La Opinión de Zamora

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Oh Jerusalén, Jerusalén: la obra de Miguel Manzano en la Semana Santa de Zamora (II)

El cántico se ha convertido en el momento central de la procesión de la Buena Muerte cuya atracción, de alguna manera, ha terminado fagocitando al resto del itinerario

La Hermandad del Santísimo Cristo de la Buena Muerte durante el acto central en la plaza de Santa Lucía.

Avanzaban los años 80, la década en la que la Semana Santa de nuestra ciudad conseguía formar parte de ese “dream team” de las pasiones declaradas de Interés Turístico Internacional junto a Sevilla, Málaga, Cuenca y Valladolid. Fueron años de gran efervescencia popular, de crecimiento exponencial de las cofradías, cuyas nóminas aumentaban en una relación directamente proporcional al número de visitantes. Años en los que se trabajó notablemente la identidad, la estética, lo más visible, olvidando un tanto quizás las verdaderas esencias cofrades que comenzaban a sucumbir ante el rodillo inexorable de una recreada “tradición popular”.

Su valor reside en que, en este caso, no se trataba solo de musicar un himno antiguo, si no de componer un cántico desde cero –aunque el texto final sea una amalgama de textos litúrgicos ya creados-

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El “Crux Fidelis” y el “Christus Factus Est” habían calado. Las hermandades del Espíritu Santo y la Buena Muerte habían puesto la guinda a un modelo cofrade que comenzó a experimentarse en los años 50 y que había conseguido generar un nuevo relato: el de la austeridad. Un carácter un tanto impostado, descontextualizado, tergiversado, motivado en parte para alejarnos de aquella Sevilla con la que ahora reinábamos juntos en el Olimpo del turismo pasional -y en cuyo espejo tantas veces nos habíamos mirado a lo largo del último siglo-, pero que nos alejaba de la magnificencia con la que, desde la pobreza de estas tierras, siempre habíamos tratado las cosas de Dios.

La “nueva esencia” se imponía y para ella, las obras de Manzano resultaban tremendamente adecuadas. En este contexto, la Buena Muerte, una cofradía que aún se encontraba consolidando su identidad –y que había dado varios bandazos estéticos (recordemos la presencia militar tocando a Silencio)-, pone su mirada en el Espíritu Santo y va a encargar a Miguel una obra para su procesión: el “Jerusalén, Jerusalén”. Estrenada en la Semana Santa de 1984 es, quizás, la composición cenital de éste para la Semana Santa de Zamora y sin duda (y con perdón del “Crux Fidelis” -que al cantarse solo en el último viernes de cuaresma pasa más desapercibido para propios y extraños-), la más popular.

La presidente de la Junta pro Semana Santa, Isabel García Prieto, entrega a Miguel Manzano el Barandales de Honor ANA BURRIEZA

Su valor reside en que, en este caso, no se trataba solo de musicar un himno antiguo, si no de componer un cántico desde cero –aunque el texto final sea una amalgama de textos litúrgicos ya creados-. Se trata de una composición a dos voces hecha en el modo segundo del canto gregoriano –el más adecuado para expresar el dolor, el arrepentimiento y la penitencia-, y pensada para ser cantada en marcha, durante la procesión, al paso lento del desfile. La selección de textos tiene la misma motivación que la parte musical y la integran diversos fragmentos de las “Lamentaciones de Jeremías” o del oficio de maitines del Triduo Sacro.

El tema principal, que funciona como estribillo –y se repite varias veces-, está formado por la frase con la que termina cada una de las Lamentaciones: “Jerusalem, Jerusalem, convertere ad Dominum Deum tuum” (Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor tu Dios). Las estrofas se forman con textos del repertorio de los maitines en los que es el propio Cristo el que habla expresando el dolor por el abandono de sus discípulos -la traición de Judas o la cobardía de Pedro-. Como lazo de unión entre estrofa y estribillo de nuevo un fragmento de las Lamentaciones, el responsorio “O vos omnes qui transit per viam, atténdite et vidéte, Si est dólor símilis sícut dólor méus” (Oh todos vosotros que pasáis por la calle, atended y mirad si hay dolor como mi dolor).

La obra se interpreta en varias ocasiones a lo largo del recorrido, especialmente en la plaza de Santa Lucía en la que la hermandad realiza una pequeña estación junto a la iglesia homónima. Sin duda este se ha convertido en el momento central de la procesión cuya atracción, de alguna manera, ha terminado fagocitando al resto del itinerario (sobre todo la segunda parte), en el que la corporación discurre casi en soledad.

A Miguel Manzano le debemos también la recuperación para la Semana Santa de uno de los himnos más hermosos de la historia de la liturgia: el “Vexilla Regis” (Estandartes del rey), que la misma hermandad de la Buena Muerte incorporó a su ritual procesional

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Pero a Miguel Manzano le debemos también la recuperación para la Semana Santa de uno de los himnos más hermosos de la historia de la liturgia: el “Vexilla Regis” (Estandartes del rey), que la misma hermandad de la Buena Muerte incorporó a su ritual procesional. En realidad, Manzano hizo un arreglo de la versión del Vexilla compuesto por el músico alemán Kaspar Ett, que había grabado con su grupo Voces de la Tierra en 1981 en el disco “Semana Santa en Zamora”, editado por la Fundación Ramos de Castro.

Kaspar Ett (1788-1847), militó en el movimiento de renovación de la música sacra que se produce durante el siglo XIX, el cecilianismo, que reacciona frente a los excesos “teatrales” de la música sacra romántica a la que tildaba de excesivamente operística. El movimiento, que surge inicialmente en círculos protestantes, encontrará eco también entre músicos católicos (de hecho, será apoyado por el propio papa Pío X a través del motu proprio “Tra le sollecitudini -Sobre la música sacra”), desarrollándose con mucha fuerza en Alemania.

La versión del Vexilla de Ett es una composición para seis voces (mixtas), que Manzano reducirá a dos voces masculinas adaptándose a la realidad del coro de la hermandad (agradezco a Jaime Rapado esta información). Es posible que la presencia de varios componentes de Voces de la Tierra en el coro de la Buena Muerte facilitara su incorporación -incluso antes del “Jerusalén”-, al repertorio dela cofradía. De hecho, en 1981 aparece, junto a otras obras como el “Crux Fidelis”, la “Marcha fúnebre” de Thalberg o el Miserere del padre Alcácer, en el citado disco, del que su editor, Alfonso Ramos de Castro, afirma en el libreto: “(…) urgía también recoger la Semana Santa en Zamora con la riqueza e ingenuidad de sus viejos modos de expresión, para no perderlos ante la presión de nuevos tiempos y formas. Y mostrar la variedad y matices originales del sentir presente, ofreciendo el ayer y el hoy, como testimonio a todos y para el futuro”.

Ceremonia del perdón

El “Vexila Regis”, es un himno a la Cruz, presentada como verdadera “seña” o bandera de Cristo, exaltada como el estandarte con el que Cristo vence al pecado y a la muerte. Al igual que el “Pange lingua” (del que proceden los textos del “Crux Fidelis”), está escrito según la tradición, por San Venancio Fortunato, obispo de Poitiers, hacia el año 569 con motivo de la donación del emperador Justino II a Radegonda (hija del rey de Turingia -y viuda de Clotario I el viejo, rey de Neustria-), de una reliquia de la Santa Cruz -Lignum Crucis-. De hecho, los textos del “Pange Lingua” complementan de alguna manera a los del “Vexilla Regis”.

Su primera estrofa dice: “Vexilla Regis prodeunt, fulget Crucis mysterium, qua vita mortem pertulit, et morte vitam protulit” (Las banderas del rey se enarbolan, refulge el misterio de la cruz, en la que la vida padeció muerte, y con la muerte nos dio vida). Se cantaba principalmente durante la adoración de la cruz el Viernes Santo, “Feria Sexta en Parasceve”, en las fiestas de la Invención, Triunfo y Exaltación de la Santa Cruz, y como himno del oficio de vísperas del tiempo de pasión (desde el domingo de Ramos hasta el inicio del Triduo Sacro).

También era el protagonista de la ceremonia de “La seña o del pendón”, desarrollada durante el tiempo de pasión y documentada en numerosas catedrales de España y América. En ella se enarbolaba y ondeaba una bandera (generalmente negra con una gran cruz roja en el centro), mientras se entonaba el “Vexila Regis”. El coro de la hermandad de la Buena Muerte lo canta al finalizar la procesión, mientras el cristo avanza desde la puerta hasta el presbiterio. En este caso es la propia imagen del crucificado la que se presenta ante el total de los hermanos como estandarte de Cristo, Rey de reyes, que vence a la muerte.

El hecho de que una gran mayoría del público lo considere obra del propio Manzano -y así aparezca en algunas referencias de prensa-, nos habla, más allá de la pervivencia obstinada de numerosos tópicos en lo que tiene que ver con nuestra Semana Santa, de cómo sus obras han conseguido amalgamarse con otras músicas antiguas demostrando su calidad y hondura.

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