Prende el pábilo de la vela del farol de forja y préstame su luz para romper las tinieblas mientras ascendemos paso a paso la Cuesta del Mercadillo. Igual que nuestros mayores encendían aquellas humildes lamparillas de aceite, una por cada ausencia, y los corazones ateridos se templaban a la tenue llama que alumbraba los recuerdos, rescata de la memoria aquellas manos que aliviaban los pies sufrientes a la vuelta de la procesión, el regazo sobre el que dormitabas en aquellas primeras madrugadas de penitencia. Deja que arda la cera hasta derramarse como lágrimas sobre los tenebrarios y, si alguna ráfaga inoportuna apagase el cirio, piensa que es el Cristo gótico que exhala su último aliento como Hombre antes de respirar como Dios.