La procesión de la madrugada del Viernes Santo se puede ver varias veces y siempre será distinta: una explosión de júbilo cuando los tambores rompen la mañana en la Plaza Mayor, cuando el Thalberg, (oficial o "a capella") se escucha a las cinco en punto y el Cinco de Copas empieza su baile; una marcha fúnebre en la desolada avenida de las Tres Cruces cuando la procesión llega con aceras casi desiertas antes de las siete de la mañana; un manojo de emociones desmedidas de una masa ingente de personas que no se guardan los aplausos en las mismas Tres Cruces durante el acto de la reverencia que los pasos tributan a la Virgen de la Soledad o cuando los cargadores hacen su entrada en el Museo al final de la carrera; o una bella procesión, con varias de las escenas principales de la Pasión y Muerte de Cristo, durante su discurrir, de día o de noche, por las principales calles de Zamora.

La procesión de la madrugada de Viernes Santo recuperó la subida más directa desde la Plaza Mayor a las Tres Cruces, por San Torcuato, y eso influyó en que la llegada a la estación de descanso fuera más rápida y con menos público que otros años. La masiva entrada de hermanos se notó en las filas, que acogieron un mayor número de participantes que en ediciones anteriores. Unos 1.600 hermanos de fila subieron hacia Tres Cruces (sin contar cargadores, coadjutores y demás cofrades con otros cometidos específicos).

Poco a poco, mientras los pasos llegaban a la avenida y se iban colocando en perfecta formación las calles se iban llenando de personas y los noctámbulos de la noche en vela se juntaron con los madrugadores en los bares de la zona o en torno a las mesas que las cuadrillas preparan para degustar una sopas de ajo, un chocolate con churros o algo que calentara el cuerpo en una madrugada de un frío helador.

Tocó formar para la bajada de nuevo hacia el Museo de Semana Santa y tras la reverencia que recibía la Soledad del resto de los pasos se formaban las filas, mucho más nutridas, con unos 2.500 hermanos de fila, y con presencia destacada de niños de muy corta edad que están dando sus primeros pasos en la emblemática procesión. Es aquí donde más se nota la apertura de las listas de espera, en ese rejuvenecimiento, ahora extremo, pero en un futuro capaz de recuperar las generaciones intermedias quizá perdidas por las largas demoras para el ingreso. En la bajada, también, muchos más espectadores, que disfrutaron con una procesión que estuvo muy bien organizada y se desarrolló sin incidentes.