidado y vigilancia por parte de las administraciones competentes en materia de cultura y responsables de lo declarado como Bien de Interés Cultural. Estos ritos humildes que surgieron de la esencia del misterio conmemorado, y que hemos adulterado sin demasiado criterio hasta casi vaciarlos, son sin duda todo un elogio de la sencillez y la prueba más irrefutable de que nuestros antepasados tenían las cosas más claras que nosotros.

Feliz Pascua de Resurrección a todos.

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