Estábamos tan contentos con el exitazo del Congreso Nacional de Cofradías y mira tú por cuanto un grupo de cargadores, con su comportamiento poco civilizado, van y nos aguan la fiesta. Hablo en pasado, y de la trifulca que se montó, por un quítame allá esas cuotas, en la últimamente siempre crispada junta general de la Cofradía de Jesús Nazareno. El incidente ha venido a añadir más ponzoña a la injustamente ganada mala fama de la vieja Congregación, reducida en menos de una década casi a escombros. Pero, sin intentar quitar hierro al asunto, no creo que la agarrada en sí sea motivo de escándalo, aunque el sanedrín "semansantero" gritó inmediatamente ¡blasfemia!, y acto seguido se rasgó las vestiduras pidiendo un escarmiento ejemplar, que se ha saldado con dos expulsiones. Los que ya hemos visto caer más de una hoja del calendario recordamos discusiones acaloradas y algún que otro rifirrafe, con conato de pelea, en más de una asamblea o reunión de paso, e incluso en la procesión. Pero la cosa siempre quedaba para el anecdotario, y obviamente no trascendía. Sin embargo, ahora la sensación de escándalo y la consiguiente vergüenza viene de que el incidente se grabó con un teléfono móvil, y luego se pasó a unos y otros, y el resto lo hicieron las malditas redes sociales. Hasta el punto que no siendo más que un episodio sin importancia, sucedido un domingo cualquiera, en una olvidada ciudad de provincias, cierta prensa amiga de la casquería informativa, lo incluyó en sus titulares. Y ahí se armó Troya, aunque no entiendo muy bien por qué. De lo que verdaderamente habría que avergonzarse es del mequetrefe que cometió el delito de grabar sin autorización las imágenes, y para más inri irresponsablemente las difundió. Pues conviene no olvidar que los allí reunidos - se presume - eran miembros de una confesión religiosa. El incidente ha removido hipócritamente las conciencias, no tanto por la manera poco elegante - me permitirán la licencia de utilizar la litotes - de discutir, algo que también sucede en otros ámbitos de la sociedad civil (parlamentos, partidos de fútbol, conciertos, y reuniones de todo tipo), sino porque su difusión ha mancillado el buen nombre de la ciudad y por supuesto de su Semana Santa. Y estamos más avergonzados si cabe porque han ofendido nuestros sentimientos "identitarios" - casi un delito de lesa patria - que por el incívico comportamiento de un insensato. Por eso, creo que es injusto sancionar a los protagonistas del incidente, cuando ellos no cometieron el delito de grabarlo y difundirlo. Los hipócritas, al igual que los fariseos, suelen escandalizarse por poco, ya que es sabido son duchos en ver la paja en el ojo ajeno, y no la viga en el propio. Posiblemente en la orgiástica madrugada del viernes santo (sexo, alcohol y drogas), en la que se subvierte el orden público, con el beneplácito de quien tiene la responsabilidad legal de conservarlo, y en la que una parte de la mocedad cofrade, vistiendo túnica penitente y llevando sobre sus hombros el símbolo de la redención, profana con su comportamiento un memorial sagrado que se celebra desde hace casi cuatro siglos con respeto y fervor, nadie verá escándalo, sino tradición. Tampoco escandalizará a casi nadie la estación que las procesiones de las tardes del jueves y viernes santos han realizado desde siglos en la catedral para orar, transformada en los últimos años en irreverente romería, en la que la institución de la eucaristía y la puesta en el sepulcro de Cristo, se solemnizan con un grotesco banquete comunitario, en el que participan sin pudor cofrades, familias, autoridades y forasteros. Tampoco será motivo de escándalo esa cena fría que se sirve la noche del jueves santo en la Diputación al paso de Jesús Yacente, asimismo institucionalizada con el falso pretexto de promocionar los productos de nuestra despensa provincial; dejará de haber otro lugar y momento. Eso sí, horas después, los mismos que la organizan, no renuncian a acompañar, enlutados y con cara circunspecta, la procesión del Santo Entierro. Y qué decir del alegre traslado de pasos, andas y enseres, que va camino también de convertirse en una gamberra tradición, que se celebra con licencioso cachondeo, autorizado porque las imágenes van tapadas con una lona. Si a esto unimos el ambiente macarra que se respira por las noches - mezcla de orines, calimocho y vomitonas - la imagen de la ciudad, esa que en la retórica al uso "se transforma en templo" durante estos días, no acierto a entender qué es lo que se pretende vender, por utilizar el lenguaje de los que consideran la Semana Santa un espectáculo lucrativo, aunque sea a costa de arrastrar por el fango nuestra impostada fama de celebración austera y ciudad tranquila y afable. Antaño las malas lenguas dirigían injustamente a los que querían divertirse a Sevilla, y a los serios a Zamora. No he estado en Sevilla en Semana Santa, de manera que no puedo opinar, aunque supongo que allí también se cuecen habas, pero sí en Zamora, donde cualquier persona - no hace falta que sea un meapilas - se escandalizaría de cómo se conmemora el principal misterio de la fe. Las nuevas generaciones, también las menos jóvenes, han sublimado la tradición, tributando una latría a las imágenes, es decir a la madera de la que están hechas, olvidando lo que representan. El delirio costumbrista puede llevar a la celebración a posiciones intolerables para la Iglesia, aunque dudo de que algún obispo llegue a prohibir las procesiones aun a sabiendas de que son profanadas, pues para algunos, como bien dice el papa emérito, la Iglesia ha pasado a ser "una especie de aparato político". Sobre este y otros problemas, no sobre lo anecdótico, debería haber algún debate. Pero también aquí se estigmatiza opinar, ya que todo el que critica la celebración es considerado su enemigo, y por tanto un mal zamorano, algo que parece hemos tomado de la autocracia separatista. No me corresponde ser el cronista de los males de la Semana Santa, no es mi responsabilidad ni me apetece, por eso no entiendo el silencio cómplice de curas y laicos comprometidos. No defiendo una celebración radical, utópica, pero sí al menos coherente con su significado, con su raíz sacra, y eso no supone despojarla del costumbrismo, al que la hemos reducido. Seguramente para algunos este sea un objetivo mediocre, un abaratamiento religioso, pero mucho me temo que poco más se puede hacer. De obviar el grave problema que tiene nuestra Semana Santa mucho me temo que volveremos a copar los titulares. Concluyo con un pronóstico prestado del recientemente fallecido y admirado Rafael Sánchez Ferlosio: "Vendrán más años malos y nos harán más ciegos".

P. D. Una cosa más que no viene a cuento: la nueva corona de plata del Jesús de la caída, no ha mejorado la muy modesta que tenía, más equilibrada al no tapar, como la nueva, en su totalidad la frente. Error mayor fue labrar en las potencias el anodino escudo de la cofradía, carente de simbología, y no un discreto motivo, tomado de las arma Christi. Aún se puede arreglar.