Zamora deseaba más procesiones tras la suspensión del Silencio y la salida sin el Cristo del Amparo de Las Capas la jornada del Miércoles Santo. Y como prueba las muchas personas que una hora antes de la salida de la Virgen de la Esperanza aguardaban ya fuera de pie, ya fuera sentadas en el suelo o ya fuera en sillas plegables para ver en primera fila la imagen que hiciera Víctor de los Ríos a lo largo de la calle de Balborraz y de la Plaza Mayor, mientras que la presencia de cofrades de acerca aumentaba en el barrio de Cabañales, donde muchos balcones estaban engalanados con reposteros con el rostro la imagen de la Virgen o bien el anagrama de la cofradía.

Entrada de la banda de la Cofradía de la Esperanza en la Catedral

Entrada de la banda de la Cofradía de la Esperanza en la Catedral

Lentamente los cargadores sacaban a la Esperanza del interior de la iglesia conventual de las Dominicas Dueñas, cuyas campanas no cejaban de repicar anunciando la marcha de la Virgen al tiempo que las hermanas y los hermanos más regazados llegaban para cumplir un año más con su cita con Ella.

La banda de apertura y el Barandales, escoltado por los estandartes de la Cofradía Virgen de la Esperanza y una cruz guía, abrían el cortejo. Tras ellos iban unos hermanos y hermanas de pocos años, a decir de sus alturas, seguidos del grueso de las mujeres, vestidas de riguroso luto en filas de a tres, que pasaron el Puente de Piedra sin presencia de viento u otros fenómenos meteorológicos. Cuando las hermanas ya estaban en la margen derecha del Duero, el blanco de los caperuces y el verde de las capas dominaba el viaducto y en medio de él, avanzaba La Esperanza con su impresionante manto de terciopelo verde que presenta 351 estrellas donadas por devotos cuyos nombres quedaron escritos en el reverso de la pieza.

A buen ritmo, y ya con el sol fuera peleando con las nubes, el cortejo discurría hacia uno de los puntos más concurridos del itinerario, la populosa calle de Balborraz. Tras el fondo de rigor antes de encarar la cuesta, momento aprovechado por muchas madres para colocar la mantilla o la peineta a las niñas, la imagen más sevillana de las que procesionan en la Semana Santa de Zamora caminaba con su mesa entre los caperuces blancos y los cientos y cientos de cofrades de acera que no perdían detalle de la ascensión de la imagen al ritmo de La Saeta, interpretada por los integrantes de la Banda de Música maestro Nacor Blanco.

La cabeza de la procesión se adentraba en el casco antiguo por su itinerario de costumbre hacia la seo donde tanto los integrantes de la cofradía, ella tulipa en mano, y muchos de los presentes, que abarrotaban la plaza de la Catedral y las calles adyacentes, entonaron la Salve. Se despidieron, muchos de ellos emocionados, de Ella, que ha vuelto a estar al culto en la capilla de San Nicolás.