El día de hace 75 años en que Dionisio Alba Marcos "descubrió" la imagen del Yacente tapado por una colcha y "olvidada" en la iglesia de la Concepción, surgió mucho más que el germen de una nueva procesión de Semana Santa. La Penitente Hermandad de Jesús Yacente creó un nuevo modelo que se asentaría pronto y que Zamora ha adoptado como propio. La procesión de la noche del Jueves Santo representa el paradigma de un nuevo concepto estético frente a las tradicionales e históricas que ya prestaban lustre a la capital zamorana. Una puesta en escena en la que nada se deja al azar que adoptarán las hermandades que se incorporarán en años sucesivos. Una aparente austeridad inspirada por el potente nacionalcatolicismo de la posguerra, que marcará la evolución social de los siguientes años en la ciudad.

Tras la Guerra Civil, movimientos como Acción Católica que en años anteriores habían quedado arrinconados frente al protagonismo de Falange, recuperan su influencia social. De estos círculos, tal y como señala el historiador José Andrés casquero, surgirán, a partir de entonces , las clases dirigentes, incluidas las de la Semana Santa.

La anécdota de la iglesia de la Concepción a cargo de un joven Dionisio Alba Marcos, que contaba entonces con 21 años y asistía a una misa de funeral por su difunto padre, ha pasado ya de intrahistoria a leyenda de la Pasión zamorana. Tanto, como la colaboración necesaria de Ramón Amigo y, determinante, la del sacerdote Antonio Alonso Fernández, consiliario de Acción Católica en la que los dos primeros participaban activamente y sobre los que tenía gran influencia. Los tres aparecen en la mítica foto de Duero junto a la talla que, en un principio, por la disposición y apariencia de la bella imagen guardada en la Concepción, se atribuyó a Gregorio Fernández, aunque los estudios posteriores llegaron a la conclusión de que era autor un discípulo suyo, Francisco de Fermín.

La conmovedora imagen pronto caló en la devoción de una sociedad zamorana entregada al nacionalcatolicismo que imperaba en aquellos días. Aunque el propio Dionisio Alba Marcos explicaba que, en un primer momento, "No se pensaba en una procesión, solo en un Vía Crucis cuaresmal", el mismo que se sigue celebrando en las vísperas de Semana Santa y del que es autor el sacerdote Antonio Alonso, finalmente el 11 de marzo de 1941 obtiene la aprobación canónica como cofradía. Apenas un mes después tendrá lugar su primera procesión, pero ello exigió un esfuerzo hasta económico de los fundadores que tuvieron que poner de su propio bolsillo las 900 pesetas que costaba sacarla a la calle.

Había nacido oficialmente la Hermandad que rompería los cánones estéticos imperantes, desde la formación de los hermanos, de tres en fondo, a la indumentaria. Los cofrades llevan caperuces más altos y estilizados que los habituales. A la túnica, de estameña blanca y ceñida por una faja morada se le añaden botonaduras en los puños. Los mayordomos no lucen vistosas varas, sino pesadas cruces de madera. El primer año fueron Antonio Alonso y Ramón Amigo quienes cargaron con ellas. Posteriormente se añadió una tercera cruz de penitencia que se carga a solicitud de los hermanos. La lista de espera llega ahora al año 2072.

Pero ya en la primera salida figuraban otros elementos característicos: los instrumentos de la tortura del Crucificado, clavos y corona de espinas, van sobre cojines morados llevados por los cofrades de menor edad. El Cristo, apenas cubierto por un sudario, desfila en unas sencillas parihuelas. La puesta en escena era espectacular y dio pie a numerosas e incluso polémicas interpretaciones, pero el propio Alba desvelaba para LA OPINIÓN-EL CORREO de Zamora en 2007 la auténtica "escuela" en la que se inspiró tan exacta coreografía. Ramón Amigo y él habían quedado impactados tras ver la versión cinematográfica de "Romeo y Julieta" que se había estrenado el Principal poco antes, y en concreto la escena en que la familia Capuleto traslada al panteón familiar a la joven enamorada.

A ello se añadió una estampa más apegada a la tierra de origen por parte de Ramón Amigo: De pequeño le había impresionado un entierro en Santa Clara de Avedillo, de donde descendía su padre. En aquellos años pocos eran los que podían pagarse un ataúd, así que en la mayoría de los sepelios los muertos iban envueltos en un sudario sobre parihuelas, y así, eran depositados directamente en la tierra. La procesión de la noche del Jueves Santo lleva a enterrar a Cristo y "nos parecía que aquel Cristo pedía un entierro castellano", explicó el propio Amigo a este diario en 2007, un año antes de su fallecimiento.

El carácter metódico y perfeccionista del también fundador de la Tercera Caída está presente en todos los detalles de la procesión, hasta el tintineo del viático, "ni mucho, ni poco", lo justo. El itinerario fundacional incluía la bajada por la Cuesta del Piñedo: "Cuando se lo comenté a don Antonio (Alonso) me dijo: "Ramón, ¿no será demasiado fuerte?" Subimos por Balborraz, por San Andrés y San Pablo para desembocar en la avenida?El segundo año ya pasamos por el Arco de Doña Urraca, que exigía mucho esfuerzo de los cargadores". Los hermanos fundacionales eran 117, de los cuales 111 se habían apuntado en poco más de un mes desde la aprobación del Obispado. Casi todos procedían de Acción Católica. El primer Hermano Mayor fue Antonio Alonso. El número 2 (hoy, a sus 96 años, el número 1), Dionisio Alba Marcos y el número 3 Ramón Amigo. La media de edad era de 23 años y el más pequeño, Antonio de Castro Domínguez, tan solo contaba con 8 años de edad.

Ese primer Jueves Santo fue el 10 de abril de 1941 y salieron a la calle 98 cofrades. El tiempo era desapacible, con lluvia, mucho frío y viento que apagó los hachones y los cirios. "La gente empezó a quitarse las gabardinas y el propio don Antonio, que llevaba capa, se la quitó, todo para tapar el Cristo", rememora 75 años más tarde Dionisio Alba Álvarez, hijo del fundador y actual Hermano Mayor.

A pesar de tener que luchar contra los elementos, la procesión fue ampliamente elogiada en las crónicas de la prensa local. El Correo de Zamora destacaba la "perfectísima organización, orden correctísimo y la solemnidad acabada" para concluir: "Ha quedado definitivamente consagrada como una de las mejores con que contará para el futuro nuestra Semana Santa". Los visitantes que llegaban desde los pueblos cercanos ya tenían un motivo más para acudir a la capital. Muchos de ellos pasaban la noche al raso, bajo los soportales de la Plaza Mayor, comiendo bocadillos que llevaban preparados. Los bares cerraban esa noche, pero había mesas, cubiertas por sábanas, donde se despachaba aguardiente para combatir las heladas noches del inicio de la primavera. Siendo alcalde Gerardo Pastor Olmedo, hermano de la cofradía, se prohibió también esta práctica "hasta la entrada del Yacente en la iglesia".

La cofradía solo ha tenido cuatro Hermanos Mayores (el cargo que equivale a la presidencia) en toda su historia. Tradicionalmente estuvo presidida por sacerdotes: Antonio Alonso, Gregorio Gallego y Juan Encabo.

Tras el fallecimiento de este último, párroco de San Torcuato, el Cabildo Mayor elige por primera vez a un seglar como máximo responsable: Dionisio Alba Álvarez, que empezó a desfilar con solo ocho años de edad en la Hermandad fundada por su padre. Aún mantiene nítido ese momento en su memoria: "Llevé los clavos. La verdad es que la sensación de ir dentro de la procesión es aún más impactante que verla. A veces ni siquiera me doy cuenta de que hay gente viéndola, y más en estos últimos años en los que tengo el honor de caminar por detrás de la imagen del Yacente. Recuerdo, por ejemplo, hace cinco años, cuando nos llovió mucho en la plaza de Viriato, el ruido de la lluvia contra el suelo entre el silencio del público y las voces que me llegaban entrecortadas del coro. He vivido momentos inolvidables".

La Penitente Hermandad añadió, 12 años más tarde de su creación, el broche que la convirtió en una de las procesiones más impactantes de todas las Semanas Santas: la incorporación del coro interpretando la adaptación musical del padre Alcácer del salmo 50, el Miserere que desde 1953 se entona en la Plaza de Viriato señalando el momento cumbre de la Pasión zamorana. Durante los primeros años, los hermanos, de vuelta a la iglesia de salida, cantaban "Perdona Dios Mío", como un acto íntimo. La incorporación del Miserere, relata Dionisio Alba Álvarez, "fue idea de tres hermanos: Bernardo Carrascal, Paco Alonso y Luis Salvador, que presentaron la iniciativa en el Cabildo Mayor". La adaptación musical del padre Alcácer del Salmo 50 "era interpretada por los seminaristas en el Seminario de Zamora en los oficios de tinieblas". Y fue la elegida para lo que acabaría siendo el momento cumbre de la Semana Santa zamorana. En 1953 fueron 16 los cantores, procedentes, en su mayoría de la Real Coral de Zamora. El Coro del Seminario tuvo también un papel destacado hasta la consolidación del coro de la Hermandad. Hoy son cerca de dos centenares de voces las que se alzan al cielo, mientras los hermanos van recorriendo el perímetro de la plaza lentamente. Siete minutos y 40 segundos, el tiempo en el que callan los tambores que acompañan al Cristo Yacente, lo que dura el cántico que estremece a los zamoranos.

La perfección con la que fue concebida por los fundadores permanece inalterada en todos estos años. El ambiente que genera la Hermandad en la calle impone el silencio entre el público, y el recogimiento de los hermanos se produce de forma espontánea. "Es verdad que don Antonio Alonso mantenía una disciplina férrea y ese espíritu permanece sin que la organización tenga que hacer grandes esfuerzos. Es curioso ver cómo las mismas personas se comportan de manera muy diferente en otras procesiones, en las que saludan y dan caramelos a los conocidos, mientras en el Yacente van en orden y en silencio". La disciplina parece indispensable, aunque el rigor se mida, según las circunstancias: "El último medallón que se retiró (como medida disciplinar) fue hace años a un hermano que se quitó el caperuz en la plaza de Viriato. Luego todo se aclaró: otro cofrade, un chico joven, había sufrido una lipotimia y se descubrió para atenderlo, porque era médico".

¿Y el futuro? La Hermandad llegó a peligrar por tener cerrado el cupo de admisión. La media de edad crecía peligrosamente. La solución adoptada de nombrar hermanos eméritos a los de mayor edad para dar paso a la juventud parece estar dando sus frutos y se ha producido una importante renovación. "El futuro es optimista", asegura el Hermano Mayor. Y otra cuestión espinosa: la incorporación de las mujeres. La Hermandad no ha llegado a recibir ninguna solicitud aún. Dionisio Alba remarca que "nosotros no incumplimos el derecho canónico, pero el estatuto establece que es una cofradía de hombres. Y creo, sinceramente, que las mujeres zamoranas lo entienden también así".