Los toresanos, tras celebrar la Pasión de Cristo, su muerte y su entierro, dedicaron el Sábado Santo a consolar a la madre del fallecido.
Cientos de damas alumbraron a la Madre de Dios en su recorrido por las calles del casco histórico de la ciudad. El solemne paso de la Soledad por Toro fue seguido también por numerosos vecinos que desde las aceras asistieron a la procesión.
Tres años después la Soledad de Toro volvía a demostrar que es la reina de la ciudad, y los toresanos se rendía a sus pies.
Tras dos Semanas Santas “in albis” los devotos de la Virgen tenían más ganas que nunca de ver a su Soledad por las calles de Toro, y las procesiones del Viernes Santo habían sabido a poco, por eso no se perdieron la oportunidad de verla una vez más por las calles de la ciudad y de arroparla en su desconsolado dolor por haber perdido a un hijo de la forma más cruel posible.
La procesión comenzaba con el rezo del Santo Rosario en la iglesia de Santa María de Roncesvalles y Santa Catalina.
La procesión continuó por la calle Rejadorada, San Lorenzo el Real, plaza Bollos de Hito, y la Plaza Mayor, pasando frente al Ayuntamiento y frente a la iglesia del Santo Sepulcro, uno de los momentos más especiales, pues el Yacente estaba en la puerta del templo. La procesión continuó por la Puerta del Mercado y la calle Sol para regresar por Rejadorada al templo de partida, donde se despidió a la Virgen de la Soledad con una Salve cantada a las puertas de la iglesia de Santa Catalina.