Cuando Florencia daba a luz a su hija Josefa en una casa de la plaza de San Esteban se escuchaba el estruendo de los disparos premonitorios de una larga Guerra Civil. Era el 17 de julio de 1936. Entre aquel día y el pasado viernes han transcurrido 81 años. Son los datos biográficos de Josefa Fernández, una mujer que se enamoró de una Semana Santa gobernada por hombres, "la de los cardos" del Espíritu Santo. La que nunca recibió el Barandales de honor, un premio que, en cambio, se ganó en la calle con el cariño de la gente.

¿Cómo describir una larga vida en tan solo unos minutos? Su hijo Luis, hoy cotanero del Espíritu Santo, lo intenta. Dice que hay que empezar por el principio, por la niñez. A nadie se le escapa que cada uno tiene guardada en su memoria la Semana Santa que disfrutó de niño, la que supuso uno de los primeros terremotos vitales. Y eso lo saben los zamoranos. Cuando La Chupina era niña, las cofradías las gobernaban los hombres. Y entre ellos serpenteaba Pepa con sus amigos, jugando entre los pasos que el Santo Entierro acababa de trasladar desde la panera de Sancho IV a la iglesia de San Esteban.

El vínculo familiar de Pepa con la Semana Santa era un tío suyo, cargador del Nazareno de la Vera Cruz. Por eso, La Chupina eligió libremente sus tres cofradías preferidas: la decana, el Santo Entierro... y la Concha. Eran los tiempos de la posguerra y del hambre. Cualquiera puede imaginar cómo se sentía Pepa y los suyos cuando su tío los invitaba a la merienda del Jueves Santo.

"Como mujer no pudo disfrutar la Semana Santa como ahora. Entonces, las mujeres planchaban la túnica y hacían la comida", resume Luis del Río. Mientras llegaba ese aperturismo soñado -todavía hoy cuatro cofradías son de exclusividad masculina- Pepa tuvo que conformarse con "amar" las hermandades que le prescribió su madre, las de mujeres: La Esperanza y Nuestra Madre. "De la Soledad nunca fue hermana", confiesa su hijo.

Pero fue su cercanía a la Cofradía de la Concha la que cambiaría la vinculación de La Chupina con la Pasión. "En una celebración, un joven Pacogus (Francisco Gustavo Cuesta de Reyna) le comentó a mi madre y a mi abuela que tenían intención de crear una nueva cofradía", explica Luis. Así es como Florencia y su hija Josefa vivieron de lleno el ambiente previo a la creación de la Hermandad del Santísimo Cristo del Espíritu Santo. Corría el mes de diciembre de 1974 cuando la nueva cofradía fue aprobada, aunque entonces aún estaba en duda si la primera procesión tendría lugar el año siguiente. "Mi abuela y mi madre participaron en aquellas conversaciones e incluso alguna reunión se celebró en nuestra casa", narra Luis.

El 21 de marzo de 1975 el Espíritu Santo salió a la calle. Aquellos primeros cuatro años fue Florencia la camarera principal. Al fallecer, su hija Josefa se hizo cargo del cuidado del Santísimo Cristo. "El roce hace el cariño", afirma Luis. Así se forjó una de las estampas clásicas del Viernes de Dolores, que se repitió durante décadas. La Chupina tras el Santísimo Cristo. Hace cinco años, el estado de salud de Josefa truncó esa relación. "A mi madre lo que más le impresionaba era la salida del Cristo", confiesa su hijo. Por eso los últimos años "lo pasó mal" y "yo la sacaba para que pudiera matar el gusanillo, como vulgarmente se dice", añade.

Pero volvamos a aquella procesión. Entonces hubo una especie de milagro. "Si los cardos para el Cristo los coges después del verano, se estropean y no llegan bien para la Semana Santa. Pero aquella primera vez, como fue todo precipitado, los cogimos en diciembre y estaban perfectos en la primera procesión", narra Luis del Río Fernández. Fueron a la finca de unos amigos, un terreno que estaba junto al Puente de Hierro. "La finca ha cambiado de lugar, pero los cardos se siguen cogiendo de allí".

El Barandales que nunca llegó a recibir

Y así, año tras año, La Chupina se fue ganando el cariño de los zamoranos. A tal punto que muchos semanasanteros, que sentían cierto hastío por la concesión del premio Barandales de honor a representantes políticos, propusieron a Josefa Fernández como candidata. "Nunca se lo concedieron, pero estuvo a punto. En una de las votaciones nos dijeron que no salió por un voto", revela su hijo. "¿Cómo no le iba a hacer ilusión?", se pregunta Luis, pero Pepa consiguió ese premio en otras cosas, en pequeños (o grandes gestos). Como el de un joven Ricardo Flecha, que le ofreció un crucifijo tallado en madera para la tumba de su madre que La Chupina guardó siempre en casa, porque allí su madre "siempre lo iba a ver", y así permanecería a salvo de cualquier tentación en el cementerio.

Han pasado esos cuantos minutos cuyo resumen cabe en esta página. Quizá suficientes para conocer un poco más a la eterna camarera del Cristo del Espíritu Santo. Josefa, a quien no le hacía gracia eso de La Chupina. Aunque lo aceptaba.