La devoción que acompaña al duelo

La ciudad abriga a la Real Cofradía de Nuestra Madre en una noche serena de luto y de sentimiento para los hermanos y los espectadores

Nuestra Madre de las Angustias, durante el recorrido procesional. |

Nuestra Madre de las Angustias, durante el recorrido procesional. | / Ana Burrieza

El murmullo que recorre las aceras al paso de las procesiones se detiene cuando aparecen en la escena imágenes como la de Nuestra Madre de las Angustias. Es un signo de respeto evidente. Los adultos guardan silencio y los niños se callan por imitación, conscientes de que no es el momento de trastear, sino de admirar el rostro de la Virgen con el Cristo yacente en brazos; de contemplar el suave balanceo de la mesa al ritmo que marcan los cargadores, esas personas anónimas que solo enseñan los pies, pero que sujetan sobre sus hombros el peso de la devoción. Una devoción inabarcable en el caso de Nuestra Madre, que es una de las tallas más populares de la Semana Santa de Zamora.

Dos hermanos, en la Plaza Mayor. | Ana Burrieza

Dos hermanos, en la Plaza Mayor. | Ana Burrieza / Manuel Herrera

La imagen de Ramón Álvarez atravesó la noche del Viernes Santo y volvió a dejar tras de sí los rostros boquiabiertos, los brazos cansados de sujetar el móvil para inmortalizar el momento y el vacío que sucede a los instantes que llenan el alma. La talla de la Virgen con el Cristo yacente se lució durante las tres horas de recorrido en un inicio de madrugada sereno, que se fue enfriando con el paso de las horas, pero que fue amable con quienes optaron por acompañar a Nuestra Madre, al Santo Cristo y a la Virgen de las Espadas ya a última hora. Más de 4.000 hermanos y hermanas sirvieron de amparo para los pasos durante todo el trayecto con salida y llegada a San Vicente, y el clásico olor a incienso también escoltó a la comitiva.

Solemnidad en el arranque

El desfile partió a las once de la noche, como es costumbre, tras la lectura del capellán y el rezo de los miembros de la cofradía. El momento de introspección sirvió para dotar de solemnidad al arranque, cargar el espíritu e introducirse en la procesión, lejos ya de los jaleos para vestirse, las prisas para llegar y los movimientos de colocación habituales. Los hermanos y hermanas de túnica de estameña blanca y caperuz de terciopelo o veludillo negro encararon el giro hacia el Riego antes de dar paso a las mujeres que optaron por el simple y elegante luto riguroso, con tulipa y vela en las manos.

La procesión se fue ordenando en el ascenso por el Riego, con el público ya expectante en las aceras. Por horario y por el impacto de ver la aparición de las imágenes tras el giro de la cuesta de San Vicente, ese punto inicial del desfile tiende a ofrecer estampas de bordillos abarrotados. Y esta vez no fue una excepción. Tras el reconocible aviso del barandales y de las cornetas y los tambores, el Santo Cristo de la Misericordia fue el primero en asomar. La imagen, que representa a Jesús muerto en la cruz, data del siglo XVI y volvió a viajar en compañía de la capilla musical "Lux Aeterna".

Tras el paso del Cristo, los hermanos fueron inundando la calle y dejaron un reguero de caperuces enlutados como estampa inevitable de cada Viernes Santo de normalidad. Muchas generaciones de zamoranos han completado este recorrido desde la fundación de Nuestra Madre en el siglo XV. Incluso, muchos han fallecido ya desde que el colectivo religioso tomó su estructura actual hace casi un siglo. De ahí que el recuerdo de quienes ya no están y trasladaron la fe a sus descendientes tenga un peso clave en el desfile. No en vano, la cofradía saca a las calles un Libro de Difuntos para hacer procesionar de forma simbólica a quienes un día fueron carne y ahora viven en la memoria.

Ya en el corazón del desfile, las damas de luto compartieron el duelo de Nuestra Madre de las Angustias y del pueblo zamorano. Los rostros serenos, casi impertérritos, de las mujeres añaden emotividad al discurrir de la imagen; también la presencia de niñas, jóvenes y señoras de todas las edades constituye una muestra del carácter intergeneracional de una devoción que no se agota, más allá de lo que suceda lejos del contexto que ofrece la Semana Santa.

La masiva presencia de hombres y mujeres en la cofradía permitió nuevamente la ejecución de un desfile muy completo, que puso el broche con la imagen de la Virgen de las Espadas, ya trece años después de su reincorporación sobre la mesa diseñada por Antonio Pedrero y ejecutada por José Antonio Pérez. Como no, la música de las bandas volvió a ejercer en este y en el resto de los pasos como elemento diferencial de un desfile que avanzó por San Torcuato hacia la plaza de Alemania, antes de girar por Alfonso IX y encarar el regreso por Santa Clara.

Ya cerca de la una de la madrugada, la procesión se adentró en la Plaza Mayor, donde las tres imágenes se colocaron en paralelo para uno de los momentos centrales de la noche. De nuevo, se hizo un silencio total antes de que la quietud se resquebrajara con el canto de la Salve. En el horizonte ya, casi a la vuelta de la esquina, el templo a la espera del regreso. Las puertas se cerraron tras los pasos y el desfile concluyó. El 29 de marzo de 2024 volverá a ser Viernes Santo.

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