En la iconografía que representa la entrada de Jesús en Jerusalén, aparecen siempre numerosos niños, el símbolo de la inocencia, de la vulnerabilidad. A los mayores, en otras civilizaciones reverenciados por su sabiduría, los hemos ido relegando, salvo cuando había que echar mano de ellos como cuidadores o para salvar familias con sus pensiones, raquíticas, las más. Dejemos ya la hipocresía: hace tiempo que practicamos el triaje social. Veo a un hombre muy mayor, en batín, aplaudir cada tarde desde su balcón, titubeante al principio. Mira a su alrededor, tal vez viva solo este interminable encierro.Y su batín me parecen las mejores galas y su actitud la de los ilusionados niños que abrazan a la borriquita. La frágil esperanza.