Ni una sola nube se atrevía a nublar el cielo de la noche del Lunes Santo en que el Santísimo Cristo de la Buena Muerte salió, como cada año, a recordar a los zamoranos y turistas por qué nuestra Semana Santa es una de las más solemnes de España. Pocos minutos pasaban de la medianoche cuando los menos de cuatro centenares de hermanos comenzaron su desfile entre la luz titilante de las teas.

Miles de zamoranos acompañaron con solemnidad al Cristo crucificado que desfilaba, inclinado como siempre en sus andas sencillas, ante las miradas de respeto y el silencio de una ciudad callada que velaba al Jesús que agonizaba en la cruz.

Los más afortunados pudieron ver la imagen del atrio de San Vicente, iluminado y amarillo por las teas, cuando la imagen dejaba su hogar durante apenas unas horas para recorrer las calles milenarias del casco antiguo zamorano y alumbraba con su luz temblorosa las piedras que durante siglos han permanecido inmóviles ante la devoción de sus cofrades y el caminar de sus imágenes. Después, con la tranquilidad de la noche y el silencio solamente rotos por los cánticos de los hermanos del coro, el Cristo bajó por Balborraz y las estrechas calles del barrio de la Horta.

Ya en la plaza de Santa Lucía, los hermanos formaron para rodear a su Jesús y vivir desde dentro el canto del "Jerusalem", uno de los momentos más emocionantes de la Pasión. El canto profundo pide a Jerusalén que se vuelva hacia el Señor y Zamora obedeció y lo hizo, rendida a los pies de la cruz del Cristo de la Buena Muerte, que emprendió el regreso a su iglesia bajo una luna de estameña blanca como los hábitos de sus hermanos, que dieron calor con sus teas a una madrugada ya cálida de Pasión. En el interior, cuando ya la ciudad dormía, el "Vixilia regis" escuchado solo por sus hermanos despidió otro lunes de cera y devoción.