La Opinión de Zamora

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Itinerario de la palabra: El sayón

Una figura que cobra protagonismo en una madrugada y cofradía incomparables

El mismo modelo de sayón, con gorro rojo, en La Crucifixión.

Está solamente en una procesión pero su presencia resalta de inmediato. Su figura cobra protagonismo en una madrugada y cofradía incomparables. Tiene uno de los principales papeles en las obras que la cofradía de Jesús Nazareno le encomendó a don Ramón Álvarez. Aparece primero en la Caída por la senda del calvario y años después en la Crucifixión y en los dos pasos lo talló a la medida del ignominioso papel que representa en ambas escenas. Dicen los evangelios que varios siervos del Pontífice fueron a prender al Maestro a Getsemaní y en todas esas horas que van desde su prendimiento hasta su muerte, siguieron muy de cerca los pasos de Jesús para tener informado a Caifás. Este era uno de ellos, convertido en actor destacado tras la sentencia de Pilatos y que asume con los soldados romanos la ejecución de la sentencia. Don Ramón lee entre líneas el evangelio y le da uno de sus papeles más descollantes en los dos pasos que talla para la cofradía de Jesús Nazareno.

Era este sayón el que encarnaba perfectamente la imagen de las numerosas agresiones y desprecios que tuvo que padecer Jesús hasta llegar a lo más alto de la cruz en el monte cercano de la Calavera

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Siempre en las catequesis angelicales de San Juan, si había que poner un rostro, una figura, a la maldad con la que don Práxedes o don Ildefonso, aquellos curas de sotana corta y dilatado corazón, describían a los verdugos de Cristo en su Pasión, la imaginación nos ponía delante a este hombre de la Caída, el vil judío que nos había llamado la atención cuando, aún de noche, pasaba cerca de nosotros, subidos a la acera de La Renova, en aquel tiempo en que contábamos tan pocos años como mucho sueño. No nos metía miedo el judío que levanta su puño en la Caída, otro malvado retratado con precisión por el imaginero, o los que clavan las manos o pies de Cristo, también de rasgos fieros y repulsivos, no. Era éste el que penetraba en nuestra imaginación y nos transportaba hasta la calle de la Amargura de Jerusalén, tal y como nos contaban en la catequesis. Era este sayón el que encarnaba perfectamente la imagen de las numerosas agresiones y desprecios que tuvo que padecer Jesús hasta llegar a lo más alto de la cruz en el monte cercano de la Calavera. Si había que ponerle un rostro a la maldad, la ira o el rencor, era el de este hombre, creado a imagen y semejanza de un judío de verdad, lo que, a nuestra poca edad, entendíamos por un sayón. No sé ni cómo se libró de la pedrada que cuenta José María Gabriel y Galán en su inolvidable poema, narrando la historia de aquel “rapazuelo generoso” que, ofendido por el maltrato que le causaban a Jesús en el paso, tomó un “guijarro redondo” y descalabró la figura del fiero judío…”Y del infame sayón/cayó votando la horrible/cabezota de cartón/”.

El sayón (derecha) en La Caída. L.OZ.

Don Ramón tomó su figura y posición del cuadro de Rafael “El pasmo de Sicilia”, en el que se inspira para diseñar escultóricamente la escena del paso. Aquí don Ramón le toca con gorra roja para cubrir sus cabellos, jubón, pantalones cortos arremangados, piernas musculosas y tensadas al aire y pies descalzos que denuncian su profesión de siervo. El sayón original, en el cuadro del genio, está de espaldas y el imaginero debía darle rostro, perfilarle un semblante y lo hace trazando en él las líneas de la maldad. Desconocemos su nombre. Don Ramón no dejó dato o dibujo alguno que reflejase los orígenes de sus figuras, sus modelos y retratos. De mediana edad, de barba y pelo rizados. Orejas grandes, nariz ancha, brazos y músculos bien trabajados, piernas torneadas con la huella del esfuerzo. En su mirada torva se intuye su oficio de buscavidas, su rudo gesto delata a un hombre agrio, temido, vulgar y, suponemos, de soeces maneras y palabras. Don Ramón, según la leyenda popular que ha trascendido hasta hoy, talló este figurante de su Caída, copiando el rostro de un buen hombre del barrio de San Lázaro, en el que el imaginero vio ese algo que siempre encuentran los artistas a la hora de escoger sus modelos. Con toda seguridad, convirtió a un hombre bueno, padre de familia, honrado trabajador, vecino cordial, en un perverso judío, ansioso de llevar a la cruz a un Hombre que desnudaba la hipocresía de sus Jefes, los Pontífices, un siervo alimentado por la codicia de los dueños del Templo y de las Escrituras interpretadas según sus ruines propósitos. Y cuando años después la cofradía le encarga el grupo de la Crucifixión, don Ramón vuelve a tallar al rudo sayón para darle continuidad a la escena de su primer paso y le sigue poniendo en sus manos la cuerda con la que tiraba del Maestro en la Caída para atar ahora su mano derecha al brazo de la cruz.

La leyenda popular que ha trascendido hasta hoy, talló este figurante de su Caída, copiando el rostro de un buen hombre del barrio de San Lázaro, en el que el imaginero vio ese algo que siempre encuentran los artistas a la hora de escoger sus modelos

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¿Qué pensaría ese hombre de San Lázaro al verse ahí arriba tirando de la soga en los dos pasos, haciendo sufrir al Maestro? ¿Qué le dirían los suyos, su familia, sus amigos, al verle convertido en el verdugo más cruel de los que modeló Don Ramón y puso cerca del Señor en tan angustiosos momentos de su Pasión?

Lo que no dejaba de ser un orgullo, convertirse en modelo para el notable y admirado imaginero paisano, para este pobre hombre debió ser causa de preocupación. Incluso, suponemos, llegaría a arrepentirse de haber puesto su rostro al más fiero de los judíos que dirigen los pasos del Nazareno hasta el Calvario y los momentos de su Crucifixión.

Nadie nos ha dicho qué empleo o trabajo tenía, dónde vivía, en qué calle, cuánta familia, cuáles eran sus amigos. Pasó de la realidad a la madera y ahí se quedó en los dos pasos de don Ramón y luego en la escolta del Señor, camino del Calvario. Este sayón lo talla don Ramón para la Caída en 1867, tirando de la soga atada al cuello del Caído y años más tarde en 1881, en la escena de la Crucifixión, atirantando la misma soga después de lazar el brazo izquierdo del Señor para amarrarlo al madero y que otro verdugo inicie el enclavamiento. Años más tarde, muerto ya don Ramón, en 1893 la cofradía quiso que este sayón inconfundible estuviera también en el paso insignia que tallase ese año el artesano local Justo Fernández, discípulo de don Ramón, que le dio todo el protagonismo al situarlo, en primera fila, a la vera del Redentor y un paso por delante de Él, haciendo línea con el centurión que señala el camino y con la misma soga que le define como guía indeseable del Condenado. Para ello Justo Fernández copió tal cual la figura del sayón que crease su maestro.

No lo veremos más que en esos tres momentos de la procesión de Jesús Nazareno, a lo largo de la madrugada hasta el mediodía. El hombre de la soga, el siervo del pontífice, el sayón y verdugo esculpido por don Ramón para mayor honra y gloria de esa cofradía y esta Pasión, fue un zamorano de su tiempo. Porque el genial Rafael Sanzio le situó de espaldas en su cuadro y a don Ramón le tocó ponerle rostro, semblante, actitud, humanidad, vida. Y acertó plenamente. Tantos años después es un actor principal más de esta Pasión tan admirable.

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