Con la escrupulosa puntualidad que acostumbra cada año -el reloj marcaba las 20.15 horas- el eco de los tambores empieza a resonar en el atrio de la Catedral. Es Martes Santo y la cofradía de Jesús del Vía Crucis no se hace esperar. Las puertas del atrio se abren y los integrantes del desfile empiezan a asomar por la Seo. Son los primeros de 2.000 más que, con su hábito de estameña blanca y caperuz morado, inauguran una procesión que toma rumbo al otro lado del río. La unión de las dos orillas. El nexo de dos márgenes hecho tradición, fe y Pasión con mayúsculas.

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Los acordes del himno de España entonados por la Banda de Música Nacor Blanco anuncian la salida del Nazareno de San Frontis, con su túnica de terciopelo morada bordada en oro, sobre la mesa sobria de madera de nogal. Con el peso de la cruz, enfila las rúas del casco histórico, repletas de gente con sus móviles al aire para capturar el segundo desfile del Mozo de San Frontis. Las pipas y las sillas plegables hacen más llevadera la espera, a la que se suma tres cuartos de hora clavados de procesión.

"¡Qué joya!"

Tras un Nazareno en la cuenta atrás del fatídico destino, diez minutos después es la Virgen de la Esperanza la que llena el atrio catedralicio con su espléndido manto de terciopelo verde bordado en oro y salpicado de estrellas. La corona labrada en plata recluta miradas y comentarios: "¡Qué joya, qué belleza!", dice el público a su paso. Las notas de la Banda de Música de Zamora contribuyen a dar mayor solemnidad a su aparición, inmensa, imponente, a solo unos metros de su hijo, del que se despedirá minutos después. Tras ella, el capellán de la Cofradía del Jesús del Vía Crucis, José Ángel Rivera de las Heras, las directivas de la Esperanza y la concejala Soraya Merino.

La procesión sigue su camino hacia el momento cumbre del itinerario: el paso del Puente de Piedra y la despedida de la Virgen hacia Cabañales mientras el Cristo sigue por su avenida hacia su casa, la iglesia de San Frontis, a la que regresa cinco días después de su traslado. El gesto al cruzar el Duero une las dos ciudades, la de piedra y la modesta, la histórica y la humilde de San Frontis. En la plaza del barrio los cofrades rezan el Vía Crucis para seguir hacia la iglesia del barrio, templo de su sede.

La procesión, en la que desfilan las mujeres por tercer año consecutivo, llama la atención por la presencia infantil dentro y fuera de sus filas. Bebés y niños cogidos en brazos de sus padres hicieron parte del recorrido de la tarde del Martes Santo. Su presencia se traduce en el grupo de niños que cerró ayer el desfile procesional con sus tambores.