En Zamora, la inocencia cabalga a lomos de un pollino el Domingo de Ramos, el día en que no se puede ir por la vida sin padre ni palma. O malamente. Yo he sido uno de esos tantos niños que tuve la fortuna de poseer en ese día ambos dones, padre y palma y quienes no los hayan tenido en la infancia, han sido huérfanos de verdad, hasta los tuétanos. Hoy, en la lejanía de las semanas santas de la niñez, siento aún la felicidad que nos dejaba esa jornada y que aún la vida todavía no ha logrado desfigurar de mi memoria.

Yo no llegué a conocer el paso de la borriquita que "jubilaron" Dionisio Alba, Manolo Rafael, Bernardo Amigo, Luis Pinilla, Jesús Esbec y algunos otros, para traer ese bello pedazo de evangelio de Ramos que esculpió don Florentino. El primitivo grupo, de escaso valor, que yo conocí por las viejas postales de la Librería Religiosa que aún conservo, representaba ese pasaje de gloria con una modestia ayuna de arte. La única originalidad del paso residía en la costumbre de poner en las manos del Jesús de cartón, la palma de bucles y rizos que había portado el señor Obispo por la mañana en la solemne bendición de palmas de la Catedral. Todo lo demás en el paso era muy pobre aunque cumplió el objetivo de servir a la tradición de esta jornada durante varias generaciones. Por cierto que un año una de aquellas humildes figuras se desprendió, cayendo del paso y se rompió y otro domingo la palma episcopal se desató del brazo del Maestro con la lógica confusión y posterior jolgorio.

El grupo de Florentino es un encanto. Una de las estampas que refleja fielmente aquel momento evangélico. Ya he contado en alguna otra ocasión el desmán cometido con esta obra escultórica, abandonada de portalón en portalón durante unos años hasta que se levantó un museo que cobijó tanto desafuero y negligencia y que igualmente salvó los ricos patrimonios de cofradías legendarias como Jesús Nazareno o Santo Entierro.

El escultor segoviano acertó con su trabajo. No falta nadie. Sitúa junto al Maestro a la madre con el niño en brazos, y al padre al otro lado, incluye en la escena a una joven alborozada y deja, atrás, el detalle del buche y de los dos pequeños en plena travesura, ajenos al momento de gloria del Maestro.

Pero yo no quería hablar solamente del grupo, sino también de la borriquita de carne y hueso. Del animal de esa especie que ha servido a generaciones y generaciones de labradores con una acreditada docilidad, con una mansedumbre digna de un mejor trato en muchos casos. El asno ha sido la estampa que ha representado con mayor fidelidad al mundo rural durante siglos, la explicación más sencilla y convincente de la digna pobreza con que vivían nuestros pueblos. El rebuzno, su voz, era un sonido familiar, extendido sobre las largas horas de la canícula y del trillo, y sólo interrumpido por la campana de la iglesia recordando la hora de María. Y su cansino trote, gazapón pero firme, era símbolo de un trabajo que alcanzaba el día entero sin un mal gesto. Recuerdo aquellas tardes de calor en Pereruela, subido a lomos de uno de ellos, casi hundido en la albarda, agarrado a las bridas, sintiendo el gozo de acariciar el rudo pelaje de su cuello y la certeza de saber que me llevaría siempre, sin un mal gesto, hasta la puerta de la casa de Cleofé, mi madrina. Además, permanece viva en el recuerdo de la infancia de mi generación, la huella literaria de Juan Ramón y su Platero que nos enseñó a leer y entender el bueno de don Ignacio en la escuela y nos dejó en el corazón tanta belleza y tanta ternura, revestidas de inagotable poesía.

El burro, hoy día, es una especie a extinguir en numerosos lugares y el trabajo del campo, tecnificado hasta en sus últimos gestos, así lo indica. En Zamora, tenemos el orgullo de poseer especie propia, bien definida. El asno zamorano ha cobrado en estos tiempos un enorme valor y desde algunas instituciones y particulares se trabaja en su recuperación y conservación. Merece la pena este esfuerzo por tan fiel animal, paradigma de la nobleza y sumisión. Incluso se registran buenos precios en las subastas anuales que se hace de estos animales, hoy mas dedicados a la contemplación y al turismo rural que al severo e interminable trabajo de hace años.

Aquí en Zamora siempre nos quedará el consuelo de verle aparecer tal día como hoy domingo de Ramos, hecha borriquita de madera y ternura en una procesión alborotada de gritos felices y, al verla, sentir de nuevo el gozo que colmó nuestros primeros anhelos de procesión, vestidos de estreno y con la inocencia aún en los ojos. Y tener la confianza de saber que siempre, cada año, en un día de la incipiente primavera, estará lista para llevar sobre los lomos de su escultura, las ilusiones de los niños de mi tierra, subidas allí con el Maestro.