Encontrarse en el interior de un local y que nadie, o casi nadie, lleve puesta una mascarilla parece estar convirtiéndose en algo habitual. Que hayan dejado de ser obligatorias ha hecho que nos olvidemos de que siguen siendo recomendadas.

Por eso la situación que describe la pregunta del titular es ahora mismo más frecuente de lo que los científicos quisieran. Porque en estos días no es raro que nos encontremos en un lugar cerrado en el que casi nadie lleva la mascarilla. Ocurre en los lugares de trabajo, bares, hoteles, transporte y hasta en las iglesias, donde se supone que hay sobre todo gente mayor. Y por mucho que cada día estemos conociendo nuevos casos de amigos contagiados, la vida sigue y la prudencia se va relajando más…

¿Menos mascarilla y más contacto estrecho?

Como la mayoría de infectados no ingresan en hospitales ni se ponen graves, seguimos avanzando hacia lo que fue nuestra vida cuando el SARS-CoV-2 solo estaba en los murciélagos.

Así que los científicos creen que, visto lo visto, quizás sea un buen momento para recordar lo que debería ser nuestra “nueva normalidad”, en la que no debemos olvidar que se ha integrado un virus que probablemente no se irá, y que no para de mutar.

¿Conoces a alguien que ahora mismo tenga el COVID-19?

La respuesta será positiva con demasiada frecuencia, porque al margen de los datos que den los informativos a nadie se le escapa que las infecciones se están disparando.

También entre personas a las que no se les hace una PCR por no tener la edad.

Lo que ocurre es que como ahora la mayoría de ellos no son asintomáticos, aunque su malestar y complicaciones no pasan de ser similares a una gripe, es fácil que un test serológico les confirme el contagio y nos acabemos enterando.

Y claro, como en estas circunstancias hay muchas personas que no quieren correr riesgos o tienen complicaciones previas que les pueden preocupar, con razón, la mascarilla como elemento defensivo frente al contagio vuelve a tomar protagonismo.

Mejor si la mayoría se pone la mascarilla, pero…

A estas alturas sabemos de sobra que las mascarillas funcionan mejor cuando todos los que nos rodean las usan. 

La razón es que cuando una persona infectada tiene puesta su mascarilla, un gran porcentaje de las partículas infecciosas que exhala quedan atrapadas.

Eso hace que haya menos partículas virales flotando en la habitación, y así es más fácil que nuestra mascarilla bloquee los virus que se han escapado. Pero la protección hacia los otros no es lo único que nos aportan las mascarillas.

También hay mucha evidencia que muestra que las mascarillas protegen al usuario, incluso cuando otras personas a su alrededor no la llevan puesta.

Claro que el porcentaje de protección depende de la calidad de la mascarilla y de lo bien ajustada que la llevemos.

 Y si queremos estar medianamente seguros necesitamos mascarillas FFP2 o FFP3 para protegernos contra la subvariante BA.2 de ómicron, que de momento parece la versión dominante del coronavirus y es mucho más infecciosa que las cepas anteriores.

Sin olvidar otras variables que también afectan al riesgo, como el tiempo que estemos expuestos a una persona infectada y lo bien ventilado que esté el sitio.

¿Me protege cualquier mascarilla?

Los científicos recomiendan usar mascarillas de la más alta calidad posible cuando nadie a nuestro alrededor esté usando la mascarilla y no podamos mantener la distancia de seguridad, ni estemos al aire libre.

Y eso significa utilizar una FFP2 o una FFP3 homologadas.

Menos de eso también es mejor que nada, y tanto la mascarilla quirúrgica como la de tela proporcionan cierta protección.

Pero como estamos hablando de salud y de un virus que todavía puede complicarnos mucho la vida, tanto con la enfermedad directa como con sus secuelas en forma de COVID persistente, mejor no correr riesgo.