Fue atípica la procesión anoche de Las Capas. Porque la vestimenta importada de los campos de Aliste se hizo para soportar el frío en la ancestral actividad de cuidar el ganado. La Hermandad de Penitencia se enfrentaba así a un escenario extraño y, en las aceras, los espectadores la acompañaron sin temor por las frías madrugadas soportadas desde siempre. Cuando la llegada del Cristo del Amparo es un alivio, porque supone una penitencia cumplida y la hora de regresar con la familia o los amigos a casa.

Ayer, la benigna temperatura sembró un clima distentido a una procesión que jamás pierde su impronta. Porque el solo caminar del Crucificado guía y el pendón de la hermandad del barrio de Olivares ya detiene el tiempo y lo devuelve a lejanos calendarios. El cuarteto de metales se encargó de dar un cumplido estreno a la melodía compuesta por Gustavo Tobal para homenajear al eterno Bombardino de Las Capas.

Aún así, siempre será el sonido triste de este instrumento el que gobierne sin competencia las noches del Miércoles Santo. Eduardo Vidal afinó el bombardino para enseñar a los de fuera cómo es la procesión de Las Capas. Y a los de dentro, emocionarlos como cuando Agustín ponía rumbo cada Semana Santa para compartir las notas del desfile.

Sin la preocupación de años pasados por el cielo ni temor alguno por el mercurio, la vivencia de Las Capas fue plena. Y el Cristo del Amparo volvió a latir por las calles del casco histórico con ese sencillo compás que mezcla su sonido con el crujir de unas andas que -más de uno habrá pensado- parecen romperse a cada paso.

El recorrido clásico de la Hermandad de Penitencia devolvió a la humilde imagen de San Claudio de Olivares a su casa. Y en el regreso a casa, a su templo casi milenario, el Miserere castellano en las voces de un coro que siempre recibe las miradas de tantas y tantas almas que se sienten más puras después de haber compartido una experiencia única.