Hace unos días leí una entrevista que se publicó en este diario, que me empujó a reflexionar; me refiero a la que se le hizo al sacerdote que iba a ejercer de pregonero de la Semana Santa de uno de los municipios más importantes de la provincia, Toro, para ser más exacto.

Entre otras cosas, el entrevistado decía: “Hay que cuidar la Semana Santa para evitar que se transforme en folclore”, a lo que yo me decía “a buenas horas mangas verdes” al pensar en la de años que lleva la Iglesia Católica perdiendo el protagonismo de lo austero, de lo humilde y de lo trascendental, no solo en lo que tiene que ver con la Semana Santa, sino en todo cuanto concierne a las formas como transmite su mensaje, que, a mi juicio, están obsoletas pues, considero, no son las mejores para que hoy día, estando la sociedad como está, llegue y cale en el corazón de los laicos.

Y digo lo que digo porque, desde hace mucho tiempo, el boato con que el clero -desde la curia romana hasta los “soldados más rasos de las diócesis”- ha revestido la mayoría de sus actos (siempre ha habido y habrá ejemplares excepciones) al menos a mi así me lo parece, es todo lo contrario a lo que, según recogen las Sagradas Escrituras, hacía Jesucristo cuando predicaba su evangelio (que me perdonen quienes puedan sentirse ofendidos por mis opiniones).

¿Y ahora queremos que la Semana Santa no se convierta en folclore, es decir, en lo que ya es, una gran fiesta en la que prima la diversión por encima de casi todo? Pues lo tenemos claro porque, nos guste o no reconocerlo, la Semana Santa es ya uno de los periodos vacacionales más esperados del año, no solo por el clero, que también, sino, y sobre todo, por la gente menuda y no tan menuda, por lo mucho que les divierten a algunos las procesiones y todo cuanto conllevan (algarabía, botellones, quedadas…etc.) por los hosteleros, porque suele ser uno de los momentos álgidos de sus negocios, y por muchas personas, más o menos vinculadas a los desfiles procesionales, porque algunas encuentran en ellos la ocasión para sacar “tajada” o, simplemente, para ser protagonistas de algo... Ni más ni menos, ni menos ni más, y todo sin que a nadie, salvo a los más creyentes, se le pase por la cabeza lo que significó la pasión y muerte de aquel hombre que, según nos han contado, y yo así me lo creí, vino a este mundo hace más de 2000 años para dar testimonio de su verdad y redimirnos del pecado, del dolor y de la muerte.

¿Y cómo lo hizo? Pues, según está escrito, “descendiendo” del Cielo a la Tierra, de manera aun inconcebible, para darnos ejemplo de vida, o sea, ejemplo de austeridad, naciendo y viviendo en la pobreza; de humildad, hasta el extremo de llegar a dejarse humillar por todos; de sumisión a la voluntad de su Padre, sabiendo ejercer de siervo y de hijo; de valentía, enfrentándose a los más poderosos en defensa de su verdad; y de coraje, entregando su vida en la cruz para que sus “hermanos”, es decir, todos nosotros, pudiéramos recibir el perdón de nuestros pecados y alcanzar la vida eterna. Algo difícil de comprender, sin duda, pero que es la esencia de la religión cristiana y el mensaje que quiso enviarnos Jesucristo en los prolegómenos de su muerte.

Por eso, quienes nos confesamos cristianos, bien podríamos hacer una demostración de la fe que profesamos, si no diariamente, porque ya tenemos bastante con ocuparnos de todo lo que acontece en nuestras vidas, si al menos en los momentos en que, en razón de nuestras creencias, deberíamos recordar el ejemplo que durante toda la suya quiso darnos Jesucristo, y fundamentalmente durante los días de su pasión, muerte y resurrección; en otras palabras, del periodo que conocemos como Semana Santa.

A pesar de cuanto ha quedado escrito, estoy seguro, porque a algunos he conocido, que a lo largo y ancho de este nuestro enrevesado mundo hay muchos hombres y mujeres que no solo se confiesan cristianos, es decir, seguidores de Jesucristo, sino que también se comportan como tales, durante todo el año, estén donde estén, y muy especialmente durante la Semana Santa, recordando y ayudando a recordar a los que les rodean que años ha vivió, en las regiones de Judea y Galilea, un personaje llamado Jesús, que tras padecer los escarnios de quienes no podían soportar su verdad, le crucificaron entre los años 30 y 33 de nuestra era.

No quiero ir mucho más allá de lo que ya he ido con mis palabras porque sé que en el mundo actual, y sobre todo en los países más desarrollados, la religión ya casi no ocupa lugar, o si lo ocupa, es meramente testimonial porque la puñetera política pasa por encima de todo; lo que no es óbice para que, con todo el respeto que me merecen quienes no piensan como yo, reclame un ápice de cordura a los que aun guarden un poco de fe en sus interiores, para que en la Semana Santa recuerden a Jesucristo como se merece, es decir, con convicción y compromiso, y no yéndose de juerga en unos días en que todos los cristianos deberíamos recordar el porqué del sufrimiento, muerte y resurrección de quien vino a este mundo para cumplir la voluntad de su “padre”, a quien llamamos Dios, que no fue otra que dejar que su “hijo” naciera y viviera entre nosotros para terminar siendo azotado, escupido y martirizado hasta la muerte en pos de la salvación de sus semejantes.

Si la Iglesia se despojara de toda su parafernalia y descendiera “de verdad” a lo terrenal, o dicho de otra forma, “pisara tierra” dando ejemplo de austeridad, de humildad, de valentía y de coraje, para emular a su fundador, “otro gallo cantaría” pues nadie que no fuera un insensato sería capaz de renegar de quien es, si no el más, si uno de los personajes históricos más trascendentales e influyentes de la historia de la humanidad.

¡Ojalá que, estando como estamos, la próxima Semana Santa nos sirva a todos para reflexionar!