Noche de duelo
Cerca de dos mil hermanos procesionan en uno de los desfiles más esperados de la Pasión
La iglesia de San Juan de Puerta Nueva y sus alrededores era un auténtico hervidero de gente, entremezclada al principio con los cofrades de Jesús Nazareno y convenientemente colocada a ambos extremos de la plaza cuando iban a sonar las cinco de la madrugada. Es una de las citas más esperadas y reconocidas de la Semana Santa zamorana y quizá de las que más público congregue, debido a las horas que pasa en la calle y también por el rico patrimonio artístico que saca en procesión, con la Virgen de la Soledad a la cabeza, imagen que suscita muchísima devoción.
Precisamente, la Soledad es la primera gran protagonista de la noche, con la vistosa salida de su templo, tras el famoso baile del Cinco de Copas que se realiza en el interior, adelanto de todo lo que queda por delante.
Cerca de 1.700 hermanos
Temperatura suave la que había en esta madrugada, aunque, poco a poco, los grados iban bajando con la aurora. Alrededor de 1.700 hermanos fueron los que procesionaron en esta primera parte del trayecto, que hace estación de descanso en Tres Cruces. Allí el bullicio es intenso antes de los primeros rayos de sol, con bares abiertos de par en par para recibir a cofrades, familiares y espectadores, todos ellos con dos objetivos claros: el primero, poder disfrutar de cerca de los magníficos pasos que componen esta procesión y, segundo, acceder a alguna de las opciones que se ofrecen para calentar el cuerpo antes de continuar el trayecto, ya sea desfilando o a pie firme en la acera. Un chocolate con churros para acompañar, una reconfortante sopa de ajo o algún que otro licor, los más atrevidos.
De nuevo, la Soledad cobra protagonismo. Es hora de retomar el desfile, pero antes hay que rendir merecida pleitesía a la madre doliente en una de sus noches más angustiosas. Los cargadores, una vez recuperadas las fuerzas, vuelven a meterse bajo el paso y, antes de iniciar el camino de vuelta, pasan junto a la imagen más venerada por los zamoranos para realizar una reverencia. Ella se queda atrás, en paciente espera, mientras que los varas ordenan las filas y los hermanos se colocan para esta segunda parte.
Más público
Mucha más gente ahora en las calles —desde Amargura hasta la Plaza Mayor— y mucho más abrigados que aquellos que optaron por alargar la noche para ver los primeros la procesión. Algunos incluso repiten experiencia, teniendo en cuenta que es un acontecimiento que solo se vive una vez al año y que hacía tiempo —por culpa de la pandemia— que no se disfrutaba en auténtica plenitud. También parecen haberse animado más hermanos, puesto que el cálculo de los que procesionan de vuelta supera ya las dos mil almas.
Mención especial hay que hacer a las bandas de música, que amenizan el desfile con las marchas de la Pasión y Thalberg a la cabeza, una melodía que es la banda sonora de esta larga noche. Cornetas y tambores de la cofradía vuelven a poner en marcha el desfile y, poco a poco, acompañan el nuevo día, aderezado con garrapiñadas, aceitadas y otros dulces menos típicos que como recompensa reciben los hermanos de acera.
Uno de los momentos más intensos de este recorrido se vive en la Plaza Mayor, abarrotada de gente, cuando otra vez la Soledad es protagonista y regresa a su hogar, la iglesia de San Juan, a ritmo del himno de España. El resto de pasos finalizó, este año, en la carpa de Claudio Moyano.
El orgullo veterano de Ricardo Santamaría junto a la Virgen de la Soledad
"Formábamos la procesión en una sola fila, porque si no, éramos tan pocos que no cubríamos todos los pasos". Este recuerdo de Ricardo Santamaría García es impensable en la actualidad, pero él lo tiene muy presente todavía, igual que su túnica, "descolorida, añeja, con solera, como el jamón", bromea, añadiendo que antiguamente también incluía cola. El número de hermanos y el hábito han cambiado, ampliándose el primero y modernizándose el segundo, pero lo que no ha variado es la devoción que este zamorano de 91 años tiene por la Cofradía de Jesús Nazareno.
Esta pasada madrugada del jueves al viernes lució con orgullo su medallón con el número 27, el que estrenó en la Semana Santa de 1944. Parte del recorrido lo hizo acompañado por su hijo Marcos y también entró unos metros en el desfile procesional su biznieto, que tiene el medallón número 7793.
Recita poemas dedicados a la Semana Santa con soltura y gran devoción, la misma que le procesa a la Virgen de la Soledad, a la que lleva acompañando ya algunos años por derecho propio y a la que se dirigió en recogimiento antes de iniciar la procesión en Tres Cruces, apoyado en su andador y con la misma ilusión con la que procesionó la primera vez y el mismo espíritu que ha dado paso a una tradición familiar.
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