La "Semana Santa" en Zamora es sinónimo de fiesta: de fiesta religiosa, de fiesta tradicional, de fiesta turística, pero al fin y al cabo de fiesta. Porque la gente se echa a la calle y participa en los desfiles procesionales, y ya de paso llena los bares y los restaurantes. Y aprovecha para volver a verse con antiguos amigos que vuelven en estos días, precisamente en estos y no en otros. Y sale por la noche, desafiando las inclemencias del tiempo.

En esta semana las calles se llenan de vida, dando la impresión de haber cobrado un vigor que, en general, les falta el resto del año. Y las autoridades locales, que han permanecido invisibles, aparecen presidiendo los desfiles procesionales; y alguna de ellas, aprovechando un ofrecimiento religioso, suelta un discurso político como si tal cosa. Y el sol es cuando es mejor recibido, porque su presencia permite tomar las sopas de ajo en las Tres Cruces el viernes por la mañana, y las almendras garrapiñadas y las aceitadas el jueves por la tarde, en los alrededores de la Catedral. Y el "dos y pingada" el Domingo de Resurrección.

Y desde las filas que aguantan pacientemente la llegada de las procesiones, se escuchan comentarios en voz baja cuando pasa un cofrade descalzo, o un niño, en brazos de su padre, que no aguanta el paso cadencioso de los penitentes. Y se hace un hueco, entre el público, para que pasen a primera línea los pequeños que han llegado tarde, para que puedan ver la "procesión".

Y unos cuantos maleducados se dedican a llenar la calzada de cascaras de pipas que comen compulsivamente al paso del desfile procesional. Y otros hablan a voces sin importarle si molestan o no a la gente que se encuentra a su alrededor.

Durante esta semana, ya hace años que no suele estrenarse nada, porque afortunadamente, el nivel de vida, permite hacerlo durante el resto del año. Y es que ya pasó aquella época en la que había que estrenar un traje o unos zapatos, y si se disponía de posibles las dos cosas. Ya desaparecieron aquellos Domingos de Ramos en los que el que no estrenaba algo "no tenía manos".

Y cualquiera de estos días de procesiones, los cofrades saludan a los familiares y amigos que se han colocado en el lado derecho o en el izquierdo del recorrido, según les hayan advertido la fila por la que iban a desfilar; y en algunas procesiones les ofrecen almendras. Y los que ven la procesión se quedan haciendo comentarios sobre si el que les dirigió aquel saludo o les hizo aquella seña era o no menganito, porque el capuchón les ha impedido identificar con claridad de quien se trata.

Los medios de comunicación abren sus puertas a los expertos en temas "semanasanteros" para que cuenten curiosidades o aporten datos que a veces han pasado desapercibidos. Y los incondicionales solo cuentan las bondades que trasladaría una abuela a sus nietos. Y apenas si llega a oírse alguna voz discrepante, eso sí, siempre en voz baja.

Las cofradías continúan con sus dimes y diretes tanto en lo que afecta a los asuntos internos como a los eternos debates con otras. Y recuerdan las apreturas económicas por las que han tenido que pasar para poder contratar a las bandas de música.

Las túnicas pierden el olor a alcanfor que les ha acompañado en el armario desde el año anterior, y se reponen las velas o los hachones de las procesiones nocturnas. Y se le saca el dobladillo a las túnicas de los más pequeños, que no paran de crecer, para que les puedan servir un año más.

Continúa el eterno debate sobre quién fue el autor del Cristo Yacente, que empezó, en su día, con Gregorio Fernández, para pasar por Andrés Solares o Jesús Urrea, y ahora la cosa está en que el maestro debió ser Francisco de Fermín. Y otro tanto sucede con el Cristo de las Injurias, que se suponía que había sido creado por Gaspar Becerra y tras pasar por Balmaseda o Berruguete, ahora se dice que pudieron ser o Diego de Siloe o Jacobo Florentino, o ¡vaya usted a saber!

Las mujeres salen con capuchón en gran parte de las procesiones, una antigua reivindicación ya superada, porque la Semana de Pasión se ha acomodado a los tiempos que ahora vivimos. Y las listas de espera de las cofradías se van acortando poco a poco, más bien por temas demográficos que por pedir la baja algún hermano, porque el que se apunta una vez ya es cofrade para toda la vida, aunque algún año, por una u otra razón, deje de participar en los desfiles.

Y continúan sin programarse actos alternativos o complementarios a las procesiones que puedan entretener al personal y estimular el desplazamiento de gente foránea. El único que existe, que es el "Pórtico", dedicado a la música antigua, cada vez está menos apoyado por las instituciones, aunque goce de gran prestigio, porque ya es sabido que, en este país, no hay cosa peor que apoyar la cultura. Y más en este caso, cuando el éxito de público hace que haya tortas para conseguir una entrada.

Y continúan las discusiones sobre si debe salir o no determinada procesión en el caso que resulte amenazada por la lluvia, aunque el agua a caer sea de poco pelo. Las empresas que se dedican a la meteorología están ayudando mucho últimamente a la toma de decisiones, pero nunca llega a llover -nunca mejor dicho- a gusto de todos.

Los espectadores cada vez son más avezados, ya que conocen en detalle las mejores ubicaciones para asistir a los desfiles. A este respecto, Internet obra milagros.

Y así va pasando un año, y otro, y los temas se repiten, casi al pie de la letra, y se pasa de correr las calles a buscar un lugar tranquilo -sin empujones- para seguir viendo pasar a "calvito de los bodajos" y al "caballo de Longinos"; y a estremecerse de emoción cuando La Soledad sale el Sábado Santo con el traje "de diario" y se encierra en la iglesia de San Juan hasta el año siguiente.

Y se celebra la última procesión, que es a la vez la primera romería que da paso a la primavera. Esta vez, acompañada con música animada, cuyas notas llegan a escucharse mezcladas entre las salvas disparadas desde el Ayuntamiento Viejo para celebrar la Resurrección.

Y la gente se dispone a recordar las poesías de Machado, y repite con voz queda algunas estrofas:

La primavera besaba/ suavemente la arboleda/ y el verde nuevo brotaba/ como una verde humareda.