La Virgen de la Esperanza llena Zamora en la mañana de un Jueves Santo teñido de negro y verde. Las dos orillas de la ciudad vuelven a unirse en una mañana de emoción, deseos y gotas de sudor. Una mañana de miradas a la Madre, de promesas y de oraciones en silencio. Tacones de mujer que pisan por las empedradas calles para acompañar a la Esperanza a su casa, en la capilla de San Nicolás de la Catedral. Al principio y al final, ellos, los hermanos, con túnica y caperuz de raso blanco, al igual que la faja y la capa. Ellas, el grueso de la procesión, de un luto del que solo se libran el cordón verde de la medalla y el blanco de los guantes con los que portan tulipa y vela para dar luz a la Virgen en su camino. La cuenta atrás es inminente, a las puertas de la última cena de Jesús con sus discípulos.