Religión

El idioma del cielo

"Como diría santo Tomás: no existe prácticamente contradicción entre la contemplación y la acción"

Cristo de las Injurias

Cristo de las Injurias

Ángel Carretero Martín

Ángel Carretero Martín

Se reconozca o no se reconozca, se sea más o menos consciente de ello, en los genes de todo ser humano hay una especie de nostalgia de la compañía de Dios. En nuestra estructura creatural está inscrito un profundo deseo de "corazón a corazón" con Dios en esta vida y plenamente más allá de ella.

Puede parecer misión imposible en esta sociedad tan ruidosa y agitada, con tantas tormentas exteriores e interiores, con tantas pantallas, mensajes y reclamos. Puede pensarse que hacer experiencia de contemplación es algo reservado a unos pocos privilegiados: los monjes y monjas de clausura. Como si ellos estuvieran exentos de "tormentas" en la soledad de su celda, de la vida comunitaria del monasterio o del sacrificio por su trabajo intelectual o manual. El conocido ora et labora resume los dos caminos hacia la contemplación que la Iglesia ha ofrecido siempre, no solo a los monjes, sino a cualquiera que tratemos de seguir a Cristo.

Recordemos aquel humilde labrador que iba todos los días a la iglesia de Ars (Francia) y durante un buen rato se quedaba inmóvil ante el sagrario. Hasta que un día —nos relata San Juan María Vianney—, el cura de aquel lugar, le preguntó: "¿Qué hace usted aquí, amigo mío?". Y él contestó: "Yo le miro y él me mira". Aquel hombre sencillo del campo no decía nada. No le hacían falta las palabras para decirle a su Señor que lo amaba y que disfrutaba en su presencia. Tampoco esperaba que Cristo le hablase de forma extraordinaria porque ya se sabía amado realmente por él. En el amor no hace falta mucha verborrea.

San Juan Pablo II nos invitaba a ser contemplativos en la acción. Tener esa experiencia de Dios en nuestra vida es, en definitiva, la esencia de la contemplación. La humanidad de Cristo es el camino para llegar a Dios: dejándole hablar en el silencio de nuestra habitación al subir la persiana por el nuevo día que nos regala; ante el Santísimo Sacramento en una iglesia como la de Santiago del Burgo o la del Convento del Tránsito; ante el Cristo de las Injurias en su capilla de la Catedral de Zamora; junto al amigo o familiar enfermo en la cama del hospital o de su misma casa; en el amanecer o en la puesta de sol en el Lago de Sanabria…

Como diría santo Tomás: no existe prácticamente contradicción entre la contemplación y la acción. Todos los que hemos tenido el regalo impagable de sentirnos arrastrados hacia lo divino sabemos que eso ya no tiene marcha atrás. Podremos tropezar o pecar cien veces, pero quienes hemos sido tocados por nuestro creador y salvador estamos convencidos de que una parte de nuestra alma ya ha alcanzado definitivamente el Cielo.

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