El terciopelo morado, la cruz al hombro y todo el barrio de San Frontis en la calle, en los aledaños de la iglesia del mismo nombre. Los primeros rayos de sol de la primavera, la mirada ingenua de los niños, el latir acelerado de quienes han ido llevando la cuenta atrás desde el año pasado, las lágrimas por los que ya no están y la alegría por los que han llegado este año.

Catorce estaciones de penitencia hasta detenerse cerca de Cabañales, allí donde el martes una madre le despedirá dolorosa; una Avenida del Nazareno de San Frontis donde muchos vecinos del arrabal zamorano despiden a su hijo, camino de la ciudad. El Mozo está en la calle, Zamora se echa a la calle, ya es Semana Santa en la Perla del Duero.

El traslado del Nazareno abarrotó, por primera vez, las aceras que no pararán de latir durante los próximos diez días y que callaron al paso de Jesucristo, con la cruz de todos sobre su hombro izquierdo, penando por los pecados de toda esa ciudad que, aunque pasen los años, sigue mirando al Nazareno con los mismos ojos que cuando eran críos y caminaron, de la mano de sus padres, al traslado con el que se abre la Pasión.

Dos luces iluminan la ciudad amurallada. La luz del ocaso, primaveral, reflejada en el Duero mientras San Frontis despide a su Nazareno por unos días. La noche, cayendo sobre la Santa Iglesia Catedral, recibe al Mozo entre tinieblas, como reciben los zamoranos una nueva Semana Santa mirando al cielo, pidiendo que no llueva.

Sumergido ya en la ciudad medieval, el Nazareno camina por la Cuesta de Pizarro como si subiera al Gólgota, acompañado por una muchedumbre de vecinos que, a medida que cae la noche, iluminan el lento caminar de los cargadores. Pesa el Mozo porque no está Sebastián, como tampoco estará bajo su virgen el Martes y Jueves Santo. Su Esperanza que ahora lo guarda como a una estrella de su manto.

La sombra de un Nazareno que ya no es de San Frontis, que es de toda la ciudad, se agiganta al paso por San Ildefonso y las notas del maestro Cerveró llaman a Zamora a las calles, que es donde se vive durante la Pasión.

Las puertas de San Salvador se cierran después de que las atraviese el Mozo y en la intimidad se encuentra con su madre, Virgen de la Esperanza que ha aguardado un año sin perder nunca la fe.