La plaza de San Lázaro era un hervidero. Toda la actividad que otros años tenía lugar dentro del templo ayer se trasladó al exterior. De manera paralela los hermanos de fila iban ocupando la cuesta de la Morana donde por segundo año se congregaban, mientras que cientos y cientos de personas esperan la llegada de la procesión tanto en las calles lazarinas como en la propia Plaza Mayor más de media hora antes de la salida de la Hermandad de Jesús en su Tercera Caída.

A la espera de que los sonidos de los clarines anunciaran el comienzo del desfile procesional, comenzaron a caer unas gotas. "¡No ha llovido en todo el día y precisamente tiene que hacerlo ahora!", comentaba una señora al tiempo que abría un paraguas. El pintineo proseguía. "¿Saldrán?" preguntó en voz alta una niña. La respuesta vino directamente de los tambores de la banda de inicio que comienzan a escucharse a lo lejos, pero con gran ímpetu. La procesión arrancaba.

La cruz parroquial de San Lázaro dio paso al Barandales que en esta ocasión no era el habitual, Alfredo Toledo. Las esquilas las tocaba Nicanor Fernández por imposibilidad del titular. Tras los hermanos del coro, las cruces de José Luis Alonso Coomonte, la docena de ejemplos de arte contemporáneo regalados por el Barandales de Honor 2016, así como las dos obsequiadas por Feliciano Prieto, una en 2011 realizada en madera y otra este año en hueso que son portadas por un hijo y un nieto del donante.

La Cruz de Yugo, con varios tambores, y la Corona de Espinas, portada por los hombros de jóvenes hermanos que avanzaban al ritmo marcado por una mayor cantidad de tambores que en años anteriores, reflejan la amplia impronta del genial artista benaventano que tanto ha marcado la estética de Tercera Caída.

Los estandartes con el nombre antiguo de la hermandad y los de las palabras, cuyos flecos han sido restaurados este año, enlazaron con un piquete de la Guardia Civil, cuerpo galardonado con el Barandales de Honor de este año, que escoltaba a la imagen de La Despedida, que llevó por primera vez entre los banzos un desfibrilador a petición de uno de los cargadores de la obra de Pérez Comendador.

Los compases que interpretaba la Banda de Música maestro Nacor Blanco se fundieron en algún instante con los tocados por la Banda de Música de Zamora que acompañaba a Jesús en su Tercera Caída. A la imagen que hiciera Quintín de Torre la arroparon representantes de distintos cuerpos del Ejército de Tierra en tanto que integrantes de la Marina desfilaron con el Ejército del Aire, tras la que iban, entre otros, el capellán.

En calles más anchas como San Torcuato, Santa Clara, Sagasta o incluso en Renova el desfile alcanzó un mayor brillo antes de entrar en la Plaza Mayor, donde se congregaron miles de personas y donde los tres pasos avanzaron al unísono mientras que el coro de la hermandad entonó la composición "La muerte no es el final".