Cuando todavía resuenan los ecos de la celebración de la Semana Santa, los toresanos rememorarán el próximo lunes una fecha "funesta" para la cofradía de Jesús Nazareno y Ánimas de la Campanilla y para todos aquellos que sienten muy dentro la Pasión. Y es que, el lunes, se cumplen 58 años del devastador incendio que arrasó la iglesia de Santa María de Roncesvalles y Santa Catalina e imágenes muy veneradas en la ciudad, propiedad de la hermandad toresana. Varias leyendas han circulado y siguen haciéndolo, a pesar del tiempo transcurrido, para tratar de explicar qué pudo originar el incendio, "quizá buscando un culpable o para mitigar el dolor sufrido por la pérdida".

La versión oficial es que el fuego fue provocado por unas velas que prendieron los paños de la pasión y que estaban colocadas delante de la imagen de Jesús Nazareno. Por estos paños, que con la liturgia de la época tapaban altares y sagrarios, se propagaron las llamas que, rápidamente, alcanzaron la techumbre de madera del templo que, al desplomarse, abrasó todos los enseres que albergaba en su interior, incluidos los pasos procesionales. El trágico suceso tuvo lugar en la tarde del sábado anterior al Domingo de Ramos, por lo que la ciudad se preparaba con ilusión para celebrar su venerada Semana Santa, pero este deseo quedó reducido a cenizas.

El estridente tañido de las campanas alertó a los vecinos, en un calurosa tarde de abril, de la gran humareda que se desprendía de la iglesia. Provistos con calderos y con mangueras los vecinos trataron de controlar el fuego, e incluso bomberos de Zamora y Valladolid se desplazaron hasta la ciudad, en un intento desesperado por extinguir el incendio. Periódicos de la época como el ABC, en una crónica publicada el 14 de abril, resaltó la valentía de los toresanos al afirmar que "el vecindario acudió inmediatamente para contribuir a la extinción del fuego, pero las llamas fueron tan virulentas que impidieron entrar en la iglesia". Las pérdidas, según esta crónica, fueron calculadas en seis millones de pesetas.

El fuego, además del templo, calcinó siete pasos procesionales, algunos de gran valor como el venerado Nazareno, atribuido a Antonio Tomé, La Soledad de Felipe Espinabete o un Cristo de la Expiración del siglo XVII. En el incendio perecieron otras imágenes como una Verónica de bastidor del siglo XVIII, La Desnudez, otro Cristo, o el grupo de La Lanzada, más conocido como el caballo de Longinos. De las llamas, tan solo se salvó el venerado "Ecce Homo" que todavía procesiona en la ciudad, porque esa tarde se encontraba en el convento de Santa Clara al que pertenece. A pesar de la tristeza, la impotencia y el dolor, los toresanos supieron reponerse de tan duro golpe. La procesión del Viernes Santo de ese año fue "más penitencial y triste que nunca", pero los cofrades cargaron con orgullo al Santo Ecce-Homo y una gran cruz de madera realizada con postes del cableado eléctrico.

Una vez concluida la Semana Santa de 1957, la cofradía creó una comisión que fue la encargada de convocar un concurso a nivel nacional para realizar las imágenes de Jesús Nazareno y la Virgen de la Soledad. Este concurso fue fallado en septiembre de ese mismo año y la imagen de la Virgen fue adjudicada a Hipólito Pérez Calvo, mientras que la del grupo de Jesús con el Cirinero quedó desierta porque, aunque a la comisión le gustaban dos maquetas, en ambas propuestas la imagen de Jesús Nazareno no era vestidera.

Pasado un tiempo prudencial, como recordaron responsables de la cofradía, la comisión se reunió de nuevo y acordó que la imagen de Jesús la realizara Tomas Noguera y Luis Marco Pérez, la del Cirineo. Al año siguiente, la procesión partió de la iglesia de San Julián, con las imágenes de La Oración del Huerto, la Flagelación, el Ecce Homo y La Verónica, desfile en el que se estrenaron los pasos de Jesús Nazareno y la Virgen de la Soledad.