Notre Dame de París siempre empezará a arder justo en el momento en que los tambores de la Hermandad de Jesús en su Tercera Caída suenan en la lejanía antes de enfilar por la Calle Riego. Mientras tenga memoria, estos dos momentos permanecerán asociados en mi recuerdo.

Jesús se despide de su Madre en esta imagen de Enrique Eniano, mientras veo como Nuestra Señora de París se despide entre llamas de su famosa aguja. La Tercera Caída. La eterna Caída de una Humanidad siempre tan prepotente. Suenan los tambores y las campanas más tristes que nunca. Me parece ver que la Virgen de la Amargura también llora desconsolada tratando de apagar las llamas.

Muchos de los caminantes nos dirigimos hacia la Plaza Mayor conmocionados por las noticias que llegan de París, mientras esperamos que la Tercera Caída recorra las calles de Zamora en un itinerario procesional que se quedará grabado a fuego.

Los humanos, como tantas veces, tratamos de buscar amparo en la cercanía del semejante ante la tragedia incomprensible. Nos juntamos esta noche para implorar que la estructura resista las llamas. Que la desgracia no sea aún mayor. Suenan las diez en punto de la noche y en una Plaza Mayor repleta entra la primera de las imágenes. Desde lo alto de la Iglesia de San Juan Bautista, el Peromato parece apoyarnos en nuestra súplica. Lentamente el cortejo va ocupando su lugar y en cada una de sus palabras el Padrenuestro colectivo cobra aún mayor trascendencia.

Los pasos son alzados al unísono mientras el coro de la hermandad interpreta “La muerte no es el final” acompañado por la Banda de Música de Zamora. “Cuando la pena nos alcanza / por un hermano perdido,/ cuando el adiós dolorido / busca en la Fe su esperanza”. Y se nos vienen encima todas esas veces a lo largo de la Historia que los seres humanos nos hemos reunido buscando respuestas ante el abismo de lo incomprensible.

París sigue ardiendo mientras implora que la estructura aguante las llamas y no se venga abajo. Que el fuego no sea el final. San Juan de la Puerta Nueva con sus siglos a cuestas parece recordar tantas tragedias sufridas.

La procesión sigue su camino, todavía emocionados la multitud nos acompaña hasta los alrededores de San Cipriano donde, mientras esperamos que el coro de la hermandad entone el “Jerusalem, Jerusalem”, sentimos el viento que llega del Duero que pasa mientras parece repetir lo que aquí dejó escrito Lorca y que pone palabras a lo que sentimos en este momento: “No queda nada de lo que antes viera el agua…” o aquellas frases que el viejo Séneca dijo tras un incendio producido en Lugdunum, la actual Lyon: "Hoc unum scio: omnia mortalium opera mortalitate damnata sunt, inter peritura vivimus", que vendría ser algo así como "Una cosa sé segura: Todas las obras del hombre están condenadas a perecer. Vivimos entre cosas destinadas a morir". Que no se caiga nuestra esperanza ni Notre Dame.