Fue una mujer, Isabel, la madre de Juan el Bautista, la primera en reconocer la divinidad de Jesús. Fue otra mujer, María de Magdala, la primera a quien se apareció después de la Resurrección. Mas el orden de los hombres no coincidió con el del Hijo de Dios. Si los ricos tenían más difícil el tránsito hacia la nueva Vida que n camello traspasar el ojo de una aguja, a las mujeres de poco les sirvieron aquellas tempranas bendiciones, no ya para hacer carrera en la Iglesia sino en la propia vida. En lo establecido por los mortales nunca les fue asignado mayor papel que el de abnegada comparsa. Larga ha sido la lucha sí, porque el camino de la Igualdad también requirió su particular martirología. Pero quienes crean y trabajen por ella merecerán también, al final, la gloria.