Hace ya casi dos siglos que las cofradías dejaron de cumplir con la que fue su originaria razón de ser: enterrar a los muertos, aunque todavía quede algún ejemplo residual de aquella función como la que hoy realiza la Cofradía de la Sangre de Cristo de Zaragoza, que además de recoger los cadáveres de personas abandonadas, ahora lo hace con los muertos por COVID; también aquí, en algunos pueblos de nuestra provincia la vieja Cofradía de la Cruz sigue cumpliendo con esa secular obra de caridad.

Antaño, entrar en una cofradía suponía suscribir un contrato - fijado en los estatutos - por el cual esta se comprometía a costear el entierro y honras del cofrade, y este a pagar por ello una cuota durante toda su vida. Su incumplimiento acarreaba perder ese derecho, aunque las cofradías siempre se mostraron magnánimas con los que dejaron de pagar. El impago de las cuotas a la postre fue una de las causas por las que muchas desaparecieron, y las pocas que superaron el bache tuvieron que reinventarse para seguir existiendo. Lo hicieron limitando sus fines al testimonial culto público de sus titulares. Pero, como ya hemos dicho más de una vez, la formación de la identidad socio-política zamorana, al nutrirse de las fiestas tradicionales, poco a poco las fue transformando hasta convertirlas en uno de sus iconos más relevantes, echando sobre sus espaldas una nueva función: la promoción turística de la ciudad. Este proceso tiene ya más de un siglo, y a medida que la sociedad se ha secularizado ha pasado a ser dominante, de manera que aun siendo asociaciones públicas de fieles, no responden a lo que la Iglesia espera de ellas: el fomento de la vocación cristiana (canon 215). Aquí, formar parte de una cofradía es algo que se le presupone a todo hijo de vecino, disparate que no se entiende muy bien, ya que ser cofrade hoy no es sinónimo de fiel católico, que algunos habrá, aunque son minoría. Esa absurda identidad ha llegado a tal extremo que en las redes sociales un grupo de palurdos descerebrados la defiende a capa y espada con el xenófobo lema: “Si no te gusta la Semana Santa no eres de Zamora”.

“Este año las cuotas no deberían de haberse puesto al cobro, no era necesario”

Los estatutos de las cofradías han incorporado recientemente los conceptos “derechos” y “deberes”, que las partes se comprometen a garantizar y cumplir, aunque de hecho no lo hacen. Verbigracia, la premisa que obliga a todo cofrade a ser fiel católico, estar en comunión con la Iglesia, etc., como el valor en la mili se le presume. Obviamente, las directivas no se “inmiscuyen” en esto, aunque son tajantes en exigir que abone puntualmente la cuota anual (tres recibos impagados son motivo de baja). Los derechos son de naturaleza perogrullesca: salir en la procesión y ser mayordomo, aunque se exime la obligatoriedad de ambos; de hecho muchos no asisten, y de día en día son más los que no aceptan la mayordomía para evitar los gastos que conlleva, de ahí que algunas únicamente pidan donativos, se entiende voluntarios, sino no serían tales.

Pero vayamos a lo que importa. El pasado año, por las circunstancias extraordinarias de todos conocidas, las procesiones no pudieron salir. Cuando se publicó el decreto del estado de alarma las cuotas ya estaban cobradas o puestas al cobro, de manera que las arcas cofrades obtuvieron sus ingresos habituales, pero no tuvieron los gastos asimismo ordinarios, que, dicho sea de paso, cada día son más, tras haberse embarcado en la adquisición de sedes, y ese afán de estrenar cada año algo. Este, ya sabemos que tampoco habrá procesiones en la calle – y vete tú a saber el próximo - , pero de nuevo, sin explicación alguna, se han cobrado las cuotas; ignoro si hay alguna excepción. Pareciera que las directivas se han tomado en serio el “estamos en guerra” del presidente francés Enmanuel Macron, pero solo para repartirse el botín, que el pasotismo cofrade les ha servido en bandeja, pues al no haberse podido celebrar las asambleas se ha dado por hecho que la vida sigue igual, es decir, para qué dar explicaciones o preguntar si es lícito o conveniente cobrar las cuotas, sabiendo de antemano que no tendrán derecho a salir en la procesión. Parece pues que una de las partes, vuelvo a lo del contrato, no cumple con lo estatuido, aunque argumenten lo hacen por fuerza mayor.

Cabe no obstante preguntarse por qué las han cobrado, y qué harán con el suculento haber, puesto que este año también habrá menos debe. Pero como siempre hay quien a todo gana, las directivas se han agarrado al clavo ardiendo de la socorrida práctica de la caridad, y nos anuncian que le harán la competencia a Cáritas, destinando parte de la suculenta tajada a obras sociales, y de paso sacar pecho. Sus argumentos son bastante chuscos. Veamos. Algunas, a modo de brindis al sol, las han cobrado, dejando la puerta abierta a perdonarlas a los que pasen por dificultades económicas; las hay que han pedido amablemente se le ingresen, pues no es “aconsejable” pase el cobrador por los domicilios, y en el acabose del cinismo otra nos ha recordado “que no pagamos por procesionar, sino por pertenecer a nuestra Hermandad”. Además de pícaras, las coartadas parecen razonables, pero como en cierta ocasión me respondieron a mí en una asamblea, al proponer destinar un insignificante pellizco de las cuotas a Cáritas, las cofradías no están para eso, o mejor dicho no sólo para eso. No se puede utilizar la práctica de la caridad como coartada para disimuladamente obtener unos ingresos extra.

Ya opiné sobre el particular hace tiempo y no me apeo de lo dicho. El compromiso de un cofrade hoy no es practicar la caridad - todo cristiano está obligado a ello - sino dar testimonio de lo que se presume cree. Un cofrade debería ser un cristiano militante, aunque habría que conformase lo fuera de andar por casa, es decir, de esos que al menos frecuentan los sacramentos. Pero es evidente que el fomento de la vocación cristiana a las directivas ni les ocupa ni les preocupa, con sacar la procesión ya tienen cubierto el expediente. Y para apaciguar su mala conciencia sueltan unas perrillas – las justas - y como el publicano lo pregonan a bombo y platillo (Vanitas vanitatis). La caridad, por ser virtud, o es secreta, o no lo es.

En mi opinión, este año las cuotas no deberían de haberse puesto al cobro, no era necesario, o bien dejar a voluntad del cofrade hacerlo, como me consta que ha hecho alguna. Sin hacer demagogia aliviarían a más de una familia que seguramente pasan por una situación difícil. Termino, es obsceno plantear este asunto en términos mercantilistas, yo te doy, tú me das, pero las directivas - lamento generalizar - en su afán recaudador imponen altas cuotas de ingreso, cobran a precio de oro hachones, faroles, medallas y varas, y cuando les parece suben las cuotas alegando no hay dinero para pagar las bandas, o cualquier otro pretexto. Su codicia tiene como única meta acumular para gastar, ya que la salud espiritual de sus cofrades no es asunto de su incumbencia. Por si fuera poco, nadie cuestiona sus decisiones, que aplauden con las orejas los cuatro gatos que asisten a las asambleas. Pero este año ni eso: han acordado unilateral y despóticamente que hay que pagar y callar.